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PERSONAJES

FRAILE JERÓNIMO

MUCHACHO

VIDRIERA

 

 

El Muchacho y el Fraile Jerónimo conversan en voz muy baja ante la puerta cerrada de la alcoba de Vidriera. De vez en cuando otean a través de un pequeño portillo que, en la parte superior de la puerta, hace las veces de mirilla, y observan con detenimiento lo que sucede al otro lado.

FRAILE: Está dormido.

MUCHACHO: No os confiéis, que eso es lo que parece, pero si os fijáis con detenimiento veréis que tiene los ojos abiertos.

FRAILE: Y dices que la culpa de su locura la tuvo un membrillo.

MUCHACHO: Eso me contaron, señor. Un membrillo emponzoñado que a punto estuvo de llevarle de este mundo.

FRAILE: ¿Y quién y por qué podía tener interés en acabar con la vida de un pobre estudiante?

MUCHACHO: Parece que fue cuestión de amores, señor. Una dama de todo rumbo y manejo quedó tan enamorada de él que le ofreció su vida y su hacienda, pero como el licenciado atendía más a sus libros que a otros pasatiempos y en ninguna manera respondía al gusto de la señora, esta determinó conquistar la roca de su voluntad mediante un hechizo venenoso que introdujo en un membrillo toledano.

FRAILE: ¿Y fue ese hechizo lo que acabó con su juicio?

MUCHACHO: Y por milagro no acaba también con su vida ya que al momento de comer el membrillo comenzó a herir de pie y de mano como si tuviera alferecía. Seis meses estuvo en la cama, en los cuales se secó y se puso, como suele decirse, en los huesos, y mostraba tener turbados todos los sentidos. Así que, aunque le hicieron todos los remedios posibles, sólo le pudieron sanar de la enfermedad del cuerpo, pero no de la del entendimiento, porque quedó sano y loco de la más extraña locura que entre las locuras se han visto.

FRAILE: No es el primer desdichado que se cree hecho de vidrio. Es más, te diré, muchacho, que es una locura bastante común. Cuentan que, incluso, un rey francés padeció de este mal.

MUCHACHO: ¿Y habéis sanado a muchos locos, señor?

FRAILE: A muchísimos.

MUCHACHO: ¿Y todos creían ser de vidrio?

FRAILE: No, también he sanado a algunos que se creían perros, a otros que pensaban no tener cabeza, a alguno hecho de manteca, a hombres gatos, a alguna gallina, e incluso a una dama que se pensaba hecha toda ella de agua y que intentaba recogerse las carnes con un cubo. Y aunque dicen que la alabanza propia envilece, te diré, muchacho, que no se me resiste ninguno. Así que a este señor Vidriera también sanaré; le regresaré a su primer juicio, entendimiento y discurso.

MUCHACHO: Pero el señor licenciado Vidriera es único en ingenio, señor, porque dice tales cosas, que si no fuera por los grandes gritos que da cuando se le toca o cuando alguno se le arrima y por el hábito que viste, con lo que da tan claras señales de su locura, que ninguno pudiera creer sino que es uno de los cuerdos más cuerdos del mundo.

FRAILE: Veremos. Abre la puerta, muchacho.

El Muchacho abre la puerta y tras ella aparece Vidriera. Es enjuto, enjutísimo y tiene mal color. Viste una especie de túnica parda ajustada con una cuerda de algodón a la cintura y está enterrado en un montón de paja hasta la garganta, con lo que sólo podemos ver sus brazos que sostienen una larga vara con la que frena todo intento por acercarse a él.

MUCHACHO: Señor licenciado, ¿dormís?

VIDRIERA: No, muchacho, no duermo. No soy tan venturoso, así que aquí prosigo, comido por la envidia.

MUCHACHO: No os comprendo, señor.

VIDRIERA: Todo el tiempo que se duerme se es igual al que se envidia, rapaz. Yo no duermo nunca, así que continúo envidiando. ¿Qué es lo que me quieres?

MUCHACHO: Está aquí el religioso del que os hablé.

VIDRIERA: ¿El Jerónimo?

MUCHACHO: Ese mismo.

VIDRIERA: Dile que pase, muchacho, pero insístele en que no se me arrime. Y mira, de paso, a ver si me preparas, por ventura, alguna naranja que echarme al vidrio.

MUCHACHO: Ahora mismo, señor licenciado.

El Muchacho hace una seña al religioso para que pase al minúsculo cubículo de Vidriera y sale.

FRAILE: Dios os guarde, señor Rodaja.

