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Yo, que tenía entonces el juicio, no en la cabeza, sino en los carcañares.

El casamiento engañoso, Miguel de Cervantes

Con un buen golpe de suerte todo se acabó.

Perra vida, Soziedad Alkoholika

PERSONAJES

PERALTA

CAMPUZANO

ESTEFANÍA

LORENZO

VICENTE

EL TASADOR

 

 

UNO

Bar de carretera situado en un área de servicio abierto las veinticuatro horas. Espacio deslucido; nada de vintage, es viejo a secas. La iluminación duele, hace que la vista se fuerce. Las chuletillas de cordero a la plancha no están mal, es una opción. De hecho es la única opción. El resto sabe a rayos. Ahora se están sirviendo desayunos. Amanece. Peralta se está tomando un café, habla por el móvil. Campuzano le ronda y se le va acercando muy lentamente.

 

PERALTA: No, Jorge, no me jodas. (Pausa.) –Sí, no sé, serían las (se despega el móvil de la oreja y mira la hora. Se lo vuelve a colocar.) –dos de la mañana, más o menos, hace cuatro horas o por ahí. El tío estaba muy nervioso. ¿Después? Pues después ya se tranquilizó. (Pausa.) –No, no la llevo encima. Está en la guantera. Que estoy tomando un café, eres un trastornado. Y lo estoy viendo. ¡Por las cristaleras! Es un bar de carretera, no un búnker, ¿sabes? (Pausa.) –En cualquier parte, a saber dónde es esto. Yo creo que, con buen tráfico, en tres horas me planto allí. (Pausa.) –Claro que no, al tipo no le gusta exhibirse. Es un falena, se mueve de noche. (Pausa.) –No.

Llegué justo a tiempo. Estaba recogiéndolo todo, metiendo sus cuatro mierdas en el coche. Un BMW 520 granate, no escatima, ¿eh? Ya te digo, se llevó un buen susto. ¿Qué? Papeles, muchos papeles. No. En el coche también. Yo qué sé… no soy notaria, ¿sabes? Para eso estás tú, ¿sabes? (Pausa.) –Sí, se iba con el crío. (Pausa.) –Pues un crío, cuatro, cinco, seis, siete años. ¿Qué más da? (Pausa.) –No, no, no. Yo he hecho lo mío, eso no entraba. Eso no entraba. No, Jorge. Eso no entraba. Por eso sigue en la guantera.

CAMPUZANO: Eh, ¿tienes un pavo?

PERALTA: Tres horas. Dos y media si le aprieto. No conviene. Lo que nos faltaba es que me parasen los picoletos.

CAMPUZANO: Algo. Un pavo. Estoy seco.

PERALTA: (Al teléfono.) –¡Eres muy pesado!

CAMPUZANO: Con poco me arreglo.

PERALTA: Nos vemos en un rato. Más vale que te tranquilices. (Corta la comunicación. En dirección al teléfono.) –Tómate un Trankimazin, gilipollas. (A Campuzano.) –Lárgate.

CAMPUZANO: Joder, un pavo, no me seas miserias. Invítate a algo. Un cigarro. Algo. Lo suyo a estas horas sería un cruasán pero prefiero priva.

PERALTA: Mira, compañero, o te largas o te largo.

CAMPUZANO: ¿Qué le picaba al del teléfono?

PERALTA: Te doy diez segundos para que desaparezcas de aquí. Cinco.

CAMPUZANO: Vamos, Peralta, no me jodas.

Pausa.

PERALTA: ¿Quién eres?

CAMPUZANO: Hombre, tú verás. Ronda, muy bonita y con una gente muy cordial.

PERALTA: ¿Qué?

CAMPUZANO: El fin de semana aquel con los lugareños, Peralta; la camioneta de la lavandería…

Pausa.

PERALTA: ¿Cam… Campuzano?

CAMPUZANO: Coño.

PERALTA: ¡Campuzano! Pero qué haces tú aquí.

CAMPUZANO: Ya ves. Lo mismo que tú. No, lo mismo que tú no.

PERALTA: ¿Estás…?

CAMPUZANO: ¿Qué?

PERALTA: Muy cambiado.

CAMPUZANO: Nos ha jodido mayo, Peralta. Nos ha jodido mayo.

PERALTA: Joder, estás hecho un…

CAMPUZANO: Y tú una señoritinga.

PERALTA: No me esperaba verte. No me esperaba verte así.

CAMPUZANO: Anda esta. Y yo a ti así tampoco. A mí con mojigangas, no te lo pierdas.

PERALTA: ¿Y… y eso?

CAMPUZANO: Nada que no se me pase. O que se me pase. Es lo que tiene. Dormir ahí fuera te quita toda la tontería de un plumazo.

PERALTA: ¿Duermes…?

CAMPUZANO: Duermo. Que no es poco.

PERALTA: Al raso, quiero decir.

CAMPUZANO: ¿Tú qué crees, Peralta?

PERALTA: Joder. ¿Y eso?

CAMPUZANO: Cambia la preguntita. Yo qué sé. Como cuando estábamos de maniobras, ¿no? Bah. Hace un frío de pelotas. Mal, mal de cojones. Tener que camuflar este frío… Procuras coger postura, pero se pasa mal.

PERALTA: Me imagino.

CAMPUZANO: No, ni puta idea. Vaya, se agradece la empatía.

PERALTA: ¿Quieres algo?

CAMPUZANO: Un carajillo me calentaría las tripas.

PERALTA: (Dirigiéndose fuera de escena.) –Un carajillo. Bien de brandy.

CAMPUZANO: ¿Brandy? ¿Qué somos, Peralta? ¿Bailarinas?

PERALTA: (Hacia fuera otra vez.) –Orujo.

CAMPUZANO: Orujo, orujo. ¿Y tú?

PERALTA: Voy servida.

CAMPUZANO: ¿Que a dónde tiras? Nadie para en este tugurio por gusto.

PERALTA: Al sur.

CAMPUZANO: ¿Y qué tienes tú por allí, pataliebre?

PERALTA: Nada, negocios.

CAMPUZANO: Una potentada. Quién lo iba a decir.

PERALTA: No.

CAMPUZANO: Que nos conocemos, Peralta. Cagondiós. Y no, que no, que no, que no, no te voy a preguntar. O sí. ¿Qué es de tu vida, mujer? ¿Qué haces?

PERALTA: Poca cosa.

CAMPUZANO: De otro, pues mira, me lo creo. De otro pues mira. ¿Pero de ti? ¿Tú poca cosa?

PERALTA: Me busco la vida. No me va mal.

CAMPUZANO: ¿A qué te dedicas?

PERALTA: Soy comercial.

CAMPUZANO: ¿Y eso qué es?

PERALTA: Vendo cosas, Campuzano.

CAMPUZANO: Ya, eso ya lo sé. Un comercial comercia. Vende cosas. Eso lo sé. ¿Pero qué haces?

PERALTA: Lo que me dejan.

CAMPUZANO: Joder con la cucharita, Peraltita. Joder con la cuchara.

PERALTA: Mira, según el mes. No está la cosa como para ponerse exigente.

CAMPUZANO: Ya, ya.

PERALTA: Joder, no quería…

CAMPUZANO: ¡Bueno con la condesa! Ahora se me disculpa. ¡Que soy yo, coño! Más guapo, pero yo. No te me pongas remilga tú a mí, ¿eh?

PERALTA: Ya, ya, ya, es que…

CAMPUZANO: ¡Que qué haces!

PERALTA: A veces, chófer.

CAMPUZANO: Que tienes chófer.

PERALTA: No. Que soy chófer a veces.

CAMPUZANO: No, si te he entendido, pero es que tú estás para tener chófer. La que tienes que tener chófer eres tú. Coño. Que no se enteran. ¿Y qué? ¿Muchos ministros?

PERALTA: Del Ministerio de la Argamasa.

CAMPUZANO: ¿Curritos?

PERALTA: De la construcción. Yo les llevo.

CAMPUZANO: ¿Y quién paga?

PERALTA: Ellos. Un pellizco de lo que ganan.

CAMPUZANO: ¿Mucho extranjero, no?

PERALTA: Imagínate. Menuda fauna.

CAMPUZANO: ¿Cómo era? ¿Norte, Sur, Oeste y…?

Pausa.

PERALTA: ¿Este?

CAMPUZANO: ¡Por el culo te la estrujo! Cuidado con los del este, moza. ¿Y este mes?

PERALTA: ¿Qué?

CAMPUZANO: Este mes, que aquí no estás de chófer y tú me dirás. Coño con los extranjeros. ¿Te acuerdas de Rojas?

PERALTA: ¿El capitán Rojas?

CAMPUZANO: Ese. El coñazo que nos dio con los moros, ¿te acuerdas?

PERALTA: Sí, sí, claro.

CAMPUZANO: ¡Rojas! Bien que nos daba la brasa con que si nos encontrábamos con los morunos había que quedar bien con ellos y comportarse con educación y hospitalidad. Puto Rojas.

PERALTA: Sí.

