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PERSONAJES 

RELATOR

AMADOR

AMADA

MUCHACHO

NEGRO/SIERVA

 

 

RELATOR: Prólogo donde se presentan los cuatro personajes. Están en ninguna parte todavía. No pertenecen a ninguna época, son personajes arquetípicos. Ésa es la condena y también su extraña riqueza.

 

AMADOR: Hago este movimiento muy lento con el brazo.
Antes lo hacía con una velocidad que se ha perdido.
Los viejos y los niños tienen torpeza y lentitud de movimientos.
El aprendizaje y el olvido se asemejan en la dificultad con la que actúa el cuerpo.
Esta torpeza delicada, los gestos tenues, los tendones son demasiado blandos o demasiado duros, dejan de ser o comienzan, pero duelen.
Crecer y envejecer se asemejan en el dolor.
No lo sabía.
No sabía que podría llegar a viejo.
La juventud es una herida demasiado fugaz. Después viene la calma, el cuerpo lento, la caída suave de la vida.
Estaba preparado para deslizarme solo.
Lo tenía planeado, pero me interceptó el amor.
Como un choque nocturno en una ruta desierta.
Como un auto que aparece de la nada y se cruza en el camino vacío y nos hace dar vueltas en el aire durante una madrugada de frío y caemos al costado y el auto se hace chatarra y salimos ensangrentados, reptando en el campo a medio sembrar y hay niebla espesa.
Así recibo al amor, como un accidente del cual, de todas formas, saldré lastimado.

 

AMADA: Hago este movimiento con la mano, con la ligereza que posee mi mano.
Miro mi piel, esta piel tersa.
Esta piel no ha sido tocada más que por mi propia mano.
Me refiero a que ningún hombre le ha dado una caricia.
Ninguna mano extraña se apoyó en mi vientre.
Ningún dedo rozó la circunferencia de mi ombligo.
Soy como la luna previa de la conquista espacial.
Nadie me pisó, no tengo dueño.
Nadie me atravesó la superficie con una bandera que marcara patrimonio.
Al decir nadie, me refiero que no soy propiedad más que de mí misma.
Cuando una es pura es libre del miedo.
El terror viene después.
No lo sabía entonces, nadie me avisó.
Dejo de ser niña.
Tengo el interior en sombras.
Nadie abrió mis ventanas. No veo luz.
Quiero hablar, pero no tengo palabras que me definan.
Soy demasiado joven para el amor.
No sabía de qué se trataba.
Tampoco que podía doler al alma.
Es más, no sabía que tenía el alma hasta que conocí el dolor.
Desconozco si el dolor despertó el alma que tenía en mí.
Era inocente del dolor. Incluso de mi cuerpo.
La belleza es un signo violento para quien no la posee.
Lo supe después, cuando era tarde.
O sea después de que ocurra todo lo que sucederá dentro de un tiempo.
Lo supe cuando era inevitable.
Estoy por vivir.
Eso aterra.

 

MUCHACHO: Hago este movimiento con el pie, tengo impaciencia.
La sangre me quema.
Estoy por estallar de vida.
Tengo la piel erizada de una fuerza que no domino.
No puedo domar a la bestia colosal que me toma por dentro.
Me revuelco por las noches dentro de mí.
No conozco a la mujer que pueda sosegar mi amor, domarlo.
La potencia brutal de mi cuerpo empujado por un deseo de animal salvaje.
Tengo que actuar el disimulo.
Que no se note al deseo en mi cara.
No quiero asustarla cuando me vea.
Tuve demasiadas mujeres y ninguna.
No hay un rostro que pueda recordar.
Hago este movimiento con el pie y el temblor me sube hacia la cabeza, pasando por las zonas medias del pudor, escalando por las costillas y trepando por la garganta. Entonces podría gritar como un lobo en el centro de la noche.
Un aullido de macho arrancado de su parte más viril.
Ella me podría escuchar.
Se despertaría en la noche, se pondría de pie y vendría hacia mi cuerpo.
Una sonámbula, una ciega, una poseída de mi grito.
Y ahí, en el negro mismo, antes de que amanezca, nos trenzaríamos en una batalla brutal y posesiva.
Nos devoraríamos las carnes y los huesos, entre besos, sangre y barro. Quedaríamos desechos, restos de nosotros, en el vacío que sobreviene a un amor consumido, consumado, concluido.
El comienzo de todo, el final de todo.
El todo completo.
El amor.

 

NEGRO/SIERVA: Hago este movimiento al agacharme.
Lo hice siempre, lo aprendí primero.
En el comienzo.
La costumbre lo hizo invisible.
Somos invisibles, mi gesto y mi ser no pertenecen a lo real.
Me agacho ante la voluntad del patrón.
Le ataré los cordones a la niña cuando llore su pena.
Me inclinaré para limpiar los restos de comida que caerán al suelo.
La cintura se doblará.
Mi cabeza tendrá un peso inevitable hacia el abajo.
La gravedad de mi ser cayendo al eje de la tierra.
Estoy inclinada en el presente.
Vivo reclinada.
Los pobres necesitamos de los ricos para servir.
Mi pobreza es tan absoluta que no tengo personaje.
Soy todos los sirvientes.
La mucama pícara que llevará los chismes y también el negro eunuco y el viejo chófer.
Soy un personaje general.
La inclinación de un cuerpo.
Así, al doblarse, oculta mi espalda el rostro.
Soy una posición animalizada, poco más que una mascota.
Soy la servidumbre.
Buscaré un orgullo que repare esta quebradura.
Estaré atento a quien me pueda donar un nombre.
Mientras, soy este gesto agachado.
Como los ancestros que recogían raíces en el desierto.
Como los ancestros que trabajaron en la cosecha de los frutos bajos de la tierra.
Como todos ellos, sigo agachado y agachada, no tengo sexo ni edad, soy sin ser y eso me constituye.

 

RELATOR: Primera parte titulada «La niña», donde los personajes se conocerán y el espectador irá descubriendo sus vicisitudes. El personaje que titula este trayecto dista de ser una infante. «La niña» es la manera en la cual llamaba su padre a la joven. Aún cuando las carnes comiencen a ceder, su padre, ya viejo y perdido, le seguirá llamando del mismo modo, «la niña».

