PERSONAJES
NARRADOR
TEODOSIA
COMISARIO
RAFAEL
POSADERA
MUJER
HIJA
LEOCADIA
CAPERUCITA
Nota del dramaturgo: la puesta de esta obra necesita de la interactuación entre lo que sucede en escena y las proyecciones del ciclo que comprende desde la vaca pastando hasta que es matada y elaborada para el consumo masivo de la misma.
CUADRO I. LA PRESENTACIÓN
En el escenario, en primer término, un narrador se dispone a comenzar. Tras él, una proyección de unas vacas pastando.
NARRADOR: El término RES puede referirse a, entre otras acepciones, RES s.f. : Animal cuadrúpedo de ciertas especies domésticas, como las vacas o las ovejas, o de las especies salvajes como los jabalíes o los ciervos. Y en general al ganado vacuno. A la RES brava o vaquilla: Una vaca no domada de entre dos a cuatro años; A RES: Código IATA del Aeropuerto Internacional de Resistencia, Argentina; A RES: Acrónimo de Red Española de Supercomputación. Pero nos sirve la primera. O la segunda. Además, puede referirse a varias expresiones latinas: RES NULLIUS, expresión latina, que significa «cosa de nadie», utilizada para designar las cosas que no han pertenecido a persona alguna, o sea, lo que no ha sido propiedad de ninguna persona. No hay que confundir a las RES NULLIUS con las RES DERELICTAE. Mientras las primeras no han sido jamás objeto de propiedad, las segundas han tenido dueño, pero éste las ha abandonado. La principal importancia de la RES NULLIUS es que pueden ser objeto de ocupación. A través de la misma, una persona puede adquirir su propiedad, simplemente apropiándose de la cosa, a través de su posesión y sin que tenga que mediar ningún plazo de tiempo, a diferencia, de la usucapión. El caso más claro de ocupación es el de la persona que se encuentra un objeto o un animal salvaje. Al ser RES NULLIUS, simplemente, basta con su aprehensión para hacerlo suyo. Ahora DONCELLA (sustantivo femenino singular): 1. Señorita mujer joven y virgen. El muchacho se casará con una hermosa doncella. 2. Mujer que se ocupa de las tareas de la casa. La doncella ha limpiado la habitación. 3. Otro pone «culto». Mujer joven, especialmente la que no ha tenido relaciones sexuales.
Las vacas tienen un periodo de gestación de aproximadamente nueve meses, al finalizar el cual nace la ternera. La madre está feliz con su «bebé» pero esta felicidad dura muy poco pues no tardarán en separar a madre e hija-hijo. Se les encierra en oscuros y pequeños cajones donde apenas pueden moverse y tampoco pueden tumbarse con comodidad. Recibirán una alimentación artificial pobre en hierro formada por leche en polvo, vitaminas, minerales, azúcar, antibióticos y fármacos para el crecimiento. La razón de evitar que las terneras se muevan y de proporcionarles este tipo de alimentación es conseguir que su carne sea blanca y blanda y esto se consigue criando animales anémicos y cuyos músculos están atrofiados por la falta de movimiento. Durante el tiempo que dura su crianza las terneras son mantenidas a oscuras, pues la luz solar puede activar la producción de sustancias que oscurecen la carne.
Lo probable.
CUADRO II. LO PROBABLE
Hay una mujer en una habitación. Está sola. Prácticamente a oscuras. Monologuea. Su nombre es Teodosia.
TEODOSIA: Silencio. (Mira al piso.) –Pienso en una linda imagen. En Mufi, es negro. Tiene las patas blancas. Es lindo. Es muy… (Reza.) –Jesusito de mi vida, eres niño como yo, por eso te quiero tanto que te doy mi corazón. Tomalo, tomalo, tuyo es, mío no. (Escucha.) –Nada. Silencio. Sola. Sola y sola. Sonidos enmudecidos, terribles, a mí alrededor. Oscuridad. Nada. Marco Antonio… ¡Ay sin ventura! ¿Adónde me lleva la fuerza descontrolada de la vida? ¿Qué camino es el mío, o qué salida espero tener del intricado laberinto en el que estoy? ¡Ay pocos y mal experimentados años, incapaces de toda buena consideración y consejo! ¿Honra, de qué hablás? Yo. Yo… Y más silencio ensordecedor. ¿Dónde? ¿Cómo hacer callar la conciencia? ¿Yo? ¿Fui yo? ¡Yo! ¡Yo que compré cara las caricias, pierdo el duelo con el espejo! ¡Honra, honra, honra… honra menospreciada! ¡Amor! ¡Tan sólo, amor! ¡Ay, amor mal agradecido! ¡Atropello! ¡Desgarro! ¡Amarga bilis tras un…!