VIDRIERA: Vidriera. Y que Él os mantenga, Fraile, porque aquí bien poco provecho hallaréis, si no es paja, razones, conceptos, naranjas y alguna que otra ingeniosa sentencia, (lo aparta con la vara.) –y separaos, señor Fraile, que a mí un estornudo me quiebra.

FRAILE: ¿Cómo vais de salud?

VIDRIERA: De salud estoy neutral.

FRAILE: ¿Cómo así?

VIDRIERA: Están encontrados mil pulsos con mi cerebro. (Alejando al fraile con la vara.) –Y hablad desde lejos que acabaréis por romperme. Me dicen que venís a sanarme ¿Acaso sois médico?

FRAILE: No, no lo soy.

VIDRIERA: Mejor. No los sufro.

FRAILE: ¿Y por qué razón?

VIDRIERA: Todas las personas con quien de necesidad tratamos nos pueden hacer algún daño, pero quitarnos la vida sin quedar sujetos al temor del castigo, sólo los médicos. Sólo ellos nos pueden matar y nos matan sin temor y a pie quedo, sin desenvainar otra espada que la de un récipe. ¿Seréis santo, entonces?

FRAILE: No, señor licenciado Rodaja.

VIDRIERA: Vidriera.

FRAILE: Los Jerónimos renunciamos al honor de los altares, tan sólo somos una orden pequeña, humilde, recogida y escondida que va por una senda estrecha. Pasamos la vida orando, cantando y llorando, sirviendo a la Iglesia y aplacando la ira de Dios contra los pecados del mundo.

VIDRIERA: No parece una mala ocupación. Creo que me conviene vuestro oficio, señor fraile. Demás que los religiosos deberíais ser los aranjueces del cielo, la tierra que provee de frutos la mesa de Dios. Pero si no sois médico, ni tampoco santo, ¿cómo pretendéis sanarme de la enfermedad que decís que padezco?

FRAILE: Alguna ciencia y gracia particular dicen que tengo en hacer que los mudos entiendan y, en cierta manera, hablen, y en sanar locos.

VIDRIERA: Y, decidme, ¿allí tenéis paja?

FRAILE: ¿Paja? ¿Dónde?

VIDRIERA: Paja, palea, paleae, lo que se separa del grano, vaya. Allí, donde quiera que viváis los frailes jerónimos.

FRAILE: Pues sí… sí, alguna habrá.

VIDRIERA: No puedo habitar en lugares en los que no haya un pajar cercano, ¿sabéis? Estoy hecho de un vidrio finísimo y el duro suelo me quebraría.

Regresa el Muchacho con una larguísima vara que tiene un cesto amarrado en un  extremo.

VIDRIERA: Disculpadme un momento, señor Fraile, pues veo que aquí llega mi refrigerio, y aunque estoy hecho de vidrio también padezco hambre y sed, como todos los mortales.

El Muchacho alarga la vara con el cesto en el extremo hasta Vidriera.

VIDRIERA: ¿Limpiaste bien la naranja, rapaz?

MUCHACHO: Ya lo creo, señor.

VIDRIERA: ¡Sus, muchacho, sus! Y no me arrimes tanto el cesto, ¡con cuidado, te digo!

Vidriera extrae del cesto con mucho cuidado unos gajos de naranja y come en silencio, con gran concentración. No torna a hablar hasta que no se termina la naranja. El Muchacho recoge la vara y el cesto y sale.

VIDRIERA: He de tener cuidado con lo que como. El vidrio solamente admite las frutas que la sazón del tiempo ofrece. Y estas deben de estar bien limpias, ya que cualquier hilillo o pepita podrían atragantarme y una simple tosecilla convertirme en añicos. Beber no puedo sino es en fuente o río, y eso con las manos; los labios de vidrio no admiten jarro ni vaso, así que estos gajos de naranja son para mí alimento y agua. Mas estaréis cansado de tanta cháchara y ansioso por empezar, podéis preguntarme lo que queráis, señor fraile, que yo responderé con mucho entendimiento, ya que, como os digo, soy hombre de vidrio, que no de carne, y en el vidrio, por ser de materia sutil y delicada, obra el alma con más prontitud y eficacia.

FRAILE: Más me parecéis poeta que licenciado en Leyes, señor Rodaja…

VIDRIERA: Vidriera.

FRAILE:… pues tenéis ingenio para todo.

VIDRIERA: Hasta ahora no he sido tan necio ni tan venturoso.

FRAILE: No entiendo eso de necio y venturoso.

VIDRIERA: No he sido tan necio que diera en poeta malo, ni tan venturoso que haya merecido serlo bueno.

El Fraile acerca recado de escribir y va anotando todo lo que considera oportuno.