 

AMADA: Soy pobre.
Ultra pobre, del tipo de pobres que no dejarán de ser pobres aún cuando encuentren la riqueza.
Ser pobre es un estado del alma, no es sólo de apariencia.
Tengo un alma pobre, simple. Por lo tanto, resistente.
Vivo en una casa modesta con mis padres.
Una casa de un barrio gris.
Las paredes de la casa están pintadas de celeste.
La capa de pintura se comienza a corromper, deja ver la pintura oculta, de un tono rosado, cercano al óxido.
La pintura del techo, debido a la humedad se desprende y cae como la nieve.
Nunca he visto la nieve real, pero ésta caída imaginaria (pintura y cal seca), me hace pensar que desearía vivir en un país de nieve.
Soy muy pálida, la luz del sol me lastima, la piel, la mirada.
La luz me hiere, me deja encandilada.
Tengo una piel delgada, frágil. Mi madre la cuida con aceite.
De pequeña, me coloca el aceite cada noche.
Me desnuda y me cubre con aceite para que la piel no se ponga tensa y luego se corte.
Todo el cuerpo con aceite, embadurnada.
Cada noche, duermo resbalosa y lubricada.
Mi padre, para preservar el efecto aceitoso en mi cuerpo nocturno, ha construido una cama con sábanas de hule.
Por este motivo, para poder dormir sin los crujidos del hule, aprendí a quedarme quieta mientras duermo.
Incluso en pesadillas, mis movimientos son sutiles.
Yo no me muevo.
Tampoco durante el día. Mi andar es delicado, suave.
No conozco el apuro.
Mis padres temen que me rompa.
Mis padres son pobres y me poseen como único tesoro.
Mis padres han perdido casi todo.
Al verme dormir, se calman.
Rezan para que mi vida sea mejor que la que tuvieron ellos.
Mi madre llora todas las noches, mi padre no la puede consolar.
Se duermen en silencio, con la pena de los pobres.
La pobreza cansa. Deja los cuerpos extenuados.
Soy pobre de una pobreza total.
Mi carencia es tan grande que apenas sé de mí.
Sólo me tengo.
A mi cuerpo.
Sólo mi cuerpo
Nada más.

 

AMADOR: Me despierto de un sueño pesado.
Mi cuerpo está desconcertado.
No entiendo quién soy ni qué hago.
Tardo en darme cuenta.
Es un segundo, tal vez menos.
No tiene ninguna medida temporal mi pérdida.
Mi pérdida me ha sacado del tiempo.
Estoy afuera de las cosas.
Me quiero nombrar para existir, pero no puedo.
No sé cuántos años tengo, me perdí.
Algo de mí cree ser niño, pero el cuerpo se ha puesto lento.
Esta quietud, esta fatiga.
Estoy envejeciendo.
Esta lentitud me recuerda lo vivido.
Estuve viajando mucho.
Me perdí.
Ahora mismo, al despertarme.
Estoy perdido.
Dentro de poco intentaré despertar y seguiré dormido por los siglos de los siglos.
Por esto el terror nocturno cuando me arrimo al sueño.
Ahora lo sé.
No soy eterno.
Tengo esta casa desmesurada.
Me despierto en la inmensidad de la casa.
Mi casa tiene dimensiones no reales.
Habito su parte mínima.
Un rincón del cuarto en el que me despierto.
Estoy solo.
Al decir solo, el sabor de mi boca se pone amargo.
Tengo el tipo de soledad que regalan los celos.
Fui celoso desde un principio.
A mi madre celaba cuando les daba el pecho a mis hermanos menores.
Tanto que trajo a una nodriza para evitar mi enojo.
Celé a mis camaradas, no toleraba que se unieran entre sí.
Celos de las mujeres que amé.
Celé una por una.
Todas.
Destruí los amores obtenidos por los celos.
Estoy enfermo de celos.
Trataré de explicarme a partir de ahora, en esta nube que me despierta.
En esta confusión del ser que me amanece.
A partir de aquí explicaré la fuerza mortal que me posee.
Mis celos.
Mi fin.
Esta será la historia de mi final.
El último principio.

 

La casa tiene setenta y nueve puertas.

 

NEGRO/SIERVA: La casa tiene setenta y nueve puertas.
Ciento dos ventanas y trescientas cuarenta y tres cerraduras.
Tengo diferentes manojos de llaves.
Las agrupo por sector.
El señor duerme en un cuarto que sobrevuela la entrada principal.
Desde allí puede ver la extensión del parque, también a los que llegan (cosa que no es frecuente).
El señor se ha recluido.
No quiere saber del mundo.
Ya vivió.
Además del oficio de limpieza y orden de la casa me ha tocado el de narrar.
Yo llevaré los hilos de la historia.
Levantaré los restos, la parte sobrante, diré lo que nadie cuenta.

 

AMADOR: Al descubrirme perdido y lento, al caer dentro de la espesura de mi vejez.
Mi alma reacciona en el ahogo y me impulsa hacia el afuera.
Tengo que sacar este cuerpo, llevarlo de paseo, como a un niño.
Yo anciano, me llevare a mi niño, desvalido, fuera de los límites de la casa.
Me sacaré a dar una vuelta larga, me llevaré por parques y plazas.
Me distraeré por un largo rato, hasta que necesite volver a mi yo encerrado.

 

NEGRO/SIERVA: Prendo un fuego en el hogar de la gran sala.
Me quedo en silencio mirando el ardor.
El crepitar de los leños al comienzo del invierno.
Mi señor no dormirá con frío.
Suspensión del frío en las brazas.
Miro.
Me quema la inquietud.
Vivo la vida que no tendré.
Me tiznaré con la quemadura de la madera.
En el carbón, me haré más negro que la noche sin luna.
Toda negra, todo negro, sin condición más que la nada.
Espero la vida que tendré que contar.
Mientras.
Rojo sobre negro.
Rojo sobre rojo.
Rojo destellante.
Sangre.
Hay una virgen a la espera en cada cuento.
Una víctima está por suceder.

 

MUCHACHO: Virgen de los destierros, danos tu calma.
Virgen de los olvidos, danos tu pena leve.
Virgen de los demonios, ten piedad de nuestra sed terrible.
Virgen de los amores imposibles, danos esperanza.

 

AMADOR: Esta zona de pérdida me tiene dañado.
Caigo en olvidos triviales. Quiero tomar agua y en vez de beber, abro las ventanas. Intento calzarme, pero abro los brazos como si me colocara una camisa. Busco un objeto en la casa y pasados los dos cuartos me doy por vencido. Ya no sé cuál era el motivo de la búsqueda, me quedo quieto, en un rincón de sombras.
Llamo a la sierva.
¿Dónde voy? ¿Qué hago?
Me mira escondido fuera de la luz.
Intenta calmarme.

 

NEGRO/SIERVA: Usted se dirigía hacia la puerta.
Buscaba la llave principal
Hoy saldría por los parques hacia el pueblo.

 

AMADOR: ¿Quién soy? ¿Cuántos años tengo? ¿De qué lugares vengo?

 

Tiene más años de los que se pueden contar.

Tiene más años de los que se pueden contar.

NEGRO/SIERVA: Tiene más años de los que se pueden contar.
Tuvo amores pasajeros y viajes eternos.
Ahora posee toda esta porción del mundo. Se lo ha ganado, con el tiempo, algunos tienen una posesión terrenal, una parte minúscula del planeta.
Y esa parte, la certeza de la porción, les da un poder concreto.
Un poder real sobre las cosas.

 

AMADOR: Tengo la mirada blanda de los que han visto demasiado.

 

NEGRO/SIERVA: Esa claridad de la posesión es tan poderosa que asusta a los que no poseen.
Los humildes, los olvidados, lo miran con prudencia, rencor; algunas veces, muy cada tanto, alguno se aproxima y le pide un porcentaje inexistente de su riqueza, una moneda, un trozo de pan o sólo tocarlo (porque al rozar con la punta de la mano, el pobre cree que puede tomar algo de la buena fortuna del rico).