CAMPUZANO: Y vinieron los moros, gabachos ellos, vaya si vinieron. De Fort Trinquet. La primera media hora nos aguantaron el ritmo, pero al final… en vez de sus sombreros coloniales llevaban las gorras de La Legión como si fueran flamencas. ¿Y la bronca que le echaron al Moliera? ¿Eh?

PERALTA: Sí, esa fue buena.

CAMPUZANO: (Interrumpiéndole.) –La aguantó firme como un palo el tío, y tocando con los dedos el ala del sombrero colonial. Se parecía al Lawrence de Arabia recién alistado. No te jode, los moros esos se beben nuestro mollate, se fuman nuestros canutos, se colocan y el rapapolvo nos lo llevamos nosotros. ¡Nos lo llevamos nosotros, Peralta! Eso nos pasa por alternar con sarracenos. Menos tú, tú le plantaste cara al capitán Rojas. Te costó tres semanas en el calabozo. Pero ahí. Tú. Con un par. Defendiendo al Moliera. Tú no eres poca cosa, Peralta, no me jodas. ¿Qué coño haces de chófer?

Súbitamente Campuzano se echa a ladrar. Suena el móvil de Peralta. Campuzano continúa ladrando in crescendo.

PERALTA: (Contesta, a punto de perder los nervios.) –¡Qué! Que estoy a tomar por culo, ¿cómo quieres que te lo diga? Relájate, hostia. Te digo que está en el coche. ¡Que te den!

Cuelga. Campuzano deja de ladrar. Silencio.

PERALTA: Hostia puta. ¿Pero qué te pasa?

CAMPUZANO: Perdona, perdona, Peralta. A veces me pasa.

PERALTA: (Mirando a los pocos clientes que hay a esas horas en el bar. Hacia fuera del escenario.) –¡No pasa nada! A lo suyo, señora.

CAMPUZANO: Joder. Estoy mal, Peralta, coño. Estoy mal.

PERALTA: Hostia puta, qué susto, joder.

CAMPUZANO: ¿No oyes a esos cabrones, verdad?

PERALTA: ¿Qué cabrones?

Pausa. Cauteloso.

CAMPUZANO: Los perros.

Pausa.

PERALTA: ¿Qué perros?

CAMPUZANO: Un labrador y un chihuahueño. Ese es chiquito. Pero es muy cabrón el chihuahueño. Diría que el que más. A veces vienen con compañías y entonces ya te cagas. Estaba ahí fuera hace no mucho y gruñían, se peleaban por una piltrafa. Les arrojé una piedra, por joder, porque eran chuchos y a los chuchos se les puede joder sin que te jodan ellos a ti. Bueno, eso era antes, a mí se me acabó el chollo de joder a los chuchos, los pichichos me tratan de tú, ¿comprendes?

PERALTA: No.

CAMPUZANO: Cogí un canto y se los tiré. Rebotó en uno. Me miró y me dijo…

Pausa.

PERALTA: No sé de qué coño me hablas, Campu.

CAMPUZANO: Ya.

Pausa.

PERALTA: ¿Por qué no te buscas un albergue?

CAMPUZANO: No me gustan. En alguno sí he estado, pero no me gusta juntarme, ya sabes. Mucho gallo. Que les follen.

PERALTA: Así no puedes estar, no me jodas.

CAMPUZANO: Bah. No creas. Sí que se puede. No teníamos miedo entonces y no lo tengo ahora. Bueno, a la muerte un poco. Soy el novio de la muerte pero a la muerte un poco. Tenle miedo a la novia. No sé cómo llegará, porque no hablo con ella. Lo más bonito que me puede pasar es que me quede durmiendo un día y no esté. Eso es lo más bonito, que llegue y no estés.

Pausa.

CAMPUZANO: Quiero volver al principio. No me acuerdo y quiero volver al principio, ¿comprendes, Peralta?

Pausa. Peralta se saca la cartera. Y saca dos billetes.

PERALTA: Mira, no es mucho, pero te dará para que hoy comas caliente todo el día y te pilles un bus.

CAMPUZANO: ¿Y para qué quiero yo coger un bus?

PERALTA: Aquí estás en medio de ningún sitio. Y necesitas ayuda.

CAMPUZANO: Nah. Guárdatelo. ¿Ayuda? Nadie ayuda a nadie. El hombre es un animal para el hombre. Y además, menos por el frío, ahí fuera se está de primera.

PERALTA: No seas orgulloso. ¡Me lo has pedido tú!

CAMPUZANO: Sí, pero ya no lo quiero. Las oportunidades vienen y se van, Peralta. Y esa se te fue.

Silencio.

PERALTA: ¿Cómo has terminado así, macho?

CAMPUZANO: Por corazón.

PERALTA: ¿Quién te ha hecho esto, Campuzano?

CAMPUZANO: Ah. Eso quisiera. Culpar a los demás, pero yo qué sé, sería un paripé. Tú no vas a parar, y eso lo veo venir. ¿Tienes tabaco?

PERALTA: Sí.

CAMPUZANO: Cojonudo. Invítame a un piti, Peralta.

PERALTA: ¿Y el carajillo?

CAMPUZANO: Vamos afuera. Así te enseño la casa.

 

DOS

1.

Mismo bar. Unos años antes. La atmósfera cambia completamente. Se respira el dulce aroma y la luz optimista de las oportunidades posibles. Allí está Lorenzo. Entra Estefanía. Lleva puesto un juego de pulseras que llaman la atención por su joyerío.

ESTEFANÍA: ¿Perdona?

LORENZO: ¿Sí?

ESTEFANÍA: ¿Eres… (mira un trozo de papel.) –Lorenzo?

LORENZO: ¿Quién lo pregunta?

ESTEFANÍA: Vengo de la agencia. De trabajo temporal.

LORENZO: Madre mía.

ESTEFANÍA: ¿Por?

LORENZO: No, no, por nada, por nada. Es que normalmente no mandan a gente así.

ESTEFANÍA: ¿Así cómo?

LORENZO: Como tú.

ESTEFANÍA: ¿Y cómo soy yo?

LORENZO: Alguien a quien no le hace falta que le dé el sol.

ESTEFANÍA: ¿Perdona?

LORENZO: Porque brillas.

Pausa.

ESTEFANÍA: Buf.

LORENZO: (Sabe que el piropo es malo pero eso no le amedrenta.) –¿No te ha gustado?

ESTEFANÍA: Soy Estefanía.

LORENZO: Lorenzo.

Amaga un beso, al final es mano.

ESTEFANÍA: ¿Qué hay que hacer?

LORENZO: Esto es jodido, ¿vale?

ESTEFANÍA: A ver, es un bar.

LORENZO: Si os estamos llamando es porque aquí los camareros duran menos que un caramelo en la puerta de un colegio.

ESTEFANÍA: Buah.

LORENZO: ¿Trabajas en la industria?

ESTEFANÍA: ¿Qué industria?

LORENZO: En el sector.

ESTEFANÍA: ¿Qué sector?

LORENZO: El de los camareros.

ESTEFANÍA: No sabía que fuera una industria.

LORENZO: Con lo de industria me estoy tirando un vacile, pero sector sí que es. Y no es fácil. ¿Qué experiencia tienes?

ESTEFANÍA: Poca.

LORENZO: ¿Y te mandan a ti?

ESTEFANÍA: Aprendo rápido.

LORENZO: Vas a flipar con el curro, ¿eh? Ya te lo digo.

ESTEFANÍA: No me da miedo.

LORENZO: Aquí no usamos uniforme, pero rompa limpia sí.

ESTEFANÍA: Me imagino.

LORENZO: No te imagines nada, porque aquí vas a flipar. La ropa ligeramente formal y bien cuidada. Que los clientes tengan una primera impresión buena y tu jefe estará contento.

ESTEFANÍA: ¿Mi jefe?

LORENZO: El menda. Revisa tu aspecto en caso de que te veas desaliñada o hayas manchado la ropa con algo sin darte cuenta.

ESTEFANÍA: Por eso no te preocupes.

LORENZO: No, si ya. Tus uñas deberán estar limpias y debidamente cortadas.

Se las enseña.

LORENZO: Me da igual si zapatos o zapatillas, pero llévalos bien amarrados. Tacones no, ¿eh? Tacones no. Nunca te pongas sandalias. Una que no te sabes: no te pongas perfume.

ESTEFANÍA: ¿Por qué?

LORENZO: A ver, ¿por qué?

ESTEFANÍA: Ni idea.

LORENZO: Algún cliente podría ser alérgico.

ESTEFANÍA: ¿Al perfume?

LORENZO: Sí.

ESTEFANÍA: Hombre, aquí dentro, normal.

LORENZO: Muy graciosa. Otra, procura no fumar antes del trabajo o durante el descanso, porque podrías terminar apestando.

ESTEFANÍA: Vaya.

LORENZO: Y los tíos de por aquí

ESTEFANÍA: ¿Qué?

LORENZO: Pues que un callo no eres y que son muy brutos.

ESTEFANÍA: ¿Cómo tú?

LORENZO: No, peor.

ESTEFANÍA: Habrá que ver quién lo es más. Si ellos o yo.

LORENZO: Carácter tienes.

ESTEFANÍA: Y más cosas.

LORENZO: ¿Qué cosas?

Pausa.