FRAILE: Empecemos, si os parece, señor licenciado Rodaja…

VIDRIERA: ¡Vidriera, señor licenciado Vidriera!

FRAILE: Pero tenía entendido que Tomás Rodaja es vuestro nombre.

VIDRIERA: Así me hacía llamar cuando yo era hombre de carne y no de vidrio. Ahora, que soy muy tierno y quebradizo, mi nombre es Vidriera. Puede decirse, sin temor a errar, que acósteme Rodaja y levántome Vidriera, a vuestro servicio. Pero dejemos de una vez esa cuestión y preguntad.

FRAILE: Pues bien, señor licenciado Vidriera: me dicen que sois discreto, sabio y entendido, así que primero de todo, quisiera saber de vos qué opinión os merece el mundo que nos rodea.

VIDRIERA: ¿El mundo? No se me da un ardite.

FRAILE: ¿Y los hombres?

VIDRIERA: Menos, a no ser los niños pequeños y los maestros de escuela.

FRAILE: ¿Los maestros de escuela?

VIDRIERA: Los envidio porque al tratar de continuo con ángeles deben de ser muy dichosos. Al resto de los mortales, por mí, puede llevárselos el demonio.

FRAILE: ¿No hay nadie más que os agrade, entonces?

VIDRIERA: En mi condición de hombre de vidrio he sido perseguido, apedreado, escupido y burlado. A despecho de mis ruegos y voces he sido maltratado, se me han arrojado, trapos, nabos, pellas de barro y aun trozos de teja y cantos rodados, por ver si me descalabraban. Comprenderéis, pues, que no tenga en mucha estima al género humano, tan cruel que maltrata a inocentes y que disfruta con el sufrimiento y el escarnio de los débiles, sean animales, niños, ancianos u hombres de vidrio.

FRAILE: Pero el hombre también es capaz de grandes y hermosas acciones.

VIDRIERA: No niego que alguno bueno haya; aún entre los demonios hay unos peores que otros, y entre muchos malos hombres suele haber alguno bueno. Yo, la verdad, pocos buenos he conocido.

FRAILE: ¿No estimáis, entonces, a los artistas, a los poetas?

VIDRIERA: Estimo en mucho la ciencia de la poesía, pero a los poetas no tengo en ninguna estimación, ya que son tan pocos los buenos que casi no hacen número, y así, como si no los hubiese, no los estimo. Admiro y reverencio la ciencia de la poesía porque encierra en sí todas las demás ciencias, de todas se sirve, de todas se adorna, y pule y saca a luz sus maravillosas obras, con que llena el mundo de provecho, de deleite y de maravilla. Los malos poetas, que son los más, no son sino unos churrulleros, la idiotez y la arrogancia del mundo, que maltratan y torturan a la desdichada ciencia poética. Y otro tanto os diré de los pintores, que los buenos, pocos, imitan a la naturaleza, pero los malos, muchos, la vomitan. En cuanto a los músicos, los más primero murmuran que cantan, ya que no hay oficio más maldiciente ni lenguas más malignas que las de ellos. Esa es mi opinión, ya que me habéis preguntado.

FRAILE: (Sin dejar de anotar.) –Tengo entendido que sois hombre viajado y conocedor de lejanas tierras.

VIDRIERA: Las luengas peregrinaciones hacen a los hombres discretos, amigo fraile, y el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho. Cuando yo era hombre de carne, y no de vidrio, como agora, tuve ocasión de recorrer muchos caminos. También he gustado de la extraña vida del mar, si es que así puede decirse, ya que en aquellas marítimas casas lo más del tiempo maltratan las chinches, roban los forzados, enfadan los marineros, destruyen los ratones y fatigan las maretas. He visitado Génova, Roma, Nápoles, la mejor ciudad del mundo, Sicilia, la sin par Venecia, Ferrara, Parma, Milán, también pasé a Flandes, viendo cosas que son maravilla, y por Francia volví a España. Y, en fin, después de ver tanto mundo, llegué de nuevo a Salamanca donde me gradué de licenciado en Leyes.

FRAILE: Veo, pues, que estáis más que acostumbrado a hacer difíciles y pesados caminos.

VIDRIERA: Ningún camino hay malo como se acabe, si no es el que va a la horca.

FRAILE: Pues difícil, pesado y doloroso va  ser este camino que conduce a vuestra curación.

VIDRIERA: Más para vos que para mí, fraile, ya que nunca escuché de nadie que consiguiera transformar el vidrio en carne.

FRAILE: Perdonadme por anticipado.

VIDRIERA: Estáis perdonado.