 

AMADOR: Dichosos los que puedan vivir sólo de su sombra.
Dichosos los colmados de amor. Los que no necesitan la materia para saciarse.

 

NEGRO/ESCLAVA: Entonces vos, mi señor, querías un amor total.
Un amor perdurable.
El amor del final, del que acompaña en la solitaria despedida.

 

AMADOR: Cuando logro calmarme voy hacia el parque.
Abro las puertas principales y respiro el aire del afuera.
Hay sol, me había olvidado de la existencia de la luz solar.
Iré hacia el pueblo a pie.
Necesito una caminata larga.
Sentir el andar en las piernas.
El suelo bajo los pies.
Darle movimiento a este cuerpo antes de que se petrifique.

 

NEGRO/ESCLAVA: Entonces, yo, el negro de la casa, corto leña para el fuego de las habitaciones principales.
Proveer de calor.
Cargo los fragmentos de madera.
Los hago pirámides y los enciendo.
Este fuego no me pertenece.
No es un fuego para mí.
Sin embargo, el crepitar, el calor que emana, las lenguas de fuego trepando, tienen un origen colectivo. Al pensar esto, el mismo calor me da una fuerza que subleva mi silencio.
Al pensar esto, siento una secreta felicidad. La imagen del fuego huye de toda posesión. Todos somos delante del fuego.
Dejamos de ser también, el fuego prescinde de nuestras presencias.
Es la contradicción fogosa.
Se repite abismal y luminoso más allá de nosotros, el fuego es igual a sí mismo.
Esa es su libertad y pensar en el fuego me hace libre. Un día, dentro de muchos días, me voy a incendiar.
Un día me dejaré consumir por el fuego como una rama demasiado seca. Un día me haré cenizas junto al lago.

 

AMADA: Esa mañana estoy en el balcón bordando.
Mi madre me ha enseñado las virtudes del bordado.
Lo hago con placer, tengo manos delicadas y mi atención está entregada al camino colorido de los hilos.
En silencio, siento la gracia del bordado. El placer sereno de la conquista de la tela. La picardía de las formas. Puedo y debo manipular con cuidado esta materia. Está hecha para mí.
Mi espíritu tiene la pequeñez de la aguja que aprieto entre las yemas de mis dedos. Puedo ser precisa y dulce. Doy la forma justa a las formas que se acumulan en cada puntada. Soy.

 

AMADOR: Camino solo por el camino hacia el poblado.
El sol pega de lleno sobre mi cara.
Tomo una rama caída que hay junto a un árbol medio seco.
Limpio la rama de las hojas muertas, le doy forma con mi cuchillo, transformándolo en un bastón. Me asombra conservar todavía mi habilidad con las manos. Todavía están fuertes, vigorosas.
Las manos tardan en envejecer, se resisten al derrumbe.
Mis manos tienen una sensibilidad extrema.
El borde de la piel tiene ansiedades urgentes.

 

SIERVA/NEGRO: Llego al pueblo.
No mucho más que un caserío cortado por un río que desemboca en la laguna grande.
La vida elemental del pueblo.
El lugar donde nací.
Los padres de la joven son campesinos.
El padre ha perdido lo poco que tuvo en años de sequía y todo el ganado ha muerto.
La madre se dedica a teñir telas y a bordar las sábanas de los poderosos de la comarca. Y además reza. Horas rezando en silencio. Implorando que la fortuna cambie. Que sean salvados de la miseria que los arrastra.

 

AMADA: Levanto la vista del bordado.
La luz de la calle medio blancuzca, lechosa.
El resplandor me hace parpadear.
Un hombre de buen traje, viene caminando por el medio de la calle. Apoya su mano en un bastón tosco hecho con una rama seca. Tiene contextura gruesa, denota poder, riqueza. Cierta bondad también. Una bondad oculta (a eso, lo pensaré después, no en el momento).
Porque de inmediato bajo la vista en dirección al bordado.
No cambia el eje de mi atención el caballero.
La imagen es blanda, poco atractiva.
Una imagen ligeramente extraordinaria en el pueblo. Pero no lo suficientemente poderosa como para despertarme del sopor melancólico en el que me hallo desde hace horas.
Mi vista fija en el bordado, hurgando la pena en cada puntada.
Mucha luz alrededor y adentro penumbrosa y triste.
Nadie sabe de mí.

 

AMADOR: Levanto la vista y soy atravesado por un rayo misterioso.
El amor se me incrusta en la retina.
No podré seguir, me quedo inmóvil.
He visto la belleza, una mujer joven, de un tipo de belleza que me ha dañado los ojos.
Mi alma tiembla.
No puedo continuar.
La mano que se aferra al improvisado bastón, está a punto de ceder.
Todo el peso de mi cuerpo cae sobre mi costado, sobre la rama que se quiebra y tambaleo y el mundo entero me gira y no lo puedo detener.

 

NEGRO/SIERVA: Herida mortal de amor.
Daño irreparable del deseo.
La belleza tiene una crueldad ingenua.
No sabe del poder destructor de su presencia.
Este hombre ha sobrevivido a viajes y guerras pero no podrá con el amor.
Herida mortal de amor.
Ahora se abre para sangrar.
No se detiene la hemorragia.
Mi alma no tiene cura.

 

AMADA: Estoy fragilizada, una mirada me apaga.
El hombre que caminaba con el rústico bastón, ahora habla con mis padres.
Los puede salvar de la miseria, pagar deudas y traiciones.
Mis padres, llorando, me hacen la propuesta. Debo vivir con el hombre viejo. Estar en su inmensa casa. El final de la pobreza es una cárcel, siempre.
Mis padres tienen vergüenza pero el alivio tiene un poder mayor.
Me piden que acepte y a mí me da igual.
La tristeza es como esta lluvia fina, cansa, nubla la vista, oprime acá, en el centro del pecho, no deja respirar.
Prepararé mis pocas pertenecías e iré a la casa del anciano.
No veré más a mis padres, es lo convenido.
No viviré más que para ese hombre.
No lleves nada, dice mi madre, te quiere intacta, sin elementos del pasado, ni ropa, ni memoria. No lleves nada, desnuda, incluso de pensamientos. Entra sin lastres a esa vida; será el paraíso del olvido, no lleves más que lo puesto y después, al entrar, no pongas resistencia cuando quemen tu ropa.
No mires hacia atrás, no llores a tus padres, nosotros no pudimos proveerte la vida que merecía tu belleza.
No nos mires que nos hará daño.
Hacé con nosotros un entierro de memoria.
No pudimos revertir la fuerza del destino de los pobres, no pudimos y estamos debilitados y cobardes. Rotos.

 

RELATOR: Segunda parte titulada «La casa» donde los personajes estarán dentro del espacio al que se denomina «la casa», especie de fortaleza. Espacio de dimensiones deshumanas, perdidas de luz en los lugares no habitados. Será el encierro de «la niña». La casa podría ser amparo pero no lo es. Zona de quietud y pesar. La vida concreta de «la casa».