¡Honrados padres y parientes…! ¡Que tan a rienda suelta me dejé llevar de mis deseos! ¡Mujerzuela! ¡Haragán! ¡Palabras fingidas, que tan de verdaderas me obligaron a que con pruebas os diera fe de mi amor! ¿De quién me quejo? Fui yo la que… Jesusito de mi vida, por favor, por favor, sos niño como yo, por eso te quiero tanto que te doy mi corazón. Tomalo…
Hay una conversación del otro lado de la pared. Teodosia no escucha. Son el Comisario y Rafael.
COMISARIO: Está en la habitación. Una habitación doble.
RAFAEL: Bien.
COMISARIO: Dice que como no encontró a nadie, se marchó y ahí tuve que traerle acá de nuevo. No es bueno que esté a la noche por los caminos. Se fue, y la volví. Está en la habitación.
RAFAEL: Esté bien. Me retrasé. Hubo unos inconvenientes. Entiendo lo que dice. (Entra la Posadera.) – ¿Tiene alguna habitación libre?
POSADERA: Sólo nos quedaba una pieza doble y la rentó un caballero que deseaba descansar solo.
El Comisario y Rafael se miran. No dicen nada.
RAFAEL: ¿Caballero?
POSADERA: Sí, caballero. El que vino con el señor comisario.
RAFAEL: ¿No hay nada libre?
POSADERA: No. Y como le dije pagó la totalidad de ambas camas. No hay nada más.
COMISARIO: Acá tiene una orden firmada por mí con la que se le permite al señor entrar a dicha pieza.
POSADERA: ¡¿Cómo?!
COMISARIO: Lo que oye. No se preocupe. Tome este escrito. Indico con todo detalle que debido al traslado al que el señor está siendo sometido necesita alojamiento y la autoridad, es la autoridad. (Le da unas monedas.)
POSADERA: Si tiene una orden de peso… (Sopesa las monedas.)
CUADRO III. LO POSIBLE
NARRADOR: Honra: Buena reputación que tiene una persona que actúa conforme a las normas morales, especialmente en lo relativo a la conducta sexual: defender la honra. Hay otra acepción, mirá qué término, acepción. Dice así: Manifestación de respeto, admiración y estima hacia una persona. La Honra. ¡Qué preocupación con la honra! La honra. Les cuento que el problema que ella tiene es de honra. Interesante reducción. Ahora no sé si…
Teodosia desesperada, habla descontroladamente.
TEODOSIA: Yo no soy la que quise engañarme. No soy yo la que tomó el cuchillo con sus mismas manos, con que corté y eché por tierra mi crédito, y el de mis padres. ¡Sí, lo soy! ¡Lo soy! ¡Maldita de mí! ¡Confiada, inmadura! ¡Honrados padres y parientes atropellados! ¡Marco Antonio! ¿Cómo es posible que en las dulces palabras que me decía viniese mezclada la hiel de tus descortesías y desdenes? ¿Adónde estás ingrato? ¿Adónde te fuiste, desconocido? Respondeme, que te hablo. Esperame, que te sigo. Sustentame, que desfallezco. Pagame, que me debes. (A publico.) –Yo estaba sola. Muy sola. No sabía qué hacer de mí. O quizá no necesitaba hacer nada. (Mira a los lados extrañada.) –Un día se me acercó un hombre. Yo estaba afuera. Él caminaba tranquilo. Me miró y sonrió. Me miró y me preguntó qué quería hacer de mi vida. Que si no quería algo mejor. (Sonríe y se toma un tiempo largo casi como si pudiera vivenciar aquellos momentos que tanto le agradaron.) –Habló con mi papá, con mi mamá… Mamá lloraba: «Es por algo mejor». Sí, mamá, será por algo mejor. Me quería llevar a él, con él. Me ofreció un trabajo y pidió mi mano. Una vez prometido