FRAILE: No quisiera haceros mal.

VIDRIERA: Pues no me le hagáis.

FRAILE: Permitid que os de un abrazo antes de comenzar.

VIDRIERA: (Gritando aterrorizado y golpeando al fraile con la vara para impedir que se le acerque.) – ¡Tuso, señor fraile! ¡Tuso! ¡No me toquéis! ¿Estáis loco?

FRAILE: No seáis tozudo, señor licenciado, y dejaos abrazar sin miedo, que veréis que sois hecho de carne y no de vidrio.

VIDRIERA: ¡Muchacho! ¡Cristóbal, Cristobalillo! ¡Tuso, tuso! ¡Ven, rapaz, que me quiebran! ¡Socorro! ¡Que me rompen en mil pedazos! ¡Socorro! ¡A mí! ¡Cristóbal!

Vidriera cae desmayado al tiempo que entra muy alborotado el Muchacho.

MUCHACHO: ¡Señor Vidriera! ¿Qué es esto? ¡No lo toquéis, señor Fraile! ¡Válame Dios, que ya le ha dado el desmayo! ¿Qué habéis hecho?

FRAILE: Tan sólo he querido darle un abrazo como inicio de su curación.

MUCHACHO: ¡Un abrazo, ni más ni menos!

FRAILE: Con locos tan pertinaces a veces hay que usar de remedios extremos.

MUCHACHO: Pues tened por cosa cierta que no ha de volver en sí antes de cuatro horas, tan grande es el espanto que causa en su alma la posibilidad de quebrarse.

FRAILE: A grandes males, grandes remedios, y esto no ha hecho más que empezar.

MUCHACHO: Vos sabréis mejor que yo.

FRAILE: Así es, en efecto, muchacho. Aprovechemos este tiempo para conversar, tengo un sin número de cuestiones que averiguar contigo sobre el licenciado Tomás Rodaja, empezando por saber si ese es su verdadero nombre.

MUCHACHO: Por lo que tengo entendido, nadie lo sabe con certeza, señor.

FRAILE: ¿No se sabe nada de sus padres, de su patria?

MUCHACHO: Apareció un buen día, siendo un muchacho de muy pocos años, dormido en las riberas del Tormes. Preguntado que de adónde era, respondió que el nombre de su tierra se le había olvidado, y que el de sus padres no sabría ninguno hasta que él pudiera honrar a ellos y a ella.

FRAILE: (Anotando cuanto dice el Muchacho.) –Y, ¿de qué suerte los pensaba honrar?

MUCHACHO: Con sus estudios, siendo famoso por ellos.

FRAILE: ¿Sabía leer o escribir?

MUCHACHO: Las dos cosas, señor.

FRAILE: ¿Y sus ropas?

MUCHACHO: Muy modestas. Pensaron que sería el hijo de algún labrador pobre, así que dos caballeros le tomaron a su cargo como criado y a cambio le dieron estudios en Salamanca. Al parecer, en seguida dio muestras de tener raro ingenio. Finalmente se hizo tan famoso en la universidad por su discreción, inteligencia y notable habilidad, que de todo género de gentes era estimado y querido.

FRAILE: ¿Y de qué cursó estudios?

MUCHACHO: Su principal estudio fue de leyes, pero en lo que más se mostraba era en letras humanas. Dicen que tenía tan felice memoria que era cosa de espanto, e ilustrábala tanto con su buen entendimiento, que no era menos famoso por él que por ella.

FRAILE: Bien se echa de ver que de aquellos polvos vinieron estos lodos, ya que es sabido que el mucho estudio y la lectura sin freno estimulan la imaginación reblandeciendo el cerebro de los hombres. No son locos, ni poetas, ni hombres leídos lo que precisa la república, sino gentes obedientes, serviciales, trabajadoras y bien dispuestas. Toma ejemplo de este caso, muchacho, que el mucho pensar acaba con la cordura. Dios nos ha puesto a cada uno en el lugar que nos corresponde y nos castiga si queremos ser contrarios a sus designios y salirnos del redil. Dejemos que estudie el que su nacimiento ha predispuesto para ello y que sirva el que nació para servir. Todo lo demás son zarandajas, ir contra la naturaleza y ofender a Dios.