ESTEFANÍA: ¿Me pongo el delantal o vamos a estar de cháchara todo el día?

LORENZO: En cocina tienes uno.

ESTEFANÍA: ¿Y la cocina es?

LORENZO: Por allí. Dile a Danilo que te la enseñe.

ESTEFANÍA: ¿Y Danilo es…?

LORENZO: En cuanto entres lo verás. No te preocupes que lo verás.

Estefanía se dirige hacía allí.

LORENZO: Oye, ¿y esas pulseras?

ESTEFANÍA: (Se detiene.) –Mías.

LORENZO: Ya, pero qué buen caudal, ¿no?

ESTEFANÍA: Son un regalo.

LORENZO: Pues te vas quitando los Reyes Magos. Y a la taquilla. Bajando la escalera, al fondo del ofis. No se te vayan a estropear, princesa.

Estefanía va a decir algo, se calla.

LORENZO: ¿Qué?

ESTEFANÍA: Iba a decirte que no me gusta que los tíos me llamen princesa.

LORENZO: ¿Y?

ESTEFANÍA: Pues que de ti me ha gustado.

Estefanía sale de escena.

 

2.

A finales de esa semana. De noche. Estefanía sale de la cocina fregando el suelo.

LORENZO: ¿Qué tal?

ESTEFANÍA: Bien.

LORENZO: ¿Has podido con tu primera semana?

ESTEFANÍA: ¿Tú qué crees?

LORENZO: Que sí.

ESTEFANÍA: Pues eso.

LORENZO: Oye…

ESTEFANÍA: ¿Qué?

LORENZO: Fúmate un piti si quieres.

ESTEFANÍA: ¿Un piti?

LORENZO: Sí, un cigarro.

ESTEFANÍA: ¿Y todo eso de fumar y la peste que me dijiste hace una semana?

LORENZO: Monserga de primer día. Anda, salte fuera.

ESTEFANÍA: Hace frío.

LORENZO: Pues entonces aquí dentro.

ESTEFANÍA: ¿En serio?

LORENZO: No pasa nada. Y si pasa se le saluda.

Pausa.

ESTEFANÍA: Qué guay eso, ¿no?

LORENZO: ¿El qué?

ESTEFANÍA: «Y si pasa se le saluda». Impresionante.

LORENZO: O no fumes. Haz lo que te salga.

Lorenzo le quita la fregona.

ESTEFANÍA: Es una broma. No, hombre, no te enfades.

LORENZO: No me enfado.

ESTEFANÍA: Acepto, acepto, fumo, fumo.

LORENZO: Pues vale.

ESTEFANÍA: Gracias.

Sin respuesta. Estefanía coge una silla. Se sienta. Saca un cigarro. Lo enciende. Mientras tanto, Lorenzo sigue fregando.

ESTEFANÍA: ¿Esto es tuyo, no?

Sin respuesta.

ESTEFANÍA: El bar. Es tuyo. (Pausa.) –Venga…

LORENZO: ¿Por qué quieres saberlo?

ESTEFANÍA: Vaya, que sí. Que lo es. Impresionante.

LORENZO: ¿El qué?

ESTEFANÍA: Que tan joven tengas tu propio negocio. Impresionante.

Lorenzo prosigue con su tarea. Estefanía abre un libro que tenía en uno de los bolsillos largos del delantal. Se pone a leer.

LORENZO: ¿Qué lees?

ESTEFANÍA: El extranjero. Camus.

LORENZO: ¿Qué?

ESTEFANÍA: Albert Camus.

LORENZO: Ah. ¿Quién es?

ESTEFANÍA: Un francés. Bueno, de Argel.

LORENZO: ¿Novela?

ESTEFANÍA: ¿Te gusta leer?

LORENZO: No.

ESTEFANÍA: Ya.

Estefanía sigue leyendo. Lorenzo continúa fregando. Pausa.

LORENZO: (Entre dientes casi.) –Eres de esas.

ESTEFANÍA: ¿Cómo?

LORENZO: Nada.

ESTEFANÍA: No, no, ¿qué has dicho? Te he oído.

LORENZO: Como no leo te crees que soy gilipollas.

ESTEFANÍA: Yo no he dicho eso.

LORENZO: No, pero lo piensas.

ESTEFANÍA: ¿Ah, sí?

LORENZO: Sí.

Pausa. Estefanía sigue leyendo. Está muy cabreada.

LORENZO: ¿Qué haces aquí?

ESTEFANÍA: Mira…

Se levanta.

LORENZO: No, en serio, qué haces aquí.

ESTEFANÍA: ¿Cómo que qué hago aquí?

LORENZO: Una pija como tú.

ESTEFANÍA: ¿Quién cojones te crees que eres?

LORENZO: Uno que se lo curra, ¿vale?

ESTEFANÍA: ¡Y yo no curro, subnormal, o qué!

LORENZO: ¡No he dicho eso!

ESTEFANÍA: Vete a la mierda. Me largo.

Se quita bruscamente el delantal.

ESTEFANÍA: Y la semana me la pagas.

LORENZO: Espera.

ESTEFANÍA: No tienes ni puta idea de quién soy como para que hagas presunciones sobre mí, ¿de acuerdo?

LORENZO: ¿Presunciones? No he hecho ninguna.

ESTEFANÍA: Y que no te guste leer me parece fenomenal, que estés intentando quitarme las bragas desde que me viste ya no tanto.

LORENZO: ¡Eh, eh, eh! Yo no…

ESTEFANÍA: ¿Preguntarme qué leo? ¿En serio? ¿Te crees muy original? ¿Eso es lo único que se te ha ocurrido? ¿Qué hago? ¿Me echo a tus brazos?

LORENZO: ¡Qué dices!

ESTEFANÍA: ¡Tío! ¡Que eres mi jefe! Ten un poquito de lo que hay que tener.

LORENZO: Estás como una cabra…

ESTEFANÍA: ¡No puedes tirarle los trastos a una empleada!

LORENZO: ¡Yo no he hecho eso!

ESTEFANÍA: Estás en una situación de poder, ¿entiendes? Eres el jefe, ¿comprendes? Eso es un puto abuso, lo sabes, ¿no?

LORENZO: Mira…

ESTEFANÍA: Recojo mis cosas y me piro. Y cuando suba me pagas.

Como una exhalación, Estefanía se dirige a la cocina.

LORENZO: Lo heredé.

ESTEFANÍA: (Se detiene.) –¿Qué?

LORENZO: El bar, el bar, lo heredé, ¿de acuerdo?

ESTEFANÍA: Ah.

Pausa.

LORENZO: Yo antes no curraba de esto. Y me cayó encima. Perdona, se me fue la cabeza. Antes. Ahora. A veces la… la presión me puede. Tengo mis días, ¿sabes?

ESTEFANÍA: ¿A qué te dedicabas?

LORENZO: A veces la presión me puede.

Pausa.

ESTEFANÍA: Bah. Da igual.

LORENZO: Es una mierda. Deudas que me salen por las orejas, los proveedores, las facturas, los que curráis… La hipoteca. Esa también la heredé. Se me fue la cabeza.

Estefanía se dirige nuevamente a la cocina, ya algo más calmada.

LORENZO: Y si eres guapa, eres guapa. (Lorenzo le aparta la mirada.) –¡No quiero decir nada con esto! ¡Ni te estoy intentando ligar ni hostias! Sólo digo que si eres guapa eres guapa, es un hecho, como que yo tengo una fregona en la mano. Pero eso, el que lo seas, guapa digo, no me da ningún derecho a… a nada. Por eso puedes estar tranquila.

ESTEFANÍA: Que da igual te digo.

LORENZO: Si te quieres pirar, lo entiendo. Te pago la semana y ya.

Estefanía se detiene. Pausa.

ESTEFANÍA: Podríamos ayudarnos.

LORENZO: ¿Qué?

ESTEFANÍA: Asociarnos.

LORENZO: ¿Cómo asociarnos?

ESTEFANÍA: Ya hablaremos. Me quedo.

LORENZO: ¿Qué?

ESTEFANÍA: Que me quedo. Si quieres.

LORENZO: Quiero.

ESTEFANÍA: Vale.

 

3.

Un mes después de la escena anterior. Acaba de haber una bronca en el bar. Lorenzo se ha llevado un buen par de hostias, mira en dirección al exterior del bar.

LORENZO: (Llama hacia dentro.) –¡Danilo!

ESTEFANÍA: ¡Ya se han ido!

LORENZO: (Llama hacia dentro.) –¡Danilo, Mohamed, subid!

ESTEFANÍA: Cálmate, esos no vuelven.

LORENZO: ¡Diles a Danilo y a Moha que suban! Si les damos entre los tres, no lo cuentan.

ESTEFANÍA: Digo que Danilo y Mohamed no están, no es su turno.

LORENZO: ¡JODER!

Lorenzo camina encolerizado de un lado a otro. Le da un golpe a una de las sillas.

LORENZO: Es que esos no tienen ni puta idea de quién soy yo, pero ni puta idea. Putos borrachos. ¡En mi bar no monta bronca nadie, hostia!

ESTEFANÍA: No.

LORENZO: Pues eso.

ESTEFANÍA: Déjame ver.