 

AMADOR: Creía que tenerte sanaría la herida.
Suponía que mi amor, como un cazador que tiene atrapada su presa, me daría sosiego.
Pero lejos de toda calma. La presencia de mi amada llena mi espíritu de espinas.
Inquietud.
Amarte es una tortura.
Tengo envidia del aire que tragan tus gráciles pulmones. De la tela que roza tu delgada piel, del sol que al entrar juega en reflejos sobre tu pelo.
No tolero nada de lo que te rodea, lo que se acerca, sea insecto, animal o humano. La idea de proximidad, de que alguien o algo puedan darte una caricia. Y ese alguien o algo no sea yo, me destruye, me aniquila.
Me diluye, me hace que rompa mi conciencia solitaria en partes minúsculas en el piso, me desintegra atómica y desolado en el vacío.
Necesito que me mires con una mirada que rebose de amor y plenitud.
El resto, todo el resto, se hace fútil.
Mi dolor.

 

MUCHACHO: Tengo un impulso indomable adentro del cuerpo.
Quiero disparar mi amor entero y no se hacia dónde.
Estoy a la espera, preparando el terreno.
Todo este vigor, esta fuerza irrefrenable sin causa.
Este fulgor en la sangre sin poder estallar.
Alguien espera mi ser.
En otro tiempo, futuro tiempo, estoy completo.
Unión maldita de los cuerpos.
Añoro lo que todavía no es.
Mientras, busco placeres fugaces en los callejones que conducen al puerto.
Mientras, voy armando un cuerpo imaginario con las partes de los cuerpos por los que circulo. Un cuerpo no real. Un cuerpo conjetural.
Ella, la inmaculada, la deseada en los silencios agobiados.
Ella está latiente, se va formando en el cosmos de mi mente como un gusano creciente y lento en su capullo.
Así está.
Sin forma definida.
No hecha.
No sé dónde la podré hallar.
Me consumo en el aliento de la espera.

 

AMADA: Me traen, con los ojos vendados, a un cuarto que sólo puedo percibir con los sentidos externos a la vista.
Agito los brazos, grito, escucho el eco, lo que me indica que es un cuarto enorme.
La sirvienta me dice que me calme.
Saca la venda de mis ojos pero el afuera sigue negro.
Ella me acaricia la cara, despacio, con el dorso áspero de la mano.

 

NEGRO/SIERVA: Tranquila, estás protegida, el señor te quiere cuidar.
Nada malo puede ocurrir.
Ya es de noche.
Pasó el día.

 

AMADA: ¿Acaso no se puede prender la luz?

 

NEGRO/SIERVA: Un mínimo resplandor te lastimaría.
Te trajimos en silencio a esta morada.
Estuviste bajo el efecto de múltiples pastillas.
Tenías un sueño tan profundo que tu cuerpo al dormir, duplicó su peso.
Costaba subir las escaleras, me ha quedado la espalda lastimada.
Pero es tanta tu belleza, que mi dolor es una medalla resplandeciente.

 

AMADA: Necesito verme, necesito una mínima luz para revisar mi cuerpo.
Saber si estoy entera o es sólo esta voz la que aún vive.
No entiendo qué hicieron de mí.
Necesito un color que me defina.

 

NEGRO/SIERVA: Sólo el aire te hará compañía.
Te daré de comer en la boca.
Te iré alimentando, como hacía con mi feto cuando vivía adentro mío.
Debemos hacer este silencio.
Te prepararé para el señor, él te necesita fuerte.
Desea que el tiempo forme la mujer que tiene tu cuerpo latente.
Él espera el día en que tu ser esté preparado para honrarlo.

 

AMADA: Solía pasar horas en el balcón.
Los cambios de la luz me señalaban el tiempo.
En silencio, pensaba en un amor futuro, a campo abierto, en días de sol y niños alborotados que me rodeaban y, en ese porvenir, yo era madre fecunda con pechos hinchados de leche y las plantas, de tanta fecundidad, se ponían más verdes y los pájaros cantaban hasta el desgarro y el agua se hacía transparente y fresca y la vida se multiplicaba en cada uno de mis suspiros.

 

NEGRO/SIERVA: Esto es el destino.
Esta materia oscura.
El señor esperando que la carne se ponga sólida para su deleite.
Todo lo demás, lo que fuiste y lo que deseabas, tiene la contextura de una burbuja de jabón, ya no está más, no existe.

 

MUCHACHO: Estoy en la espera incandescente del amor.
Me consumo en mí.
Este ardor me deja extenuado y neutro.

 

AMADOR: El cuerpo del amor está encerrado.
Lo dejo crecer, estacionar, con la misma paciencia que aguardo el momento justo en que se abren los vinos. No abrir la botella ni antes ni después, esperar la corazonada que indique el instante del descorche.
Como el amor, debe ser exacto, no precipitarlo pero tampoco dejarlo pasar.
Entro al silencio del cuarto, me conduce con una linterna el sirviente negro.
La oscuridad de su piel lo aúna con las sombras. Es un eunuco, fue castrado de niño y tiene la voz de canario. Me da gracia su parloteo amanerado. Me recuerda una niña que conocí en los mares del sur, una niña clara junto al mar, en las arenas de la playa, armaba una torre de caracoles y les hablaba como si fueran sus futuros hijos. El negro me la recuerda en su inocencia. El negro puede acercarse al cuerpo de mi deseo. El negro tiene manos oscuras e inofensivas.

 

NEGRO/ SIERVA: Señor, mi señor, aquí durmiendo está su amada.
Tiene inquietud joven, enfermedad de juventud, temblores de cuerpo nuevo.

 

AMADOR: No quisiera perturbarla.

 

NEGRO/SIERVA: La juventud es una fiebre que se cura.
Ella un día estará serena, lo mirará con dulzura a los ojos y le peinará las canas. Comerán en silencio en la mesa larga.
Beberán el vino espeso de los amores tranquilos. Escuchando cómo desciende por la garganta, todo quieto adentro mientras, afuera, en los parques, en el pueblo, en el bosque, sigue la vida caótica, la vida sonora y atolondrada de la gente que no tiene reparo.
Ella lo mirará un día con una gratitud tan grande que no encontrará palabras para expresarla.
No tendrá congoja del pasado familiar.
El olvido, en un cuerpo joven, oxida con más prisa.
No tendrá otros recuerdos que aquellos que usted le narre. De los viajes, de sus vidas pasadas en continentes imposibles.
Ella será, por si fuera poco, una mujer silenciosa y calma.

 

AMADOR: Mi querido sirviente negro, adoro cada una de las palabras que salen de tu boca.
Todo eso que anuncia tu decir, todavía está muy lejos de ocurrir.

 

NEGRO/ SIERVA: La estamos preparando para el amor.
Bajo siete llaves y silencio.
Se alimenta de pequeñas y sustanciosas raciones.
La criada lava su larga y delicada cabellera.
Duerme mucho, como una vida que comienza y todavía no sabe andar despierta.
Ese profundo dormir, hace que pueda ir acostumbrando su ser a un espacio no reconocido.
Quien duerme plácidamente en un espacio lo va conquistando con el alma.