MUCHACHO: Pero señor, desde que el licenciado se tornó en hombre de vidrio de pies a cabeza, dio todavía muestras de mayor entendimiento. Vienen toda condición de gentes a visitarle y le preguntan muchas y difíciles cosas, a las cuales siempre responde espontáneamente con grandísima agudeza de ingenio, cosa que no deja de causar admiración a los más letrados de la universidad, a los profesores de la medicina y filosofía…

FRAILE: Paparruchas. Yo hasta ahora tan sólo le he escuchado unas cuantas sentencias graciosas y bien hiladas, nada que encierre un entendimiento fuera de lo común. Tú, como muchacho ignorante que eres, de cualquier cosa que escuchas te quedas admirado y pasmado. Sabiduría de baratillo, gracias de bufón, razones propias de gente simple y poco más

VIDRIERA: (Como entre sueños.) –Lenguas murmuradoras, sois como las plumas del águila…

FRAILE: ¿Ha despertado ya?

MUCHACHO: (Se acerca, pero con mucho cuidado de no rozar a Vidriera.) –No, continúa dormido, pero habla en sueños.

VIDRIERA: (Como entre sueños.) –… que roéis y menoscabáis todas las de las otras aves que a vosotras se os juntan.

FRAILE: ¿Y qué murmura?

MUCHACHO: Cosas de aves.

VIDRIERA: ¡Ay, sueño, ay! ¡Alivio de las miserias para los que las sufren despiertos! ¡Ay! ¡Ay!

FRAILE: ¿Y ahora?

MUCHACHO: Se queja.

VIDRIERA: (Con un hilillo de voz.) –Sed… me abraso…

MUCHACHO: Señor licenciado, ¿queréis otra naranja?

FRAILE: ¿Ha despertado?

MUCHACHO: Eso parece.

VIDRIERA: Me abraso, muchacho, naranjas, naranjitas…

MUCHACHO: Tiene sed. Corro a por naranjas.

El Muchacho sale con prisa. El Fraile se va acercando muy poco a poco.

FRAILE: Señor licenciado, ¿me oís? (Silencio, el Fraile se acerca un poco más.) –Señor Vidriera… ¿estáis despierto? (Silencio. El Fraile continúa acercándose.) –Señor Vidriera…

VIDRIERA: (Abriendo un ojo y blandiendo otra vez la vara.) –Alto ahí, señor Fraile, ni un paso más. Si vuestro remedio va a consistir en cercanías y en abrazos, más vale que os regreséis por donde habéis venido. En cuanto a vuestra opinión sobre mi ingenio y mis razones, os he de decir, aun a riesgo de parecer un malcriado, que se me da una higa.

FRAILE: Veo que ya habéis regresado al mundo de los vivos. Me alegro.

VIDRIERA: Se me da una higa vuestro contento.

FRAILE: Hermano Vidriera, ¿no hemos de ser amigos?

VIDRIERA: No.

FRAILE: ¿No queréis sanar?

VIDRIERA: No me siento enfermo.

FRAILE: ¿No os parece suficiente enfermedad vuestra locura?

VIDRIERA: Prefiero no contestaros.

Vuelve a entrar el Muchacho con la vara y el cesto.

MUCHACHO: Aquí estoy, señor Vidriera, con las naranjas.

VIDRIERA: Dios te lo pague, rapaz.

El Muchacho acerca el cesto a Vidriera, que saca unos cuantos gajos de naranja de su interior y los chupa y masca extrayendo todo el jugo. Después hace una seña al muchacho de que se retire y este sale.

FRAILE: ¿Os sentís mejor?

VIDRIERA: Ya no tengo sed, si es que es eso lo que preguntáis.

FRAILE: Podemos proseguir cuando deseéis.

VIDRIERA: ¿Con los abrazos?

FRAILE: No me acercaré más si no queréis.

VIDRIERA: No quiero.

FRAILE: Me quedaré aquí, retirado de vos y solamente anotaré lo que me digáis.

VIDRIERA: No me fío.

FRAILE: Soy hombre de palabra.

VIDRIERA: (Tras una pausa, durante la que sopesa las intenciones del Fraile.) – ¿Me prometéis, fraile, que no volveréis a abrazarme?

FRAILE: Os lo prometo.

VIDRIERA: Bien, podéis preguntarme, entonces; aunque ya he podido escuchar que no tenéis en mucho mis razones.

FRAILE: No me malinterpretéis, os lo ruego.

VIDRIERA: Y vos no me toméis por idiota, que aunque de vidrio, no soy tan frágil que me deje ir con la corriente del vulgo, las más veces engañado.

FRAILE: Me estoy empezando a barruntar que más tenéis de bellaco que de loco.

VIDRIERA: Pues también eso se me da una higa, como no tenga nada de necio.

FRAILE: Para poder iniciar un tratamiento necesitaría, todavía, saber más de vos.