LORENZO: ¿El qué?

ESTEFANÍA: La ceja, parece que te la han abierto.

LORENZO: Nah. No es nada. ¿Te han hecho daño?

ESTEFANÍA: No. A ver.

LORENZO: ¿Te han hecho daño?

ESTEFANÍA: Y dale. Déjame ver.

LORENZO: No es nada.

ESTEFANÍA: Pues para no ser nada aquí tienes una esquirla.

LORENZO: ¿Una esquirla?

ESTEFANÍA: Un trozo de cristal.

LORENZO: Ya, pero has dicho esquirla.

ESTEFANÍA: Yo digo esquirla.

LORENZO: Es un trozo de, un cristalito.

ESTEFANÍA: Un cristal pequeño.

LORENZO: Lo que sea.

ESTEFANÍA: Tienes un cristalito en la cejita, y como no te lo desinfecte verás la infeccioncita que te vas a pillar, tonto del culo.

LORENZO: Joder.

ESTEFANÍA: ¿Dónde vas?

LORENZO: Al botiquín.

ESTEFANÍA: No, tú quédate ahí.

LORENZO: Que no.

ESTEFANÍA: Quédate ahí. Voy yo.

LORENZO: Vale.

Lorenzo se sienta.

ESTEFANÍA: ¿Dónde está?

LORENZO: ¿El qué?

ESTEFANÍA: ¡El botiquín!

LORENZO: Ahí.

Estefanía sale. Al poco vuelve a entrar con agua oxigenada y algodón. Cuidadosamente pone un poco de agua en el algodón. Va hacia Lorenzo, se pone tras él, le acaricia el pelo y le mueve la cabeza hacia atrás. Le acerca el algodón a la ceja. Lorenzo da una ligera sacudida con un gruñido.

ESTEFANÍA: Venga, venga. Que no es nada.

LORENZO: No es nada. Ya.

ESTEFANÍA: No, es que me pareció que te quejabas.

LORENZO: ¡Anda esta!

Pausa. Estefanía vuelve a repetir la acción, pero esta vez soplando además ligeramente sobre la herida.

ESTEFANÍA: ¿Mejor?

LORENZO: Sí.

Pausa.

ESTEFANÍA: ¿Quieres un consejo?

LORENZO: ¿Qué?

ESTEFANÍA: Antes de hacerte el machito, llama a la policía.

LORENZO: ¿Qué dices?

ESTEFANÍA: Que esos no se andan con bromas, Loren. Y no merece la pena que…

LORENZO: ¡No! Lo que pasa es que esos no saben quién soy yo y con quién se están jugando el…

ESTEFANÍA: Hay mucha gente chunga.

LORENZO: (Levantándose violentamente.) –¡No! ¡Aquí el chungo soy yo! ¡AQUÍ EL CHUNGO SOY…!

ESTEFANÍA: ¡Quieres tranquilizarte!

Pausa. Se vuelve a sentar.

LORENZO: El chungo soy yo.

Pausa. Estefanía prosigue desinfectándole la herida.

ESTEFANÍA: He sido camarera solamente una vez antes que esta.

LORENZO: ¿Dónde?

ESTEFANÍA: No viene al caso.

LORENZO: No viene en tu currículum.

ESTEFANÍA: La cosa es que una vez servía a unos tipos, iban tan pedo como los de antes. Bueno no, más. Yo llevaba un bandejón enorme, cargado de jarras de cervezas de medio litro. Iba hacia ellos y uno, el que estaba en el extremo de la mesa, me hizo una zancadilla. Acabé con mi cuerpo y con la bandeja en el suelo, entre un montón de jarras rotas. Uno de ellos se agachó instintivamente para ayudar a levantarme. «¡Qué haces!» dijo otro; bueno, el de la zancadilla, el del extremo. «¡Que se las arregle! Seguro que puede levantar ese culo de artista ella sola». El chaval me ayudó y luego se pusieron a discutir entre ellos. El que me tiró al suelo llamaba al otro maricón, cobarde… Le soltó no un puñetazo, sino una bofetada en la cara. El que me defendía no respondió. Tampoco se achantó. Recogió sus cosas en silencio, me pidió perdón, y se marchó.

LORENZO: ¿Y los demás?

ESTEFANÍA: Les dijeron los del bar que se fueran y eso hicieron, al poco. Por supuesto, llamándome de todo.

LORENZO: Cabrones.

ESTEFANÍA: Volvieron otro día. No mucho después. Yo estaba fuera, tomando el aire, justo estaba en mi descanso. Los vi llegar en su coche. Un cacharro con posibles, algo tuneado. Viejo, como de los setenta. Se bajaron, se dirigieron a la entrada, yo no me moví. No dijeron nada, me miraron de arriba abajo, eso sí, con media sonrisa en la cara. El chaval que había intentado ayudarme miraba al suelo, muerto de vergüenza. Entraron. Yo me quedé fuera. Allí, cerca de su coche. A los diez minutos volví, me quedaban cuatro horas de turno, un sábado empantanados hasta arriba. Por supuesto, tuve que volver a servirles. El cliente siempre tiene razón. Esta vez no hubo zancadilla, pero sí risitas y chascarrillos cada vez que pasaba al lado de la mesa. El que había intentado ayudarme el otro día fue al baño. Yo fui detrás.

LORENZO: ¡Qué!

ESTEFANÍA: Escucha. Yo fui detrás. ¿Sabes estos retretes que se pueden cerrar, atrancar, desde fuera?

LORENZO: Sí.

ESTEFANÍA: Este era de esos. Y eso hice. Cerrarlo desde fuera y dejarlo ahí dentro.

LORENZO: ¿Para qué?

ESTEFANÍA: Fuera del baño puse el cartelito cutre de averiado. El otro se dejaba los nudillos a dar golpes para que lo sacaran. Con el musicote del antro no le escuchaba ni Dios. Fui hasta donde sus amigos, les dije que su colega estaba fatal, que se había pedido un taxi y se había pirado. Les pilló de sorpresa. Lo llamaban al móvil. En la cueva donde estaba el váter no había ni una rayita de cobertura. Cogieron sus cosas y se fueron sin su amigo.

Pausa.

LORENZO: Bueno, ¿y qué más?

ESTEFANÍA: No tengo ni idea porque nunca más volví.

LORENZO: Ah. Pensaba que me lo contabas por…

ESTEFANÍA: (Interrumpiéndole.) –No sé lo que les habrá pasado. Probablemente al arrancar el coche les diera problemas. Probablemente al poco tuvieran un accidente.

LORENZO: ¿Por?

Acaba de desinfectarle la herida. Le da un último y suave soplido sobre ella.

ESTEFANÍA: Si le echas un puñado de azúcar al depósito de un coche viejo, esas cosas pasan.

Pausa.

LORENZO: Pero…

ESTEFANÍA: Hay mucha gente chunga.

 

4.

Dos meses después.

ESTEFANÍA: ¡Un banquete de boda! Tócate el pie. Mira cómo han dejado esto.

LORENZO: Eran majos.

ESTEFANÍA: Y la orquestita. Madre mía la orquestita.

LORENZO: Clementa y Lope.

ESTEFANÍA: ¡Clementa! Tócate un pie.

LORENZO: Es lo que hay por aquí.

ESTEFANÍA: Glamour. A tope.

LORENZO: De eso poco.

ESTEFANÍA: Una boda en un bar de carretera. Qué recuerdo tan bonito.

LORENZO: ¡Oye!

ESTEFANÍA: No digo nada de tu caverna, no me seas delicadito. Tu tasca está bien, si no miras la mitad del menú.

LORENZO: ¡OYE!

ESTEFANÍA: Están finísimos en cocina últimamente.

Pausa.

LORENZO: ¿Sí, no?

ESTEFANÍA: Hombre.

LORENZO: Hablaré con Mohamed.

ESTEFANÍA: Y con Danilo. En serio, ¿qué les pasa?

LORENZO: ¡Y yo qué sé! Menudo par. El género es bueno.

ESTEFANÍA: Hombre…

LORENZO: Hablaré con ellos.

ESTEFANÍA: Habla. Ha sido una experiencia, ¿eh?

LORENZO: ¿El qué?

ESTEFANÍA: Y cuánto más acelero más calentito me pongo. Versión Clementa, un temazo.

LORENZO: A la gente le gusta eso.

ESTEFANÍA: Un temazo.

LORENZO: A la gente le gusta. Y eso está bien. Digo yo. Digo.

Pausa.

ESTEFANÍA: A ver, ¿qué te pica hoy?

LORENZO: ¿A mí?

ESTEFANÍA: Sí.

LORENZO: ¡Qué dices!

ESTEFANÍA: Llevo casi cuatro meses aquí. Ya no me la cuelas. ¿Qué te pasa?

LORENZO: Estás loca.

ESTEFANÍA: Ya. ¿Qué te pasa?

LORENZO: Estoy baldado, tampoco es para tanto, ¿no? Ganas de que acabe el turno. Menuda puta paliza nos hemos dado.

ESTEFANÍA: ¿Es eso?

LORENZO: Claro.

ESTEFANÍA: Vale, vale.

Pausa.

ESTEFANÍA: En serio, ¿qué te pasa?