 

AMADOR: Mi amada.
Tengo celos de la noche que te rodea.
Tengo celos de los sueños que pueblan tu dormir.
Tengo celos del silencio que sostiene tu respirar de niña blanca.
Tengo celos de las partículas que ingresan a los poros de tu piel tan fresca.
Tengo celos de todos los pensamientos que no van dirigidos a mi persona.
Tengo celos insoportables, insostenibles, insondables, imposibles, imperiosos.
Tengo celos de mi manera de mirarte, de mí mismo, de mi poder sobre tu cuerpo.
Me detesto, me odio, puedo esclavizarte y eso me aterra.
Tener la conciencia de la fuerza descomunal que todavía reside adentro mío, me hiere y al mismo tiempo me mantiene vivo.

 

NEGRO/ SIERVA: Cuando el señor no pudo con sus celos.
Cuando no dejó que, ni el negro, ni las otras siervas, ni yo la toquemos con nuestras toscas manos.
Cuando no toleraba que le diéramos de comer, ni la limpiásemos, ni le dijésemos palabras suaves al oído.
Ideó un plan final.
Construyó en este cuarto una cápsula.
Trajo a ingenieros y científicos secretos para idearla.
Tardaron meses y la construcción no paraba ni de día ni de noche. Mientras, la amada esperaba dormida en una caja de cristal, desnuda y refrigerada. Quieta.
Cuando la cápsula estuvo hecha prendieron la luz.
Era un ámbito blanco, con tubos que conducían a los cuartos contiguos donde había salas de máquinas y controles.
En el centro, la estructura circular donde depositaron el cuerpo de la joven.
El círculo carecía de gravedad y la joven se mantenía en flotación.
Desnuda y flotante como una ninfa.
Le colocaron sondas para el alimento y la evacuación.
Nosotros la contemplábamos a través de los vidrios de una garita de control.
Ella tenía su básico alimento y su quietud bajo los efectos permanentes de los somníferos.
Por un sistema complejo, el único que tenía la llave era el señor. A partir de ese día, una o dos veces en cada jornada, se acercaba a la cápsula y colocaba sus gruesas manos sobre el material transparente que formaba ese útero frío.
Con el paso de los días una se acostumbró a esa vida latente, escondida, dentro de la fortaleza que habitamos.
Como en cada suceso que vivimos, nos venció el tedio del cotidiano.
Vivíamos en silencio, sin reparar demasiado en la frágil mujer flotante.

 

AMADA: Giro en el aire.
Doy vueltas y vueltas y me afantasmo.
Estoy sola y no consiente a mis adentros.
Duermo y los sueños se van igualando.
Se hacen vacíos, se licuan.
Mi movimiento es leve, las piernas se juntan, me repliego, me hago prenatal.
Vuelvo a los comienzos, cuando no era todavía.
Estoy en suspensión. Sin tiempo.
En un no presente instaurado acá.
No voy a envejecer, ni seré niña de nuevo.
Giro y giro.
Me alimentan por tuberías que cruzan, como autopistas, el eje de mi cuerpo.
Todo circula, nutre, se desecha, sin que yo sea parte.
Lo acabo de nombrar, he dejado de ser parte de las cosas.
No soy.
Y ese no ser es tan real que me vuelve más viva que antes.
Cuando tenía una vida en la cual creer.
No soy, me anularon, estoy oculta y flotando y eso hace que sea materia pura, elemental.
Vida primitiva, plasma.
Me pongo más y más pálida.
La piel se transparenta y se asoman las venas azuladas, ramificadas hacia las extremidades, los huesos se marcan más, si el proceso continúa me quedaré sin carne.
Y estar sin carnadura me da una libertad espantosa.
Dejar la compostura humana me arroja en el alivio.
No tendré que ser, no habrá que responder a ninguna existencia.
Eso me quita una carga con la que ya no podía.
Los días parecen cortos, pero la vida es más bien larga.
Y me andaba pesando. Todo, levantarme, caminar, tomar agua, masticar, crecer, creer en que la mala suerte se revierte. Enumero sólo algunos de los elementos de fastidio.
Ahora, no estoy consciente.
No respondo más que a fuerzas que me modifican sin que actúe mi voluntad.
Sólo al no querer soy libre.
Sólo en el no ser tengo una libertad blasfema.
Sin embargo, cada tanto, sueño que, dentro del vacío, un hombre me abraza, me posee. Me destruye con sus armas de pasión.
Este sueño me transpira y me sacudo por el desasosiego residual cuando lo dejo de soñar y solo queda la sensación de no tocada.
No debo desesperar.
No tengo ser que pueda con mi ansiedad.
Me han dejado en la nada y debo actuar en ese territorio.
Dejarme arrastrar por esa marea. Vaciarme. Quedarme hueca. No desear más. No esperar ser despertada. No desesperar.

 

RELATOR: Tercera parte titulada «La llave», donde los personajes cambiarán el rumbo de sus destinos, mutarán sus estados, tendremos muerte y vida, libertad y encierro permanente. Donde todo cambia y nada cambiará realmente. La misma condena, siempre.

 

MUCHACHO: Escucho el rumor. Se dice que no muy lejos del lejos del pueblo, existe una fortaleza en la que está encerrada, en uno de sus innumerables cuartos, una joven de belleza incalculable. Dentro de una cápsula, en una máquina infernal, que la mantiene viva por sondas y cables.
Entonces mi cuerpo reacciona. No es el raciocinio, no pasa por el entendimiento que me dice que debo socorrer esa vida humana. No, es mi parte brutal. Mi animal.
Mi bestia que se despierta en el fuego lubricado del amor. La mujer-niña flota en encierro. Tengo, en mí, la llave que la pueda liberar.
La mujer-niña está triste y hay en mi cuerpo el arma que rompa la coraza de la melancolía primitiva. Mi cuerpo está urgido de un amor que lo queme. Hay dentro mío remolinos de fuego y sangre pujando por salirse de todo límite. Padezco de un vigor apenas tolerable para un ser vivo. Tengo la fuerza inconsolable de los toros. Este ardor no me da tregua, no me deja dormir ni andar despierto. Hay tanta vida en mí, que podría duplicarme miles de veces y perpetuarme por todos los siglos y recorrer todos los caminos posibles. Tengo esta fuerza erizada que me trepa desde los pies hacia el cráneo dejándome mareado. Voy por ella. Me aguarda desnuda de manos que la toquen, la cubriré con un traje de materia viva. Toda mi extensión será la patria futura en la que viva. Prepara tus zonas latientes, mi yo se ha dirigido hacia tu centro. Vamos a destruir la máquina horrenda en un abrazo de saliva y pieles. No tengas miedo, no te inquietes. Ya llego a rescatarte.