casamiento, el fulgor de la ilusión y el calor de la leña llevó a que el cuerpo hablara como nunca y me llevara a sus brazos, mis brazos, los brazos de mi esposo, la consecuencia de este hermoso amor. Y nos amamos. (Sonríe picarona.) –Me desperté y me metí en mi cama… ¿O ya no era mi cama? A la mañana. Me dijo que tenía que partir antes. Que me trasladara a este pueblo y que lo vería en esta posada… y no estaba. ¿Mi familia? Compraron un carro y mucha simiente. Y unos chanchos. Me fui caminando con mi valija y no miraron… Caminé mucho hasta llegar. ¿Llegar a dónde? Me esperaba acá pero cuando llegué no había nadie. Nadie había oído hablar de él. Me dijeron que me quedara. Esperé una, dos, tres horas y me fui. Tras una esquina, un hombre me tomó por detrás y comenzó a golpearme fuerte, muy fuerte. Me golpeaba. Yo gritaba. Me tapó la boca y me dejó tirada en el piso. Agarró no sé qué y me comenzó a… No hay nada. Tuve mucho miedo… Yo no hice nada, le decía. No hice nada. Él no me escuchaba… Tuve mucho miedo. Y dolor… Diosito querido… (Se toca el pelo. Esta lastimosa por su ausencia de cabello. Se mira su ropa. Extraña. Mira a su alrededor como buscando algo o alguien. No hay nada.) –Estoy yo. ¿Estoy yo? (Mira al piso.)
CUADRO IV. EL BIEN LLEGADO
Entra Rafael. Teodosia se aleja con miedo.
TEODOSIA: No me haga daño, no me pegue.
RAFAEL: Tranquila.
TEODOSIA: Por favor, no me peguen más. No hice nada. Me están confundiendo. Yo no hice nada.
RAFAEL: Tranquila. Ya lo sé. Yo vengo por Marco Antonio.
TEODOSIA: ¿Por Marco Antonio?
RAFAEL: Sí. Me mandó a buscarte. Tuvo que ir para el norte. Me alegro de encontrarte. Temí lo peor. Me retrasé. No sabes lo que es este pueblo. ¿Estás bien? Lo siento tanto… (Pausa.) –Soy Rafael, compadre de Marco Antonio. Ante su inminente partida… Pobre, su madre está muy enferma. Me dijo: «Rafael, mi ángel me aguarda en la posada del pueblo que te comenté, no es lejos del tuyo, te ruego la cuides como si fuera yo. Y dile, que si mi corazón resiste, la aguardo ansioso, que venga contigo que estará en buenas manos». Mi hermano me pide ayuda y yo se la ofrezco. Ahora entiendo por qué quiere cuidarte tanto. En estos lares, hay que andar con mucho cuidado. ¿Qué te ocurrió?
TEODOSIA: Me golpearon.
RAFAEL: ¿Quién?
TEODOSIA: No sé.
RAFAEL: ¿Qué salvaje pudo…? ¡No! ¿El comisario? (La mujer asiente.) –Es una bestia. ¿Por qué te hizo eso?
TEODOSIA: No sé. (Llora.)
RAFAEL: ¿Y tu pelo? ¿Qué pasó con tu pelo?
TEODOSIA: Me lo cortó.
RAFAEL: ¡Qué barbaridad! Tranquila que ya voy a hablar con él. La mujer de Marco Antonio… ¿Por qué vas a ser su mujer, cierto? (Ella asiente sonrojada.) –Son mis mujeres. ¡Qué bruto! Igual no sé si no nos hizo un favor. Aunque no lo creas, es mejor así, pareces un hombre. No te van a molestar. Aquí hay que tener cuidado.
TEODOSIA: Me quitó mi ropa y me dio ésta.
RAFAEL: ¿Cómo puede ser? Intolerable. Esperame aquí. (Sale y vuelve con el comisario.) – ¿Me puede decir que pasó con la chica?
COMISARIO: Cuando la vi correr anocheciendo como si la llevara el diablo, pensé que había robado…
RAFAEL: ¿Le parece que con esta cara puede robar algo que no sean corazones? Es la prometida de Marco Antonio, es mi familia. ¿Entiende, bruto? ¿Y lo del pelo?