LORENZO: ¡Joder!

ESTEFANÍA: No tengo ni idea de por qué, pero me importas. Y no. No te voy a dejar en paz hasta que me lo cuentes.

LORENZO: ¿Quieres saberlo?

ESTEFANÍA: ¿Quiero?

LORENZO: No duermo, ¿vale?

ESTEFANÍA: Ah.

LORENZO: No duermo.

ESTEFANÍA: Chico, no sé, hay pastillas.

LORENZO: ¡No! Tengo la cabeza hecha un lío.

ESTEFANÍA: Pues venga, desembucha. Aprovecha que estoy cansada y que estoy dispuesta a tragarme tu rayada. Porque es una rayada sí o sí. Como si lo viera.

LORENZO: Joder, no sé ni para qué me molesto.

ESTEFANÍA: ¡Que hables ya, hombre!

LORENZO: ¡Estoy enamorado de ti!

Silencio.

LORENZO: Y eso es una mierda, ¿vale? Una mierda bien grande. Porque trabajamos juntos. ¡Porque soy tu jefe! Y eso es una putada. Y no es un abuso de poder, ¿eh? (Vuelve a apartarle la mirada, como en la escena dos) –No trato de someterte, ni de putearte, ni de jugar con ventaja. Sé que lo parece, sé que lo parece, pero no, ¿eh? No. Entiendo que después de esta cagada, porque eso es esto: UNA CAGADA, bien grande, ya no hay marcha atrás, y te vas a querer marchar y yo lo comprendo, y lo voy a comprender. Pero te voy a pedir que no lo hagas. No por esto, sino porque curras muy bien, y eso es jodido. Si quieres quedarte, haré malabares con el cuadrante para que no coincidamos, haré virguerías. Esto no va a influir, y te lo juro, me cago en todo, te lo juro. Y no sé ni qué hago, y venir a trabajar es una mierda, y no dejo de pensar en ti y no puedo dormir y no sé ni por qué te lo cuento. Y yo no soy de los que dicen la palabra «enamorado». ¡Porque no sé ni lo que es! O bueno, sí, creo. Ahora lo creo.

Pausa.

LORENZO: ¿Qué hago? ¿Me lo quieres decir? Esto es un problema, ¿entiendes? Un problema que te cagas.

Pausa.

LORENZO: Por favor, dime algo o vete o llama a una ambulancia o algo.

Pausa. Estefanía se le acerca.

LORENZO: ¿Qué haces?

Sigue acercándosele.

LORENZO: ¿Qué haces…? ¿Qué…?

Estefanía le besa. Se besan.

 

5.

Seis meses después.

LORENZO: ¡Estefanía!

ESTEFANÍA: ¿Qué? ¿Qué?

LORENZO: Vamos a llegar tarde.

ESTEFANÍA: Ya.

LORENZO: ¡Que tenemos que pasar por casa, cambiarnos y todo el percal!

ESTEFANÍA: ¿Y tú?

LORENZO: Yo ya estoy listo.

ESTEFANÍA: Claro, claro.

LORENZO: No cerraba desde ni se sabe.

ESTEFANÍA: Hombre, la ocasión lo merece.

LORENZO: Ya, ya. A ver si la reja va a estar oxidada.

ESTEFANÍA: Lo está.

LORENZO: De más. Oxidada de más y en estas no se baja.

ESTEFANÍA: ¿Estás nerviosito?

LORENZO: ¿Yo? Qué va.

ESTEFANÍA: Ay, que está nervioso.

LORENZO: Venga.

ESTEFANÍA: ¿Mariposillas?

LORENZO: Que no llegamos, ¿eh? Tú verás.

ESTEFANÍA: Ay, mi legionario guapo.

Se abrazan, se besan.

LORENZO: ¡A cerrar!

ESTEFANÍA: Me cambio y nos vamos.

LORENZO: ¡Que nos casamos! Princesa.

Vuelven a besarse. Estefanía se separa.

ESTEFANÍA: ¡El juzgado no espera!

LORENZO: No.

ESTEFANÍA: Huelo a fritanga.

LORENZO: Y yo.

ESTEFANÍA: ¡Voy!

LORENZO: ¡Date prisa!

ESTEFANÍA: ¡Ya estoy aquí!

Estefanía sale de escena en dirección a la cocina. Lorenzo se saca unas llaves, se dirige a la salida. Entra Vicente, Lorenzo se detiene. Pausa.

VICENTE: Soy Vicente.

LORENZO: Lo siento, Vicente, estamos cerrando.

VICENTE: Vaya.

LORENZO: ¡Hoy me caso!

VICENTE: Enhorabuena.

LORENZO: ¡Me caso!

Vicente no se mueve. Pausa.

LORENZO: Si me permites…

VICENTE: ¿Está Estefanía?

Pausa.

LORENZO: Sí, está. ¿Quién eres?

VICENTE: Vicente. Ya te lo he dicho como unas trescientas veces, ¿no?

Pausa.

LORENZO: Mira, tenemos mucha prisa, ¿por qué no vienes en otro momento mejor?

VICENTE: ¿Cómo la tratas? ¿Cómo te trata?

LORENZO: ¿Quién eres?

Entra Estefanía cambiada de ropa.

ESTEFANÍA: ¿Qué te parece? Y con las pulseras que te gustan tanto y… (Ve a Vicente. Se detiene. Pausa.) –¿Qué haces tú aquí?

VICENTE: Fani.

ESTEFANÍA: ¿Qué haces aquí?

LORENZO: ¿Este quién es?

Pausa.

ESTEFANÍA: Mi primo.

LORENZO: ¿Tu primo?

ESTEFANÍA: Sí, mi primo.

LORENZO: Ah. (Pausa.) –Pues hola. Haber empezado por ahí.

Lorenzo se acerca a darle la mano.

LORENZO: Vamos a ser familia.

VICENTE: Sí. Eso parece.

LORENZO: No va a haber invitados. Será algo íntimo y después nos iremos un par de días Estefanía y yo, pero si quieres acompañarnos al juzgado…

ESTEFANÍA: No va a hacer falta.

VICENTE: Y a vosotros no sé si va a haceros falta iros tan lejos.

LORENZO: ¿Qué?

VICENTE: Fani, ¿por qué no me traes una cervecita?

Silencio tenso. Estefanía sale.

VICENTE: Bueno, bueno, ¿cómo va la cosa?

LORENZO: Vicente, no podemos pararnos ahora a tomar una caña.

VICENTE: Hombre, no seas así. Me la bebo rápido. Hace mucho calor.

LORENZO: Vente con nosotros y nos la tomamos después de la ceremonia.

VICENTE: ¡Ceremonia! Toma ya. ¿Tú la quieres?

LORENZO: ¿Qué pregunta es esa?

VICENTE: La que es. ¿La quieres?

LORENZO: ¿Tú crees que si no iba a casarme?

VICENTE: Te sorprenderías de las cosas que puedo llegar a creerme.

LORENZO: Claro, claro que la quiero.

Vicente se ríe.

VICENTE: Me caes bien, tío. Me caes bien.

Pausa.

LORENZO: Me vas a perdonar, pero esto no lo comprendo, ¿sabes?

VICENTE: ¿Cómo?

LORENZO: ¿Qué es esto? ¿Qué eres? No dais señales de vida con las invitaciones y ahora esto. ¿Qué pasa? ¿No soy digno de ella o qué?

VICENTE: ¿Qué invitaciones?

LORENZO: Vamos anda, no me jodas.

VICENTE: ¿Eso te ha contado? ¿Invitaciones?

LORENZO: Venga, va, compañero. No me impones ni media, ¿eh? Las que les ha enviado Estefanía a tu familia.

VICENTE: Ten cuidado.

LORENZO: ¿Te estás poniendo chulo? ¿Conmigo?

VICENTE: Si me estuviera poniendo chulo no te cabría duda. Ten cuidado con ella. (Estefanía entra con una lata de cerveza.) –Y este es el mejor consejo que te han dado en tu puta vida.

ESTEFANÍA: Él ya se va.

VICENTE: Fani…

ESTEFANÍA: Adiós, Vicente.

Vicente se acerca a ella. Lorenzo se interpone. Vicente le sonríe. Aminora el paso, llega hasta donde Estefanía, coge la lata de cerveza, da dos pasos atrás.

VICENTE: (A Estefanía-)Nu crezi cã ai ajuns prea departe?

Estefanía no responde.

VICENTE: Ai înnebunit? Sau ce naiba ai?!

Estefanía no responde.

VICENTE: Esti o curvã, ai devenit curva lui!

Abre la lata, da un sorbo, da media vuelta y sale.

LORENZO: ¿Qué coño acaba de pasar?

ESTEFANÍA: Nada.

LORENZO: ¿Qué mierda es esta? ¿Quién es ese?

ESTEFANÍA: Joder. ¡Mi primo!

LORENZO: ¿Y qué coño te ha dicho? ¿Qué era eso? ¿Ruso?

ESTEFANÍA: Rumano.

LORENZO: ¡Estefanía!

ESTEFANÍA: ¡Aprendimos rumano de la señora que nos cuidaba de pequeños! Ella era de Bucarest. Siempre lo usamos cuando no queremos que se enteren de nuestras conversaciones. Déjalo, es un imbécil.

