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IV Centenario Muerte Cervantes
Jose Padilla

Jose Padilla

España

Es licenciado en Arte Dramático por la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD). Le ha sido concedido el Premio Ojo Crítico de Teatro de Radio Nacional de España 2013 y el Premio Réplica a mejor autoría canaria por su obra Porno Casero. Ha traducido y adaptado Reventado de Sarah Kane o Have I none [Otro no tengo] de Edward Bond.

Entre sus títulos originales encontramos En el cielo de mi boca o Cuando llueve vodka. En la primera edición del certamen Almagro Off presenta su dramaturgia Malcontent que obtiene una mención especial del jurado. En 2012 estrena una versión de Enrique VIII de William Shakespeare en el Globe Theatre de Londres. Su adaptación de La importancia de llamarse Ernesto de Oscar Wilde, llevada a cabo junto a Alfredo Sanzol, fue nominada a mejor espectáculo revelación en los Premios Max. En abril de 2013 codirige su obra Sagrado Corazón 45 para La Casa de la Portera.

Sus trabajos también comprenden la escritura y dirección de dos obras: Los cuatro de Düsseldorf [#DÜSSEL4] estrenada en el Sol de York y Haz clic aquí para el Centro Dramático Nacional con estreno en La Sala de La Princesa del Teatro María Guerrero en diciembre de 2013 y posterior reposición en octubre de 2014. Esta pieza, además, forma parte del repertorio de obras del Teatro del Arte de Moscú. Actualmente dirige la adaptación de La isla púrpura de Mijáil Bulgákov, estrenada en octubre de 2015 en el Teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife, España.

El universo en torno a la obra

Canciones que me han acompañado en la escritura de este texto: 

Juan Pardo, Estrellas:

Soziedad Alkoholika, Perra vida:

Novio de la muerte:

https://open.spotify.com/track/3oVv0z1rbvdyT9ANHn7Ygm

José Luis y su guitarra, Gibraltar:

Lola Flores, Pena, penita, pena:

Trailers / fragmentos de películas

Temblores:

Paris Texas:

Star Wars, Una nueva esperanza:
https://youtu.be/g6PDcBhODqo

Ollé, Manel. «Crónicas del bar de carretera». El País, 26 de junio de 2008.

«Hay sitios de poder, lugares con una imantación literaria inevitable, donde resuenan las historias que importan. Sólo necesitan alguien que pare la oreja y sepa desentrañar. Los hoteles, las residencias, los moteles y las pensiones son los receptáculos privilegiados de identidades en tránsito o en fuga, identidades varadas o desplazadas, y son también los lugares propicios para los encuentros fortuitos de partículas elementales y de anonimatos de compañía. En una constelación cercana, los bares de carretera, plantados en medio de la nada y en las afueras de todas partes, son como una playa de arena áspera y negra donde van a parar todos los naufragios de la comarca, hay fondean las putas rusas y las retiradas, paran los autocares de una boda gitana, llega cada tarde el cliente expansivo, el cliente taciturno y el cliente ocasional, se explican alrededor del vaso trozos de todas las historias pasadas y también de las inventadas . Un bar de carretera abandonado evoca como pocos lugares la textura de la memoria que mira afuera.»

KOLTÉS, Bernard Marie, De noche justo antes de los bosques, Valencia: Pre-Textos, 1989
«Estas historias, me deprimen, porque todo se vuelve confuso cuando se va demasiado lejos, conozco a una mujer que murió porque la cosa llegó demasiado lejos, me deprime pensar en la cantidad de gente que se mataría si fuera más fácil, la cantidad que llegaría tan lejos si encontrara la forma de hacerlo, si no tuviéramos miedo a la forma de hacerlo, porque nunca se está seguro de morir, puede durar mucho tiempo, y el día que hayamos inventado una maldita manera, suave, y accesible a todo el mundo, será una masacre por las historias como esa que llegan siempre demasiado lejos, una maldita masacre, seguro, como esta mujer que murió tragando tierra, ella va al cementerio, cava junto a las tumbas, recoge tierra en sus manos, la tierra más profunda, y se la traga -historias como esta, si las escuchamos, si nos dejamos llevar, terminan por enloquecernos-, porque la tierra de los cementerios, la que toca los ataúdes: tú que acabas con los muertos, tú que tienes la maldita costumbre de acabar con todo, hasta el mismísimo fondo y sin retorno, ¡acaba de una buena vez con esta loca que soy!-, ¿quién le dijo que de esa forma funcionaría?, a esta puta loca que tragó tierra hasta matarse, en medio del cementerio donde yo la vi, que alguien le haya dado esa idea, me deprime, otra vieja puta seguramente, que tiene recetas -una maldita masacre, ¡y muy suave!- pero no todo el mundo traga tierra, si se hubiera inventado la manera (en vez de tierra, un polvito liviano, que ni se sienta, gratuito para todo el mundo, y que dé gusto si la cosa llega demasiado lejos) todo el mundo se mataría por la mínima historia, pues, si uno se deja llevar, las más pequeñitas, las más pequeñas llegan lejos, y te embrollan completamente, sin embargo, esa que te digo era una puta, yo la había visto, una noche, en su calle, en la ventana de un cuarto piso, y la seguí desde allí, hasta el cementerio, cómo creer eso de una puta, hasta ellas están enloqueciendo, te mostraré, en un rato, la ventana, entonces yo, ahora, prefiero más bien hacer la mía y largarme: ¿qué te parece? ¡correcto! -largarme antes de que ella se ponga a hablar, o hacerme el que no entiendo, si no ella te dice todo lo que necesita decir para deprimirte, entonces, prefiero hacer la mía: ¿estás de acuerdo? ¡OK!-, y largarme, contento, justo antes de las grandes frases, por otra parte con una vez alcanza para saber lo que hay que saber, para conocer lo que hay que conocer, podría vivir cien mil años con una fulana sin conocer al cabo de trescientos mil años nada que no supiera ya desde la primera vez, más bien es por eso que estoy por eso: ¿te parece bien?, ¡entonces vamos!»

Bogosian, Eric. Sex, Drugs, Rock-and-Roll, Teatro Orpheum, Nueva York, 1990

«Yo no elegí esta vida. Yo querría trabajar. Pero no puedo. Las medicinas que necesito me cuestan más de 2000 al mes y la seguridad social no me las cubre. Estoy obligado a pasarme  todo el tiempo buscando algo para el dolor. Pero yo no soy un yonki.

Si me dan unas monedas, un ayuda, podría conseguir un sitio donde dormir, podría levantar la cabeza, ponerme de nuevo en pie. Depende solo de ustedes, se los aseguro.

Las cosas malas siempre le pasan a la buena gente. Una situación independiente a mí voluntad me ha dejado en la calle y convirtió en lo que soy ahora mismo, un delincuente. No quiero aburrirles con los detalles. Si no me creen pueden llamar a la comisaría a la que tengo que volver todos los putos días para firmar en el libro. Hasta podría darles la dirección si alguien de ustedes me la pidiera…

La única diferencia que existe entre ustedes y yo es que a ustedes les va la vida de putísima madre y a mí me va de puta pena!… Aparte de eso, somos exactamente iguales. Somos todos seres humanos. Yo también soy un ser humano.»