 

AMADOR: La máquina es perfecta.
La deja dormir en calma permanente.
Apoyo estas torpes manos sobre el plástico de la burbuja.
Recorro el contorno de su cuerpo libre al aire, lo dibujo. Está sola, ser libre y estar solo se parecen. Además duerme, tiene libertad de la conciencia.
Todo en ella es puro. Incluso lo que ahora sueña. Tiene un sueño blanco, parecido a la cal, con la misma consistencia espesa.
Estoy conmovido por tanta belleza. Es tan poderosa su desnudez que me angustia. Está demasiado desnuda. Ni un recién nacido tuvo un desnudo tan completo.
Se alimenta de líquidos nutrientes. Mezclamos alimentos con proteínas suficientes para sostener el organismo en suspensión.
El día que llegó a esta casa, mi sirviente ha entrado corriendo a mis aposentos; exaltado, me ha dicho que entre las piedras aledañas al jardín, ha brotado una vertiente de un agua deliciosa y cristalina.
Entonces, al hidratarla, por medio de una sonda que se le introduce en la garganta, le damos de beber el agua del descubrimiento.
Sus desechos son extraídos de su cuerpo por otras sondas que van hacia el parque secundario. Hacia la tierra negra que se ha vuelto tan fértil que asombra. Crecieron plantas imposibles, de un verdor sólo equiparable al del plumaje de los papagayos. Y flores, infinitas flores acumuladas, superpuestas, flores estridentes, salvajes, irreverentes, miles y miles de flores. Sus desechos han creado una galaxia de flores. Tal fertilidad me recuerda que voy a morir dentro de poco y eso me apena.
Y no puedo disfrutar de la plenitud florida.
No puedo tolerar la idea de morir sin acariciar la parte profunda de la mujer que preparo. Al tener pensamientos en los que no soy amado por ella, mi alma cae dentro de una fosa y me doy entierro antes de morir.
Veo la belleza y la juventud y sé que no seré correspondido. Y tener esta certeza, vuelve todo inútil, banal, caprichoso y vacío.
Tengo miedo de mirarme a los espejos.
Quisiera entrar en el cuerpo de un muchacho vigoroso para poder cautivar a esta mujer que duerme.
Los jóvenes bellos están destinados a estar juntos y felices para siempre.
Esto no me sucedió. No recuerdo haber sido joven, mucho menos bello, no tuve un para siempre con otro. Soy la soledad de los amores no correspondidos. Entonces mi rol es mirar y ver cómo la vida se manifiesta cerca. Soy el dueño de todo y me quedo en la nada del amor. No puedo con la violencia lacerante de lo bello. Me destruyo, me hago mal.

 

NEGRO /CRIADA: Estoy frustrada.
Frustrado. No sé con qué sexo definir mi frustración.
Mi personaje ahora será de utilidad.
El muchacho querrá conocer a la chica y seré un puente para el amor.
Soy como un lugar de paso, no seré recordada, no seré recordado.
No soy.
Negro.
Ahora me pintaré la cara, me tiznaré con el carbón que se deposita en el fondo de la estufa. Más negro todavía. Invisible a la noche de tanta oscuridad. Soy sombra.
Quisiera, en este momento, tener un niño y verlo crecer.
Así sería el personaje al que llamaría «la madre». Pero como no soy, tampoco tengo posibilidad maternal.
Cuando hago los encargos del señor en el pueblo, me quedo mirando jugar a los niños pequeños. Se caen seguido, no se hacen entender, chocan con las cosas, se golpean y lloran. Es tan dificultoso el crecimiento. Duele crecer, aprender la frustración. Entender que no podremos con el mundo. Miro en la plaza todos esos niños y me contengo para no correr y abrazarlos. Los robaría para darles una educación sin golpes. Tengo una generosidad maternal sin descendencia posible. Nadie me va a perpetuar porque no soy. Nazco y muero en el silencio. Me mantengo al margen.
Debo consolarme cuidando la joven mujer flotante. Imaginarla hija mía, desamparada, poder adoptarla con mis pensamientos. Hacerle saber que no nada sola en el aire, que la miro y mi mirada la envuelve. La protege. Tengo alma protectora.
El cuarto de la máquina es tan silencioso que si me inmovilizo y cierro los ojos puedo escuchar sus pensamientos. Mantenemos diálogos mentales. Aquí va uno a modo de ejemplo: «Mi dulce niña, extraña mujer fetal, ¿qué sueños te poseen adentro del vacío?»

 

AMADA: Sueño con el amor, en todas sus múltiples formas. Estoy en un líquido etéreo. No he muerto, pero tampoco vivo. Creo que sólo la irrupción del amor pondrá  fin a mi suplicio, mientras, lo sueño.

 

NEGRO/SIERVA: ¿Qué características tiene tu amor soñado?

 

AMADA: No lo sé, los sueños son difusos, al permanecer dormida, el soñar se debilita. Tengo sueños anémicos, tenues. Sólo aquellos que viven con pasión tienen sueños inolvidables. Al suspender mi vida, al mantenerme suspensa, mi soñar tiene peso de pluma cayendo. No impacta en la memoria, no la imprime.

 

NEGRO/SIERVA: Pequeña mujer aérea.
Dejate dormir en sueños blandos, no exijas a tu mente otra cosa que la espera.
El amor vendrá, se acerca en la forma de un muchacho alborotado. Está por golpear a la puerta. Tiene ansiedades de cuerpo y alma. Sabe de vos, de tu flotar perpetuo.

 

AMADA: Mi ser estaba preparado para un amor total.
Ahora que no sucede, no soy.
Sólo la posibilidad de amar me mantenía viva.
Ahora, cuando el hombre de vida extensa se acerca y toca la membrana plástica que me separa y suspira. Esta que soy, inconsciente, casi sin ser ya, en el abandono de la falta de gravedad, en la nostalgia de apoyar el ser en el lecho. Esta cosa, casi no humana y aún dormida, desespera.

 

NEGRO/SIERVA: No temas.
El amor se aproxima.

 

MUCHACHO: Y entonces entro a la escena.
Llego caminando hasta la fortaleza.
El día es nublado y se recorta el edificio negro, sobre el gris cielo y para completar el cuadro, revolotean cuervos. Manchas oscuras sobre gris, un poco de neblina, visión borrosa, croar de pájaros penumbrosos.
Estoy entrando al destino.

 

NEGRO/SIERVA: ¿Qué te trae por acá viril e intrépido muchacho?

 

MUCHACHO: Estoy perdido, la niebla me ha encerrado y se acerca la tormenta.
¿Podría resguardarme bajo un árbol del gran parque?

 

NEGRO/SIERVA: El árbol que te refugie sentiría una pena no humana al no poder abrazarte. Pienso, no lo digo, cualquier mujer abriría brazos y piernas para tu amparo.

 

MUCHACHO: Podría cantar una canción. Conozco canciones que otros están olvidando.
La canción que te cantaba tu madre antes de que fueras nadie. La canción oculta que cantan las sirvientas a sus hijas antes de que se dediquen a la fajina. La canción que cantan los campesinos entre dientes al regresar de la cosecha. La canción de la resistencia y el hastío. Yo conozco una canción cuya melodía maneja las mareas y los fulgores negros de la luna. Sé de la canción de los peregrinos que pierden las esperanzas. Una canción de los esclavos libres, desorientados en el camino de regreso a sus chozas arrasadas por el fuego. Podría cantarte una canción de sangre y manchar todas las puertas de la casa para que un ángel perverso se lleve toda la vida que sobra. Ahora mismo puedo cantarte la canción del final o del comienzo. Una canción que se parece al silencio.

 

NEGRO/SIERVA: No desvaríes joven poeta.
Guarda tus inútiles palabras para una dama incauta.
No entiendo más que de asuntos prácticos.
Esta materia. La material palpable, la suciedad y la tela que se corrompe acaso sea mi único entendimiento.