LORENZO: ¡Ah! ¡Cojonudo! ¡O sea que me acabáis de mandar a tomar mil metros por el culo delante de mis narices!

ESTEFANÍA: Es muy protector, pasado de vueltas, a la antigua, ¿vale?

LORENZO: ¡No, no vale!

Pausa.

ESTEFANÍA: A ver, soy… Técnicamente, soy una niña de papá.

LORENZO: ¿Qué dices?

Pausa.

ESTEFANÍA: Te vas a casar con Estefanía de Caicedo, hija de Amaro de Caicedo.

Pausa.

LORENZO: ¿Ese no es…?

ESTEFANÍA: El de la cadena de restaurantes. Sí.

LORENZO: ¿Pero cómo no me…?

ESTEFANÍA: (Interrumpiéndole.) –¡Porque yo no soy mi padre, entiendes! Porque no soy como el resto de mi familia. Porque el dinero condiciona a la gente, ¿sabes? Y yo no soy así. Ya les gustaría.

Pausa.

LORENZO: Vaya, podías… Esto va de confiar el uno en el otro, ¿no? Podías habérmelo contado.

ESTEFANÍA: ¡Claro! Y que entonces ya no me vieras como Estefanía la persona sino como un fajo de billetes con patas.

LORENZO: ¡Yo no hago eso!

ESTEFANÍA: Lo hace todo el mundo. Por eso viene Vicente a meter la nariz. ¿Y sabes qué? Es normal.

Pausa.

LORENZO: Entonces, ¿no le enviaste invitaciones a tu familia?

ESTEFANÍA: No.

LORENZO: Ya.

ESTEFANÍA: Lorenzo, por el amor de Dios, es el mejor día de nuestras vidas, no hagamos que se tuerza por esto. Ya está, ya se ha ido, voló. No va a volver. ¿Tú lo ves?

Pausa.

LORENZO: No.

ESTEFANÍA: ¿Estás enfadado?

Pausa.

LORENZO: No.

ESTEFANÍA: ¿Me quieres?

LORENZO: Sí.

ESTEFANÍA: Y yo a ti. Vamos a hacer que estos cuerpecitos luzcan, ¿vale?

LORENZO: Vale.

ESTEFANÍA: ¡Vámonos!

 

6.

Cuatro meses después.

ESTEFANÍA: ¿Qué tengo que llevar?

LORENZO: Aquí está todo.

Le da una carpeta con papeles.

ESTEFANÍA: ¿Seguro?

LORENZO: Que sí, mujer. No te preocupes.

ESTEFANÍA: ¿Estás seguro de que quieres hacer esto?

LORENZO: ¡Hombre que si lo quiero hacer! Llevamos cuatro meses casados, ya estoy tardando.

ESTEFANÍA: Piénsate lo del nombre.

LORENZO: ¿No te gusta?

ESTEFANÍA: Restaurante Estefanía…

LORENZO: Restaurante Estefanía, sí. ¿Qué hay de malo?

ESTEFANÍA: Hombre…

LORENZO: ¿Qué hay de malo?

ESTEFANÍA: No, nada, nada.

LORENZO: Mejor que Bar Lolo.

ESTEFANÍA: Sí, mejor que Lolo es. Era tu abuelo.

LORENZO: A él ya no le va a importar, y quiero que a partir de hoy este sitio lleve tu nombre.

ESTEFANÍA: ¿No es un poco camionero?

LORENZO: ¿Cómo camionero?

ESTEFANÍA: Sí, los que paran aquí con sus «Carmen», «Jessica», «Ruth y José», en letras gordas así, en la parte delantera.

LORENZO: A mí me gusta eso.

ESTEFANÍA: Venga, vale, hasta luego.

LORENZO: Para mí es importante.

ESTEFANÍA: Son nombres en letras grandes.

LORENZO: ¡No! Digo el que sea de los dos. Mío. Y tuyo. Al fin le veo un poco de sentido a todo esto.

ESTEFANÍA: Más bonito y no naces.

LORENZO: Ya.

ESTEFANÍA: ¿Firmas?

LORENZO: Sí. Me olvidaba.

Vuelve a coger la carpeta, la abre, firma en dos folios. Se la da de nuevo a Estefanía.

ESTEFANÍA: No lo has leído.

LORENZO: Sólo tienes que entregarlo en el registro y está hecho.

ESTEFANÍA: Piénsatelo.

LORENZO: ¡Vete ya!

ESTEFANÍA: Va a ser mío.

LORENZO: No hay nada que pensar. Tu patrimonio es mayor. Si pasa algo tú eres mejor garantía. Yo soy un muerto de hambre.

ESTEFANÍA: ¡No digas eso!

LORENZO: ¡Hey! Que lo digo con orgullo, ¿eh? Soy un superviviente, las he visto de todos los colores y aquí sigo. Muy muerto de hambre pero aquí sigo. Por mí no te preocupes, princesa. Sé lo que me hago.

Pausa.

ESTEFANÍA: Me marcho.

 

7.

Seis meses después.

ESTEFANÍA: ¿A qué peli vamos?

LORENZO: No sé. A la que haya.

ESTEFANÍA: Hombre, mucha oferta no habrá.

LORENZO: Pues por eso, la que haya.

ESTEFANÍA: Si hay una española, a una española.

LORENZO: No me gustan.

ESTEFANÍA: ¿Cuáles?

LORENZO: Las españolas.

ESTEFANÍA: ¿Todas?

LORENZO: Sí.

ESTEFANÍA: Las españolas como género. Vale. ¿Ninguna?

LORENZO: Algunas de risa. Y no mucho. ¿Por qué quieres ir a ver una española?

ESTEFANÍA: Porque en versión original no habrán.

LORENZO: ¿En inglés? Tú flipas.

ESTEFANÍA: En el idioma que sea. Hombre, es lo suyo.

LORENZO: Que sí, que sí. En inglés. Tú flipas.

Lorenzo se mete a la cocina. Silencio.

ESTEFANÍA: ¡Vamos o qué!

LORENZO: Estefanía.

ESTEFANÍA: Venga.

LORENZO: (Sale con una carta en su mano.) –¿Esto qué es?

ESTEFANÍA: ¿El qué?

LORENZO: Esto.

ESTEFANÍA: Ah. ¿Y qué es?

LORENZO: Eso pregunto. Estaba en el correo.

ESTEFANÍA: A ver.

Coge los documentos. Los hojea. Pausa.

LORENZO: ¿Y?

ESTEFANÍA: Nada. Los papeles del registro. La inscripción en el registro de empresas y locales.

LORENZO: ¿Quién es María del Carmen García Sánchez?

ESTEFANÍA: Y yo qué sé.

LORENZO: Hombre, pues tú me dirás, es la que aparece en los documentos como legítima propietaria del restaurante.

ESTEFANÍA: Evidentemente es un error.

LORENZO: No, si ya. Pero hay que solucionarlo.

ESTEFANÍA: Bueno, vale. Mañana me paso por el registro.

LORENZO: Bueno vale no. Hay que hacerlo ya.

ESTEFANÍA: Ahora está cerrado.

Pausa.

LORENZO: Dame eso. (Coge los documentos.) –Voy a intentar hablar con alguien en el Ayuntamiento. Quédate tú aquí, por favor.

ESTEFANÍA: No.

Pausa.

LORENZO: ¿Cómo que no?

Pausa.

ESTEFANÍA: No confías en mí.

LORENZO: ¿Qué?

ESTEFANÍA: Yo no tengo la culpa de que un funcionario imbécil no sepa hacer bien su trabajo.

LORENZO: ¿Quién ha dicho que tú tengas la culpa?

ESTEFANÍA: Tú.

LORENZO: ¿¿¿Cómo???

ESTEFANÍA: No con esas palabras.

LORENZO: No, lo que te digo es que como esto no se resuelva a la de ya nos vamos a meter en un lío de pelotas. ¡Aparece como legítima propietaria!

ESTEFANÍA: ¡Sé leer!

LORENZO: ¿Y si lo reclama?

ESTEFANÍA: ¿El qué?

LORENZO: ¡El restaurante! ¡El restaurante! ¿Qué va a ser?

ESTEFANÍA: Estás paranoico.

LORENZO: ¡La tal María del Carmen García!

ESTEFANÍA: Estás perdiendo los papeles. ¡No creo ni que exista!

LORENZO: Es mi negocio, ¿vale?

Pausa.

ESTEFANÍA: Ah, era eso.

LORENZO: ¿Qué?

ESTEFANÍA: Todo. Esto, tu historia, tu negocio, tu restaurante, tu vida. Tú.

LORENZO: No tergiverses.

ESTEFANÍA: Es lo que has dicho.

LORENZO: ¡No!

ESTEFANÍA: Mi negocio, mi negocio, mi negocio…

LORENZO: No. (Pausa.) –No quería…

ESTEFANÍA: Trae.

Le quita los documentos con rabia.

 

8.

Tres meses después.

LORENZO: ¡La Riviera Maya!

ESTEFANÍA: Sí.