VIDRIERA: Pocos más misterios encierro. Nací pobre, viví pobre, comí un membrillo, mi carne se transformó en vidrio y aquí estoy, enterrado en paja y dejando pasar el tiempo. Aunque tengo miedo de las tormentas y de que me caiga un rayo encima, en verano procuro andar libremente por los campos, pues la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad se puede y debe aventurar la vida. Cuando llega el frío me recojo en un pajar; si tengo hambre como alguna fruta que ese muchacho, por amor a mi persona, me sirve. Me visitan muchos y, en ocasiones, también me traen libros que leer, y que agradezco, ya que no hay libro tan malo que no tenga algo bueno. Procuro hacer lo que quiero sin hacerle mal a nadie. Converso mucho y duermo poco. Escucho a mi alma en este recipiente de vidrio y la dejo hablar. Me preguntan y contesto. Eso es todo, Fraile.

FRAILE: ¿Y Dios?

VIDRIERA: ¿Qué sucede con Dios?

FRAILE: ¿Qué lugar ocupa Dios en vuestra vida?

VIDRIERA: Dios me convirtió en vidrio, me hizo sutil y delicado para que mi alma pudiera obrar.

FRAILE: Me parece a mí más bien que vuestra locura no es obra de Dios, sino del demonio.

VIDRIERA: Dicen que los niños y los locos siempre decimos la verdad y donde está la verdad está Dios.

FRAILE: Los niños y los locos también dicen muchas necedades y no pocos embustes.

VIDRIERA: Aunque esté contenida en un vidrio, la verdad adelgaza y no quiebra y siempre nada sobre la mentira como el aceite sobre el agua.

FRAILE: Estaríais mejor recogido en algún lugar de caridad, en algún lugar donde se os vigile y se os trate, y donde pudieseis regresar a Dios y servirle con propiedad, alejado de esos libros que os son tan perniciosos.

VIDRIERA: Todos los nacidos han de ser libres, y no esclavos, ni hijos de esclavos. Libre soy y libre quiero permanecer.

FRAILE: Pero estaríais en contacto con Dios, y sería más fácil sanaros; estaríais alimentado, vestido y cuidado.

VIDRIERA: Y encerrado.

FRAILE: Atendido y vigilado.

VIDRIERA: Ya tengo quien me atienda y me alimente, y no por caridad ni amor a Dios, sino por amor a mi persona.

FRAILE: A la vista de la gravedad de vuestra locura, yo poca cosa puedo hacer por vos.

VIDRIERA: Yo no os lo he pedido.

FRAILE: Pues, entonces, nada me queda por hacer aquí.

VIDRIERA: Pues adiós muy buenas.

FRAILE: ¿No queréis entrar en razón, entonces?

VIDRIERA: ¿No decís que estoy loco? Pues difícilmente podré entrar en algo que me falta.

FRAILE: En el hospital podré trataros con baños calientes y duchas frías, podré aplicaros sanguijuelas y sangrías cerca del cerebro…

VIDRIERA: Lo vais mejorando, sólo eso me faltaba. ¡Cristobalillo! ¡Ven a acompañar al señor Fraile, que ya se marcha!

FRAILE: Os trataría con el mismo cuidado y dedicación que a los príncipes y señores principales a los que he tenido ocasión de sanar.

VIDRIERA: Me fatigáis, Fraile. ¡Cristobalillo! Os agradezco vuestro interés, pero creo que deberíamos dar por concluida esta visita.

FRAILE: ¿No hay manera de convenceros?

VIDRIERA: No.

FRAILE: ¿Y si os llevo por la fuerza?

VIDRIERA: Os tundo con la vara.

Entra el Muchacho.

FRAILE: Pues me marcho, entonces. Quedaos con Dios.

VIDRIERA: Y que Él os guarde. Al salir, si me hacéis el favor, cerrad la puerta. Entra un vientecillo traicionero y no quisiera arromadizarme.

FRAILE: Adiós, señor licenciado Vidriera.

VIDRIERA: Adiós, señor Fraile.

El Fraile sale de la alcoba y cierra tras sí la puerta.

MUCHACHO: ¿No habéis conseguido curar al licenciado, señor?

FRAILE: Todavía.

MUCHACHO: ¿Volveréis mañana?

FRAILE: No estimo que sea necesario.

MUCHACHO: Os acompaño a la salida, señor.

FRAILE: No, hijo, todavía no me marcho.

MUCHACHO: ¿No?

FRAILE: No, Muchacho. Acércame una banqueta.

El Muchacho hace lo que se le ordena. El Fraile se sienta y saca de su morral un breviario, una yesca, un pedernal, un eslabón y un pedazo de estopa.