 

MUCHACHO: Necesito un refugio.
He caminado mucho.
Tengo anhelo de un lugar tibio.
Sirviente negro, ayudanta despistada.
No hay nada que puedas perder al darme refugio.
Nada de lo que guarda este lugar te pertenece. Sólo tienes ese puñado de llaves y ninguna abre una puerta tuya. Toda posesión está excluida de tu presencia. Nada tienes ni nada tendrás. Pero, si me dejas cruzar esta puerta, puede que obtengas mi gratificación. Eso sería una manera existente.
¿O acaso para qué otro fin están hechos los sirvientes del relato que para dejar el paso a los amores prohibidos? No hay otra utilidad que la complicidad clandestina.

 

NEGRO/ SIERVA: Entonces lo dejo entrar, me cautiva su fatiga viril.
Me deja blanda.
Le hago un lugar en la cocina, en el piso, en el sector donde se dejan los elementos de la limpieza. Le preparo una guarida para pasar la noche. Y como me compadezco le convido sopa y vino.

 

MUCHACHO: ¿No vas a beber conmigo?

 

NEGRO/SIERVA: No bebo cuando trabajo, debo cuidar durante la noche los movimientos de la casa.

 

MUCHACHO: Una copa no te hará daño.

Sólo entibiará tu sangre durante la guardia.

 

NEGRO/SIERVA: Sólo bebo los días de franco, cuando bajo al pueblo, sedienta de alcohol, tomo y me pierdo en los bares, entre humo y hombres durante los días libres. Cuando regreso al trabajo soy un continente saqueado, una isla arrasada por un tornado. Apenas queda mi presencia. Me mantiene en pie la fuerza insoportable del deber. Por mí, estaría bebida, perdida y arrastrada como una serpiente por la eternidad entera.

 

MUCHACHO: Un sorbo para darle calor a tus labios.
He visto cómo tiemblan, imperceptibles, por el frío.

 

NEGRO/SIERVA: No me tientes, precioso varón, tu voz me arrastra a mis zonas de misterio. Ay de mí, estoy a punto de perderme.

 

MUCHACHO: Un sólo trago, para darme compañía en la bebida. El vino no ha sido elaborado para la soledad. El vino solitario se vuelve agrio.

 

NEGRO/SIERVA: Sólo un trago tomaré, pero de tu vaso.
Necesito apoyar mis labios donde reposaron los tuyos.
Así podré, por tercer contacto, sentir el tacto de tu piel y el sabor que deja tu aliento sobre el vaso.
Yo sé que no estás predestinado para mí.
Es otra la que tendrá el regocijo de tus besos.

 

AMADA: Tomo la palabra para relatar la resolución de los hechos.
Hablo aunque lo haga desde mi silencio.
Mi relato es mental, por lo tanto, la mirada de la mente puede construir aquello que se oculta en la vista real.
Mientras, dentro de la máquina, yo vivía en flotación, en el ala izquierda de la casa, un muchacho ardiente daba de beber a los criados, los encantaba con vino y seducción.
Se reían a más no poder de sus ocurrencias, se reían con la risa desatada del alcohol, se reían a fuerza del pacer que les brindaba la compañía masculina.
Entonces, el muchacho descubrió cuando se dirigía a orinar, las cajas de químicos que me mantenían dormida. Ocultó entre sus ropas algunos componentes y, al regresar con los criados, los colocó en sus brebajes.
Estos no tardaron en derrumbarse.
Mientras ellos caían en sopor, en el ala derecha, en el gran cuarto, el señor despertaba sobresaltado, sintiendo peligro en un espasmo que lo sacaba de su aposento.

 

AMADOR: Mi casa será destruida.
La caída monumental de la casa.
Mi casa no tiene otros muros que tu amor que no me corresponde.
Estoy atrapado en el desamor y ahora caerán las vigas de la conciencia sobre mi pena.
Cruzo los pasillos sin luz, impulsado por la fuerza de mis celos.
Quiero ver y no quiero ver.
Quiero que se apague dentro mío este fuego que me consume, mi mal.
Quiero no verte más y verte para siempre. Un aire frío ha cruzado los muros. El amor joven. El que nunca tendré acaba de comenzar y no puedo discernir si pertenece a las pesadillas horrendas que trae mi dormir o está pasando. Camino apoyando el peso de mi cuerpo en las paredes. Toda esta fortaleza, caerá, como cayeron todos los reinados malditos.
Todo será desierto, afuera y adentro, no quedará más que viento.

 

AMADA: Vuelvo a mi voz dormida.
El muchacho comprueba que los siervos estén dormidos en el piso.
Hay manchas de vino alrededor de las copas que han caído. Manchas rojas en las ropas, como una sangre descolorida, leve. Los siervos duermen sueños químicos donde tienen imágenes de mares y praderas que nunca vieron.
El muchacho corre hacia la máquina que me atrapa como una flecha. Se guía por el ruido que producen los engranajes y circuitos, la bomba de oxígeno que alimenta mis pulmones.
El muchacho corre con el poder de la excitación de la conquista inminente. Como un náufrago que se sabe pronto a la orilla y su cuerpo adquiere una potencia que creía perdida.
El muchacho corre hacia mí, abre la puerta después de probar múltiples llaves. Y entonces, al verme, adentro de la monstruosa máquina que me contiene su tiempo, su aliento y vida se detienen.

 

MUCHACHO: Estoy contemplando el amor.
La máquina no se detiene pero mi yo, se ha paralizado.
La mujer más desnuda del mundo está enfrascada y a mi espera.
La visión me arrebata.
Tu cuerpo me lleva a tierras misteriosas.

 

AMADOR: Tu cuerpo me lleva a tierras misteriosas.

 

AMADA: Tu cuerpo me lleva a tierras misteriosas.

 

MUCHACHO: Estoy paralizado y me siento desfallecer.
No estaba preparado para el impacto de una desnudez que rasgue mi alma.
Estoy por derramar mi líquido esencial, mi materia constitutiva está por caer como una hemorragia que se abre y ya no se puede detener.
En este momento estoy por quedar vacío.
Si no me muevo, si no voy hacia la máquina y te libero, caeré dentro del hechizo de la quietud de todos los cobardes.

 

AMADA: El muchacho no puede con la visión.
Eso pasa, no poder con lo que vemos.
La vida tiene tal magnitud que nos deja congelados, endurecidos del terror, apretar los dientes, los puños, los músculos para tolerar el impacto del dolor.
Entonces, desde sus adentros, emerge un poder último y primitivo y se abalanza hacia la máquina y la golpea con el puñado de llaves. El metal pega contra el acrílico que forma la gran cápsula. Resbala, lucha de materias, sólido contra sólido, fuerzas iguales y opuestas que se chocan. Tendrías que tener piedras, fuertes y enormes piedras como las que levantabas al construir murallas y caseríos en las jornadas del verano.
Ahora, mientras das golpes, añoras el peso brutal del las piedras, su posibilidad ancestral de romper toda dureza. La quebradura simple que genera el golpe de las piedras.