LORENZO: Que ya nos tocaba, un finde en Gandía está muy bien pero no es nada. Nueve días que, oye, tampoco es para tirar cohetes, pero mira.

ESTEFANÍA: Lorenzo…

LORENZO: Podemos permitírnoslo, mujer. Son ochocientos pavitos por cabeza, no es que sea una ganga pero hasta ahí llegamos.

ESTEFANÍA: No.

LORENZO: Y Mohamed de encargado. Y Danilo de jefe de cocina y marchando. Estamos saliendo a flote. El curro va mejor. Además, así nos podremos permitir más escapaditas en el futuro, que ya está bien de pringar, princesa. Nos lo hemos ganado, vamos, creo yo.

ESTEFANÍA: ¿Vas a escucharme?

Pausa.

LORENZO: Sí, sí, sí, claro. Perdona, la emoción.

ESTEFANÍA: No puedo irme de viaje.

Pausa.

LORENZO: ¿Cómo? ¿Por qué no?

ESTEFANÍA: Tengo que estar con mi familia.

LORENZO: ¿Ha… pasado algo?

Pausa.

ESTEFANÍA: Sí.

LORENZO: ¿El qué?

ESTEFANÍA: Es mi primo.

LORENZO: Tu primo.

ESTEFANÍA: Vicente, sí.

LORENZO: ¿Qué le ha pasado?

ESTEFANÍA: Un accidente.

Pausa.

LORENZO: Vaya, lo… Lo siento.

ESTEFANÍA: Ya.

LORENZO: ¿Es… grave?

ESTEFANÍA: Sí.

LORENZO: ¿Qué ha sido?

Pausa.

ESTEFANÍA: Me marcho.

LORENZO: ¿Cuándo volverás?

ESTEFANÍA: No lo sé, Lorenzo. No tengo ni idea.

LORENZO: ¿Cómo?

ESTEFANÍA: Volveré en cuanto pueda, ¿de acuerdo?

LORENZO: Digo yo que más o menos lo sabrás.

ESTEFANÍA: Ya está bien, Lorenzo.

LORENZO: ¿Qué quieres decir? Porque no te entiendo.

ESTEFANÍA: Basta ya de pensar sólo en ti.

LORENZO: ¿¿¿QUÉ???

ESTEFANÍA: El mundo no gira a tu alrededor. No eres el núcleo y los demás la corteza, ¿sabes? Sinceramente no entiendo cuál es el punto a darle la vuelta a las cosas.

LORENZO: Me he perdido, Estefanía. ¡Te juro que me he perdido!

ESTEFANÍA: No puedo más con esto.

LORENZO: ¿Pero qué coño dices?

ESTEFANÍA: No puedes pretender que viva pendiente de ti veinticuatro horas al día, siete días por semana.

LORENZO: ¡No lo hago!

ESTEFANÍA: Mi familia me necesita y no tengo ni idea de cuándo volveré, ¿estamos?

Silencio. Estefanía se va.

 

9.

Lorenzo está solo en el bar. Recoge y limpia. Entra un anciano, un hombre con una edad que oscila entre los setenta y los doscientos diecisiete, no hay manera de precisarlo, carga sobre sus hombros la irresponsabilidad púber de quien sabe todo ganado en la vida y perdido en la muerte, a la que espera sereno. Habla raro, no digo diferente, digo raro. Se trata de El tasador. Se sienta.

EL TASADOR: Joven.

LORENZO: No le he visto entrar, perdone. Sí, dígame, caballero, ¿qué le pongo?

EL TASADOR: Hay milongas que se repiten en la mayor parte de traspasos de locales y en estos tiempos que vivimos hay legiones de incautos que piensan que van a solucionar su problema de trabajo quemando los últimos ahorros en un negocio de hostelería, y acaban metiéndose en un problema todavía mayor. Es lo normal. Pero ese no es su caso, ¿no?

Lorenzo mira hacia fuera.

LORENZO: Señor, ¿ha venido hasta aquí con su familia? ¿Puedo ayudarle…?

EL TASADOR: Oiga, qué chollos hay. Pero actualmente nadie se desprende de un buen negocio -o ya puestos, de uno malo- fácilmente y a cambio de nada; o sea que hay que tener los cinco sentidos bien abiertos para que no perdamos hasta la camisa. Y usted la suya la lleva puesta, por ahora. ¿Cuántos años cree que tengo?

LORENZO: Mire, usted se queda aquí sentado si quiere hasta que le venga a buscar su hijo, su esposa, o su nieto o quien sea, no hay problema, pero yo tengo que seguir a lo mío.

EL TASADOR: ¿Cuántos años tengo?

LORENZO: No sé, es usted un hombre mayor, muchos.

EL TASADOR: Preciso como un reloj suizo. Muchos.

LORENZO: Si me disculpa.

EL TASADOR: ¿Por qué traspasa gratis este bar?

LORENZO: ¿Qué?

EL TASADOR: ¿Es usted el dueño, no? Por qué razón lo malvende, lo regala. En los mis muchos años que usted ha dicho que yo tengo, lo que es escrupulosamente cierto, los tengo, jamás vi que nadie regalase un negocio a nadie. Y me arrebata la curiosidad.

LORENZO: ¡Yo no he regalado mi negocio!

EL TASADOR: Aquí estamos en el trasero de la creación, hijo. No creo que vaya a ser porque tenga usted problemas con la licencia de aperturas por horarios. Venga, prémieme con un chismorreo, ¿por qué lo ha regalado?

LORENZO: Señor, no tengo ni la más remota idea de lo que está usted hablando y estoy empezando a perder la paciencia.

EL TASADOR: ¿Esa parejita son amigos de usted, verdad? Porque muy amigos tienen que ser. Muy.

LORENZO: ¿Qué parejita?

EL TASADOR: La señorita morena y el caballero extranjero.

Pausa.

LORENZO: ¿Quiénes?

EL TASADOR: ¡Rumanía! Creo recordar, él es del este, sí.

Pausa.

LORENZO: (Con un hilo de voz.) –Yo no les he regalado nada…

EL TASADOR: No me sacia la curiosidad en absoluto, debo decirle.

LORENZO: ¡No les he regalado nada!

EL TASADOR: Llámelo como usted quiera, pero cederles este local en funcionamiento a cambio de nada, es regalar. Firmado por usted.

LORENZO: ¿Firmado?

EL TASADOR: Sí, firmado, por usted, y cotejado por mí.

LORENZO: ¿Y usted quién es?

EL TASADOR: Soy el tasador, ya se lo he dicho, joven.

LORENZO: No, no, no, no. ¡Yo no he hecho eso! ¡Dónde está mi firma! ¡DÓNDE!

EL TASADOR: La resolución dictada por el secretario judicial fue susceptible de recurso.

LORENZO: ¡Qué!

EL TASADOR: Pero el plazo ya expiró, directo al tribunal que dictó la orden general de ejecución. Donde fulgura el mal y tienen su chinchorro los satanes.

LORENZO: No, no, no, no, no.

EL TASADOR: ¿No, qué?

LORENZO: ¡Fue ella! ¡Me engañó!

EL TASADOR: Comprendo, comprendo. Caballero, no hay que culpar a la pobre señora. A usted el amor le ha intervenido como un banco. Culpa suya.

LORENZO: ¡Tiene que haber algo que pueda hacer!

EL TASADOR: (Con enfado.) –El mayor pecado de los hombres es el de la desesperación, por ser pecado de demonios. Aquí acaba nuestra plática.

Se va.

 

10.

Seis meses después. El bar está hecho un sindiós. Ha cerrado. Está a oscuras. Estefanía entra a tientas. Logra encender una luz. Allí está Lorenzo, sentado, en silencio.

ESTEFANÍA: (Sobresalto. Pausa.) –Me… me has asustado.

Silencio.

ESTEFANÍA: Vengo. Vengo a buscar… a recoger los…

Silencio. Tras unos instantes y después de pensarse si sale de allí o no, Estefanía se dirige a lo que era la cocina. Entra en ella. Lorenzo permanece inmóvil. Estefanía regresa. Lorenzo se pone en pie.

ESTEFANÍA: Fuera está Vicente.

Lorenzo sonríe.

LORENZO: ¿Qué crees? ¿Que voy a pegarte?

ESTEFANÍA: Sólo digo que está fuera.

LORENZO: Que pase y se tome algo. Yo invito.

ESTEFANÍA: Me voy.

LORENZO: ¿Tan pronto, princesa? Si hace mucho que no nos vemos. Seis, qué digo seis, no, ocho meses que no te veo el pelo. Mujercita.

Se interpone entre Estefanía y la salida.

ESTEFANÍA: No lo hagas más difícil, Lorenzo.

Lorenzo sonríe, no se mueve.

LORENZO: Pasa, Mari Carmen, pasa.

Pausa. Se retira un paso hacia atrás. Estefanía pasa.

LORENZO: Ahora mismo estás contemplando a un imbécil.

ESTEFANÍA: Adiós.

LORENZO: Adiós, Mari Carmen, princesa.