MUCHACHO: No comprendo bien, señor fraile.

FRAILE: Ni falta que te hace, rapaz. Abre bien los ojos, ya que ahora es cuando va a comenzar a obrar mi ciencia. Trae una tranca.

MUCHACHO: ¿Una tranca?

FRAILE: Sí, y que sea fuerte; que se quede la puerta tan bien trabada que le sea imposible al licenciado abrirla desde dentro.

MUCHACHO: Pero…

FRAILE: Sin rechistar y sin tiempo que perder… ¡Corre!

El Muchacho sale corriendo.

FRAILE: (Sacando un crucifijo del morral y persignándose.) –Per signum Sanctae crucis, de inimicis nostris, libera nos, Domine Deus noster, In nomine Patris, et Filii, et Espiritus Sancti. Amen.

Entra el Muchacho con un grueso palo y entre los dos atrancan la puerta del licenciado mientras el Fraile, impasible, continúa orando y cantando.

FRAILE: (Canta.) –Memorare, O piisima Virgo Maria, nos ese auditum a saeculo, quemquam ad tua currentem praesidia, tua implorantem auxilia, tua petentem suffragia, ese derelictum.

El Fraile, sin dejar de orar y cantar, prende el trozo de estopa con ayuda del pedernal, el eslabón y la yesca. Abre el portillo y arroja la estopa ardiendo dentro de la alcoba, ante el estupor del muchacho.

VIDRIERA: (Dentro.) – ¿Qué es esto? ¡La paja! ¿Sois vos, señor Fraile? ¡La paja! ¡Se prende la paja!

FRAILE: (Canta.) –Ego tali animatus confidentia, ad te, Virgo Virginum, Mater, curro ad te venio, coram te gemens peccator assisto…

Del interior del habitáculo de Vidriera empieza a salir humo. El Fraile continúa con sus rezos y sus cánticos, el muchacho observa paralizado por el terror.

VIDRIERA: (Dentro.) – ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Socorro! ¡Fuego! ¡Cristobal! ¡Cristobalillo!

MUCHACHO: Por el amor de Dios, señor Fraile, dejadme abrir esa puerta.

FRAILE: Noli, Mater Verbi, verba mea despicere, sed audi propitia et exaudiAmen.

Mientras canta, el fraile cierra el paso al muchacho y abre el portillo para intentar observar el interior de la alcoba, de donde surge un espeso humo blanco.

VIDRIERA: (Dentro.) – ¡Socorro! ¡Fuego, fuego, que me abraso! ¡Que me asfixio!

MUCHACHO: ¡Señor Fraile, os lo ruego, dejadme abrir la puerta!

FRAILE: Ya te dije que a grandes males grandes remedios, rapaz. El mal es grande, pero ya verás como con este remedio sana nuestro licenciado.

VIDRIERA: (Dentro.) – ¡¡Socorro!! ¡¡Misericordia!!

FRAILE: (Sin dejar de mirar por el portillo, intenta disipar el humo con la mano.) –No temáis señor Vidriera, recordad que sois de vidrio y no de carne.

     Un golpetazo desde dentro hace temblar la puerta.

VIDRIERA: (Dentro.) – ¡Abrid! ¡Abrid!

FRAILE: (Impasible y sin dejar de mirar por el portillo.) –Si os seguís golpeando contra la puerta os vais a quebrar, señor licenciado.

Otro golpe, y otro más, y otro, cada vez con más fuerza. Desde dentro Vidriera aúlla de terror. El Muchacho observa la escena paralizado.

VIDRIERA: (Dentro.) – ¡Abrid, fraile de Satanás! ¡Piedad! ¡Misericordia!

    Otro golpe.

FRAILE: ¿No pensáis, señor licenciado, que si realmente estuvieseis hecho de vidrio, ya estaríais convertido en añicos? ¿Cuál es tu parecer, Muchacho?

     Otro golpe. El Muchacho no sabe qué hacer.

FRAILE: ¿Qué me decís? ¿Tengo o no tengo razón, señor Redoma?

            Otro golpe.

FRAILE: Reconocedme que si en verdad fueseis de vidrio no podríais golpearos con esa saña. Reconocedme que tenéis nublado el entendimiento. Reconoced que vuestros delirios son obra de Satanás y que sois de carne y no de vidrio.

VIDRIERA: (Dentro.) – ¡Abrid, por lo que más queráis!

FRAILE: No, hasta que no reconozcáis que estáis hecho de carne.

  Otro golpe. Bajo la puerta y por el portillo cada vez sale más humo.

VIDRIERA: (Dentro, con un hilillo de voz.) – ¡Soy de carne!