 

MUCHACHO: Golpeo y golpeo, quedando sin aire, pudiendo respirar apenas. Doy golpes y ninguno parece certero y cuando estoy por desistir y caer al suelo en llanto. De la impotencia, doy un golpe final con la concentración del odio, con su punto negro y punzante y la máquina se parte, la cápsula que te atrapa se abre como un huevo partido de mala manera. Y todo estalla y cae. Al decir todo, hablo de un universo de cables y bulones y cañerías y a tu cuerpo que desciende sin protección hacia el piso en medio de partículas eléctricas, de colores plateados y componentes luminosos que te rodean. Como una gran piñata, pienso, como cuando fui niño y rompíamos jugando con palos una piñata de la que caían infinitos dulces y juguetes, este cablerío que te rodea, estos colores pequeños y vos desnuda en el centro del estropicio.
Primero es un cuerpo estático, habituado a flotar, no sabe de superficie. Entonces das tu primera bocanada de aire real. El primer aliento es tan violento y cruel que te hace toser y te arranca un llanto de niña no vivida. Y tu cuerpo de a poco se sacude y corro a socorrerte entre los escombros electrónicos de la gran máquina herida. Y te abrazo fuerte para despertarte del sueño de la no gravedad en la que andabas prisionera. Y abrís los ojos y clavamos nuestras miradas y por un segundo es el «hasta siempre».
Somos el amor, en medio del estropicio.
Somos el amor que surge del desastre.
Somos el amor que ninguna máquina podrá frenar.
Somos el amor fatal.
Los amantes eternos del estallido.
Estamos unidos por la gravedad que demanda la tierra.
Podemos aquí mismo, reposar al ras del planeta, sobre las partes quebradas de la materia que te atrapó. Nuestro amor tiene una contundencia tan abstracta y real que será un escándalo.
Somos el amor.
La juventud.
La dicha.
El beso.

 

AMADOR: Está la puerta abierta, el comienzo de mi temor está fundado.
Han abierto la puerta de mi secreto amor.
Me late tan fuerte el corazón que el sonido retumba en las paredes del pasillo.
Entro al claustro y no veo la destrucción sino a los cuerpos jóvenes entrelazados en un abrazo que me hiela el cuerpo y subleva un grito que viene del estómago y se atora en la garganta.
No puedo emitir este desgarro, no puedo tolerar la imagen.
Ni las peores pesadillas me prepararon para verte arrojada en brazos del hombre joven.
Voy a dar un grito demencial que no tendrá sonido. Un grito perteneciente a la médula del horror.
No puedo mirar, no puedo dejar de mirar, estoy en pleno extravío. Soy viejo, más que viejo, ya estoy muerto.
Entonces, sin desprenderte del hombre que ha roto nuestro ecosistema, me mirás con angustia de niña pecadora. Y busco un arma para matarlos, pero en el intento se me desgarra algo en el interior del pecho, un crujido de músculos, un estallido de sangre, me ahogo con mi propia saliva, no puedo respirar, estoy muriendo.
Caigo y vos, niña fecunda, te soltás de las manos jóvenes del deseo y te acercás a mí brindándome un último auxilio.
Perdón, mi pequeña soñadora líquida. Te arrebaté la juventud.

 

AMADA: Señor, no te arrepientas.
Este largo sueño que me has regalado ha calmado mi esperanza.
He dejado todas las esperas.
No tengo ansiedad.
Me dormí, eso calma.

 

AMADOR: Pude verte besar a ese hombre vigoroso, joven.
Acabo de comprender mi avaricia.
La juventud está hecha para el deleite de los jóvenes.
Nosotros los vividos, sólo queremos el néctar de los cuerpos vitales.
Caprichoso robo. Yo que lo poseía todo. No he sido capaz de poseerte.
Pude con los mares y los continentes más tenebrosos. Pude con las batallas y los tifones. Pero no pude con la oleada hiriente del desamor. Me perdí, me dejé muerto en la orilla. No tengo ni mi ser. Todo te lo he dejado. Aquí me muero, aquí me voy. En esta noche trémula escucho mi último latido.

 

RELATOR: Epilogo donde los personajes sobrevivientes se despiden, sacan sus conclusiones y entierran el relato.

 

AMADA: Hago este gesto tapándome la boca paran no emitir un grito que me parta en dos como un cuchillo. No quiero quedar dividida. Estoy viva, me toco.
Yo, la que vivía en flotación.
Como un animal acuoso.
Me despierto a la superficie ahora.
Te miro, señor, en el momento de tu desgarro.
Tu agonía despierta la mía.
Tapo la boca con mi mano. La mantengo muda.
Caverna bloqueada, silenciosa mi garganta.
Señor, me habías cuidado y dado calma.
Eso era el amor. Ahora que te vas, caigo en la cuenta de tu ausencia.
El amor es un hombre anciano que cuida esta joven desvalida. Su  manera de vigilar, su mirada tierna mientras yo dormía en el aire.
Ahora he sido expulsada dos veces del vientre.
No tendré calma.

 

MUCHACHO: Hago este gesto con la boca y me muerdo los labios hasta sangrar.
La que amaba desde antes de conocer se me niega.
Todo este camino es vano.
No tengo heroicidad.
Creí ser un salvador y termino como ejecutor de la tragedia.
Tengo el papel torpe que otorga la inexperiencia.
Entonces, después de dolerme tanto, me voy lejos para olvidar este amor que no ha sido. Recorro el mundo para el olvido.
Para olvidar, hago negocios y fortunas. Tengo amantes y soledades.
Y un día lejano me hago viejo y construyo una casa grande.
Una fortaleza para ser precisos.
Ahí tengo todo lo que no necesito.
Mi soledad pavorosa irradiando luz negra.
Un día, salgo de paseo a recorrer la comarca.
En el poblado más próximo, en un balcón. Me deslumbro por la belleza de una joven bordadora triste.
No quiero seguir el relato, aquí lo dejo.
Hago este gesto con mi boca y me muerdo el labio.
Sangra.

 

NEGRO/SIERVA: Hago este gesto frunciendo el ceño y, mientras, abro los ojos y me despierto en el piso inmundo de la cocina.
Pasaron días y la historia está concluida.
Me desperté pesada más allá del final.
Cuando no tiene sentido hacer otra cosa que juntar los restos.
La joven ha escapado lejos, se refugió en un convento.
Al señor se le dio un entierro silencioso bajo un árbol seco que yace junto al lago.
Del muchacho intrépido no supimos el destino.
Y de mí, negro y sierva. Figura de fondo.
Sólo me queda cerrar las puertas, bajar todos los telones, apagar las últimas luces e irme.
No soy más que una presencia de paso.
No me quejo, no tengo el fulgor de la pasión, tampoco la desdicha que conlleva. Soy personaje neutro, funcional.
Hago este gesto frunciendo el ceño mientras abro los ojos y desearía un final certero. Musical, pero no tengo el don de concluir, me han encomendando una responsabilidad que no puedo asumir con gracia.
Me quedo vacía como la casa. Dejo de ser.
Me despido de mí, de ustedes, de todo, de lo que fue y lo que vendrá. Me voy. Adiós. Hasta siempre.

 

 

 

 

 

Leer la obra original de Miguel de Cervantes:

El celoso extremeño