ESTEFANÍA: Lorenzo…

LORENZO: Que manda cojones. ¡Restaurante Estefanía! Estefanía de Caicedo. Soy el gilipollas del reino. Subnormal. Imbécil, imbécil, imbécil. (Pausa.)  –¿Cómo se llama el de fuera, el Vicentín? ¿Florin, Gica? Tu primo el rumano. Menudo par de hijos de puta. ¿Cuánto tiempo lleváis haciendo esta movida, habéis timado a más imbéciles como yo?

Pausa.

ESTEFANÍA: Lo siento.

LORENZO: Madre mía, «lo siento». (Pausa.) –Se han llevado todo, me han confiscado el material del almacén, han precintado la cocina, hasta los fogones, se han llevado los libros de cuentas. Aquí está, vacío, a vuestro gusto. Un nuevo principio. Hay mucha gente chunga, ¿eh, princesa? Qué imbécil. Imbécil. Joder. ¡JODER!

ESTEFANÍA: Lo… Siento.

LORENZO: Vete, por Dios. Vete.

Pausa. Estefanía comienza a andar. Justo antes de salir.

LORENZO: Las joyas.

ESTEFANÍA: ¿Qué?

LORENZO: Que me des tus putas joyas.

Pausa. Estefanía se quita sus joyas. Se las da. Sale.

LORENZO: ¡Viva la verdad y muera la mentira!

 

TRES

Volvemos al tiempo donde comenzamos la historia, el lugar, claro, también es el mismo. Allí están Peralta y Campuzano.

CAMPUZANO: Y así. Así, amiga Peralta, me enteré ya tarde de toda su maraña y embuste.

PERALTA: Este bar…

CAMPUZANO: Restaurante. Mío, sí. Mío. De Estefanía y mío. Lorenzo Campuzano y Estefanía de Caicedo. Tócate un pie.

PERALTA: ¿Y se lo quedó?

CAMPUZANO: Vaya si se lo quedó. Llegué a pensar que casándome con una rica iba compuesto. Y me compusieron a mí.

Pausa.

PERALTA: ¿Y sus joyas? Valdrán lo suyo, ¿no?

CAMPUZANO: Toda esta balumba y aparato no vale una mierda.

PERALTA: ¿Cómo?

CAMPUZANO: Como no es todo oro lo que reluce, Peralta. Como no es oro todo lo que reluce. Más falsas que un duro de madera. A juego. Con la dueña.

PERALTA: Pues da gracias a Dios, macho.

CAMPUZANO: Siempre. ¿Pero por qué?

PERALTA: Porque se fue. Porque se te ha ido, lejos. Y ya está.

CAMPUZANO: No tan lejos.

Pausa.

PERALTA: Quejarte no… No va a servir de nada.

CAMPUZANO: Yo no me quejo. La culpa fue mía, pero no por tenerla dejo de sentir la pena, y eso sí que es un castigo, Peralta. No puedo tener tan a raya el sentimiento que no me queje de mí mismo. Fue la enfermedad caminando a buen paso y ya ves, este rastrojo soy.

PERALTA: Acepta mi dinero, haz el favor.

CAMPUZANO: ¿No los oyes, verdad?

PERALTA: ¿A quiénes?

CAMPUZANO: Los perros.

PERALTA: Campuzano…

CAMPUZANO: Yo sé que es verdad. Tiene que serlo. Es lo que me queda, soy el único ser humano, si todavía lo soy, al que le pasa esto. Y por ese prodigio doy por bien empleadas todas mis desgracias.

PERALTA: ¡No! Los perros no hablan.

CAMPUZANO: Me cuentan cosas y me adivinan otras. Los oigo hablar ahí fuera.

PERALTA: Tienes que hacer algo.

CAMPUZANO: No me tengas por tan imbécil que no entienda que, si no es por milagro, no pueden hablar los animales, Peralta. Muchas veces, después que los oí, yo mismo no me he querido dar crédito, y he querido tener por cosa soñada lo que realmente estando despierto, con todos mis cinco sentidos, oí, escuché, noté y, finalmente, escribí.

Saca de su macuto un cuaderno sucio y viejo con mil anotaciones.

CAMPUZANO: Mira, mira, ahí. Ahí puedes comprobar cómo es verdad todo lo que te he dicho. Baste eso para que me creas. Y da igual que las cosas las digan sabios o perros si están bien dichas, y estos sabían latín, ¿me oyes? Latín. No puedo dejar de creer lo que oí y lo que vi porque lo oí y lo vi, ¿comprendes, Peralta? Aún en la hipótesis, en la perífrasis, en el ambages de la metástasis de la circunlocución de que yo me haya engañado, y que mi verdad sea sueño, y el defenderla un disparate léela al menos, ¿no, Peralta? ¿No? Léela.

Silencio.

PERALTA: Vale, vale, de acuerdo, lo escucho, lo leo, lo que sea.

Pausa.

CAMPUZANO: Esa es mi Peralta. ¿Te acuerdas de lo del capitán Rojas y aquellos moros gabachos?

PERALTA: Mira, ¿ves mi coche?

CAMPUZANO: ¡Una potentada!

Peralta se saca las llaves.

PERALTA: Toma, entra, enciende la calefacción.

CAMPUZANO: Que no me vas a llevar a los loqueros, pesada. Ni al hospicio ni a su puta madre. Es cuestión de corazón.

PERALTA: Ni lo pretendo. Vete encendiendo la calefacción, pon la radio, que te vienes conmigo.

CAMPUZANO: ¿A dónde?

PERALTA: A hacer lo que tengo que hacer.

CAMPUZANO: ¿Como en los viejos tiempos?

PERALTA: Campuzano, tenemos un poder.

CAMPUZANO: Yo oigo hablar a los perros.

PERALTA: ¡No! Tú y yo. Es un poder más bien mezquino, si quieres, porque el verdadero poder sólo lo tiene Dios.

CAMPUZANO: ¿Cuál?

PERALTA: El poder de las agallas, de tener cojones para hacer las cosas que hay que hacer. Y ese no lo tiene casi nadie. Pon la tele, abre los periódicos, y lo verás. No personas, macho, países enteros que no tienen lo que hay que tener para hacer lo que hay que hacer. Tú y yo sí. Quiero decir que está muy bien pedirle al cielo, rogar por el bien de la tierra, persignarse temeroso de los designios de los astros; pero somos nosotros los que ponemos en ejecución lo que ellos piden y no se atreven, defendiéndolos con el valor de nuestros brazos; no debajo de cubierta, sino al cielo abierto, puestos por blanco de los insufribles rayos del sol en verano y del hielo en el invierno. Así que míranos, porque somos ministros de Dios en la tierra, y brazos por quien se ejecuta en ella su justicia. Y, como nada de esto se puede poner en ejecución sino sudando, afanando y trabajando con la espada, tenemos, sin duda, mayor trabajo que aquellos que en sosegada paz y reposo están rogando a Dios favorezca a los que poco pueden. Digo, por lo que yo padezco, que, sin duda, es más trabajoso y más aporreado, y más hambriento y sediento, miserable, roto y piojoso; porque no hay duda sino que nosotros hemos pasado mucha malandanza en el discurso de nuestra vida. Y si algunos subieron a ser emperadores por el valor de su brazo, a fe que les costó buen porqué de su sangre y de su sudor y de empuñar su dura espada. El hombre, que ha sido capaz de surcar el cielo con sus naves, de doblegar al mar con puentes, de levantar pirámides, de hacer desaparecer pueblos enteros para hacer acopio del agua que la naturaleza le niega, de abrir los océanos ¿y no tiene lo que hay que tener para hacer lo que hay que hacer?

Pausa.

CAMPUZANO: Yo tengo lo que hay que tener para hacer lo que hay que hacer.

PERALTA: ¡Coge las llaves del coche!

Campuzano obedece.

CAMPUZANO: ¿Y tú?

PERALTA: Voy ahora.

CAMPUZANO: Vale. (Pausa.) –Peralta.

PERALTA: ¿Qué?

CAMPUZANO: Espada tengo. Lo demás, Dios lo remedie.

Campuzano se va. Pausa. Peralta se gira en dirección a alguien fuera de escena.

PERALTA: ¿Me cobras?

Entra Estefanía.

ESTEFANÍA: Cinco cincuenta todo.

PERALTA: Toma diez. Quédate el cambio.

ESTEFANÍA: Gracias.

Se va a ir, Peralta la detiene.

PERALTA: ¿Tú conoces a ese?

ESTEFANÍA: ¿A quién?

PERALTA: Al que estaba conmigo.

ESTEFANÍA: ¿Qué te ha contado?

PERALTA: Nada. ¿Lo conoces?

ESTEFANÍA: No.

PERALTA: ¿Seguro?

ESTEFANÍA: Ya me sé el cuento, ¿vale? No es la primera vez. Es un borracho, un loco.

PERALTA: Ya.

ESTEFANÍA: Duerme ahí fuera. Dice que oye hablar a los perros. No lo echamos por lástima.

PERALTA: ¿Cómo te llamas?

Pausa.

ESTEFANÍA: Mari Carmen.

Se oye un disparo seco fuera del restaurante. Peralta y Estefanía se asustan, miran hacia allí. Silencio.

ESTEFANÍA: Lorenzo…

Oscuro.

 

Leer la obra original de Miguel de Cervantes:

El casamiento engañoso