TEODOSIA: Yo tenía el cabello largo…
COMISARIO: Las ladronas, en esta región, son marcadas por su pelo, siempre procedemos igua…
TEODOSIA: ¿Y mi ropa?
RAFAEL: Parece mentira tratar así a una mujer… (A ella.) –En este pueblo, viven rodeados de vacas. Tienen la delicadeza de un elefante. Tranquila. Ahora estás conmigo.
TEODOSIA: Yo quería encontrarme con Marco Antonio. Yo no hice nada. Sólo que vine. No estaba él. Yo desesperé y salí. Temí lo peor. Que me abandonara, que se hubiera aprovechado de mí, ¿entiende? No sabía qué hacer. Me sentí sola. Mi familia está lejos. No sabía qué hacer. Y me agarró este hombre, esta bestia y empezó a golpearme y a cortarme el pelo como si yo fuera… Tuve mucho miedo y me sentí… Disculpe debe estar cansado de escucharme.
RAFAEL: Siento tanto vuestra desventura, que no sé si no me aprieta en el pecho en el mismo grado que a usted misma. Como le prometí a Marco Antonio y ahora a usted, le ayudaré en todo lo que me permitan mis fuerzas. Entiendo que a su edad, hay gran temor por la poca experiencia que los años todavía le brindaron. Tranquila.
TEODOSIA: No pude avisar a nadie.
RAFAEL: Marco Antonio se aseguró de que tu familia sepa que estás bien. Estás bien, tranquila. A la mañana partiremos rumbo de vuestro afecto y el mío. ¿Cómo es tu nombre?
TEODOSIA: Teodosia.
RAFAEL: Lindo nombre. Aprovecharemos el incidente de tu cabello y tu ropa para hacerte pasar por muchacho. Será más fácil movernos en la noche y por estos caminos que van hacia el norte. Si bien, no tenemos qué temer, tenemos que ser cautos. Encorvate para caminar. (Ella asiente.) –Hay que prestar atención. Manchate un poco, pareces una mujer…
TEODOSIA: Soy una mujer…
RAFAEL: No, ya no. (Pausa.) –Para todos de ahora en más, serás Teo, mi hermano. Mantendremos el personaje hasta que llegues a manos de Marco Antonio. Tenemos que ser prevenidos. (Se acerca y le acaricia.) –Esta cara, esta preciosa cara… Es sin duda alguna una joya. Una belleza.
TEODOSIA: ¿Qué hacés?
RAFAEL: Sosiega y duerme, si podés, lo poco que debe de quedar de la noche.
TEODOSIA: No me toqués.
RAFAEL: Así que esto va para el norte. No te portés mal. Ya hiciste bastante por hoy… No seas mala… Una por otra, ¿no? ¿No te voy a cuidar? Yo también necesito cariño. Deshonra es robar o matar. Es justo que yo pruebe de tu fruto, ¿no? Y no grites ni te quejes. Eres un hombre. Silencio. Bien. Vas a ser sin duda muy afortunada. Somos familia casi, no pasa nada. Que esto quede entre nosotros. A Marco Antonio no creo que le guste saber que mi ayuda es más avenida. Al fin y al cabo, hago esto por amor. Mi hermano Marco Antonio. Afortunado él, y afortunada vos. Y yo… Yo algo merezco… Esto será un secreto entre nosotros. Marco Antonio podría enojarse mucho con vos por todo esto. Sólo, entendeme. Un poco sólo. (Le toca y se funde a negro.)
CUADRO V. LA CUESTIÓN
NARRADOR: La Honra. La Hon-ra. Ahora surge otra pregunta: ¿dónde se puede refugiar la honra? ¿Qué acto reducido al vacío, magro, seco, marca la frontera entre el ser o no ser? ¿Quizá cuándo al sujeto o a la sujeta se le reduce a la mínima expresión de persona? ¿Cuando no tienen camino? ¿Cuando volver ya no se puede porque mirar a los ojos es doloroso, y cuando ir, es dejar de ser quien algún día se pensó ser para ser tomada por un otro que pasa por encima de su aliento, de su voz fina que ya no decide, porque ya no es? Ni idea, la verdad.