FRAILE: No os escucho bien, señor licenciado Rodaja. ¿De qué decís que estáis hecho?

VIDRIERA: (Dentro, más alto.) – ¡De carne! ¡Soy de carne!

FRAILE: ¿Cómo?

VIDIERA: (Dentro, muy alto.) – ¡De carne, hijo de puta! ¡¡DE CARNE!!

FRAILE: ¿Podéis repetirlo, por favor?

VIDRIERA: (Dentro.) –Por Dios bendito os juro que estoy hecho de carne y no de vidrio.

FRAILE: Ayúdame a abrir, muchacho.

Entre el Muchacho y el Fraile quitan la tranca y abren la puerta, de donde sale un espesísimo humo. Vidriera, exhausto, cae derrumbado entre arcadas y toses.

FRAILE: Corre a por agua, muchacho, pero en un jarro, como es debido. (El Muchacho sale.) –Señor Rodaja, no me estaréis engañando, ¿verdad?

VIDRIERA: El que está para morir siempre suele hablar verdades, Fraile. Soy de carne, soy de carne.

El Muchacho regresa con un cubo y un jarro de agua que el fraile acerca a los labios de Vidriera. El licenciado bebe con ansia. Mientras, el muchacho arroja el agua del cubo al interior del habitáculo de Vidriera con intención de apagar el fuego.

FRAILE: Alabado sea Dios, siempre bendito y alabado. Gracias a su infinita misericordia podemos decir que estáis curado, señor licenciado Tomás Rodaja. Ahora veremos si en verdad tantos hombres sabios apreciaban vuestro talento o si tan sólo os preguntaban para mofarse de vos. Ahora veremos si sois un pozo de sabiduría o un simple bufón. Veremos si tenéis conocimiento o si habéis sido un divertimento. Ahora, por fin, sabremos lo que Dios os tiene deparado.

La habitación se oscurece. El Fraile torna a cantar dándole gracias a Dios. El Muchacho se adelanta.

MUCHACHO: Así como el Fraile vio sano al señor licenciado Vidriera, le vistió como letrado y le hizo establecerse en la Corte, adonde, con dar tantas muestras de cuerdo como las había dado de loco, podía usar su oficio y hacerse famoso por él.

VIDRIERA: Señores, yo soy el licenciado Vidriera, pero no el que solía: soy ahora el licenciado Rueda. Sucesos y desgracias que acontecen en el mundo por permisión del cielo me quitaron el juicio, y las misericordias de Dios me le han vuelto. Por las cosas que dicen que dije cuando loco, podéis considerar las que diré y haré cuando cuerdo. Yo soy graduado en Leyes por Salamanca, adonde estudié con pobreza, de do se puede inferir que más la virtud que el favor me dio el grado que tengo. Aquí he venido a este gran mar de la Corte para abogar y ganar la vida; pero si no me dejáis, habré venido a bogar y granjear la muerte: por amor de Dios que no hagáis que el seguirme sea perseguirme y que lo que alcancé por loco, que es el sustento, lo pierda por cuerdo. Lo que solíades preguntarme en las plazas, preguntádmelo ahora en mi casa, y veréis que el que os respondía bien, según dicen, de improviso os responderá mejor de pensado.

MUCHACHO: Escucháronle todos y dejáronle algunos. Volvióse a su posada con poco menos acompañamiento que había llevado. Salió otro día…

VIDRIERA: Señores, yo soy el licenciado Vidriera, pero no el que solía: soy ahora el licenciado Rueda. Sucesos y desgracias que acontecen en el mundo por permisión del cielo me quitaron el juicio, y las misericordias de Dios me le han vuelto…

MUCHACHO:… y fue lo mismo; hizo otro sermón, y no sirvió de nada. Perdía mucho y no ganaba cosa, y viéndose morir de hambre, determinó de dejar la Corte y marcharse a Flandes, donde pensaba valerse de las fuerzas de su brazo, pues no se podía valer de las de su ingenio, y ganarse el sustento con la guerra.

VIDRIERA: ¡Oh, Corte, que alargas las esperanzas de los atrevidos pretendientes y acortas las de los virtuosos encogidos, sustentas abundantemente a los truhanes desvergonzados y matas de hambre a los discretos vergonzosos!

MUCHACHO: Esto dijo y se fue a Flandes, donde la vida que había pensado eternizar por las letras la acabó eternizando por las armas, dejando fama en su muerte de prudente y valentísimo soldado.

Y una tremenda explosión hace el OSCURO.

 

Leer la obra original de Miguel de Cervantes:

El licenciado Vidriera