CUADRO VI. LO ANHELADO
En escena Mujer haciendo una sucesión de movimientos coreografiados que tienen su punto de partida en la boca de su estómago y que manifiestan dolores corporales, expresiones de deseo y liberación. Partes de su cuerpo están inmóviles, agarradas, quietas, amarradas. Desesperación, angustia, surge con más potencia cada vez en su cuerpo, en su expresión. Transpira, suda, jadea, respira como puede. Por un lateral entra Hija. La mira moverse, estremecerse hasta que Mujer cede en sus movimientos. Durante la conversación, brotarán algunos movimientos corporales casi instintivos y con necesidad de salir.
MUJER: ¿Así que, qué querés ser de grande?
HIJA: Sí.
MUJER: Quiero ser… (Toma aire.) –Quiero ser mayor.
HIJA: Quiero ser mayor y vestirme como mujer. Y pintarme como mujer. Y…
MUJER: Los ojos me duelen.
HIJA: ¿Qué?
MUJER: Me duelen. ¿Esa soy yo? ¿Soy esta?
HIJA: ¿Qué pasa? Quiero ponerme vestidos lindos y salir a bailar. Quiero bailar. (Toca a la Mujer.)
MUJER: Las caricias me duelen. ¿Es mi reflejo? (Mira afuera y busca a alguien. No encuentra a nadie.) – ¿Sos mi reflejo?
HIJA: Soy yo.
MUJER: Pasó el tiempo sumamente rápido. Había tiempo. El tiempo pasa y yo paso. Pasa y pasé. (Mira extrañada a la Hija.)
HIJA: Soy. Mirame. Soy. Sos… (Algo interrumpe su decir.)
MUJER: Me llama una voz. No por mi nombre. No me reconozco. Yo me giro porque soy yo. O eso dicen. Estoy desproporcionada.
HIJA: Quiero ser de grande. (Se mira.) –Soy grande.
MUJER: Lo sos.
La Mujer y la Hija se miran en silencio. Desean reconocerse pero no es fácil.
CUADRO VII. EL INCONVENIENTE
NARRADOR: (A público.) –Se dice que hay cosas que se muestran y otras que no. Hay cosas que convienen y otras que no. Las medias reses se clasifican, «marcan», en cámara, según su calidad y según el carnicero que las va a recibir. Este trabajo lo hace en la mayoría de los casos el mismo matarife. Lo más frecuente es que a la mañana vaya al mercado, y a la tarde vaya él mismo o delegue. Aunque siempre con cautela y confianza. El matarife considera que en lo posible no se debe delegar la compra de hacienda a un tercero, porque se opina que el empleado, el consignatario, o el comisionista no cuidan lo suficiente el precio que se paga por la hacienda, que es la variable fundamental. Los matarifes suelen quejarse que el tratamiento que reciben los animales en los remates-feria, golpes, hace que la carne a menudo tenga machucones y rechazos. Pero hasta un punto, y depende de si el golpe también se cobra. Al fin y al cabo, brinda un servicio. Y el cliente, siempre tiene razón.
RAFAEL: Teo, nos estamos quedando sin monedas. Tenemos que hacer algo.
TEODOSIA: ¿Qué?
RAFAEL: La gente es astuta, más de lo que pensamos. Aquel señor, ¿lo ves? Dice que nos va a denunciar al comisario por falsa identidad. ¿Le hablaste?
TEODOSIA: No.
RAFAEL: ¿Segura?
TEODOSIA: Sí, segura. Bueno, sólo le pregunté por la posada más cercana. Como me dijiste.
RAFAEL: ¡No! Te dije que averiguaras, pero siempre con cuidado. ¿Ahora qué hacemos?
TEODOSIA: Perdón, perdón. Confieso mi torpeza, y no quiero que me sirva de disculpa mi arrepentimiento. Sólo te suplico que la pena sea de quitarme la vida y no más la honra.
RAFAEL: ¡Pfff! Yo quisiera complacer tus deseos. Más que los míos propios. Si bien sé de tu bien, también sé que la honra es un valor de juicio público, pues hasta el más elevado entiende que el peligro y la defensa de una misma como de un buen hermano, que soy yo, justifica el medio mirando el fin, y el silencio cómplice espanta los ecos de lo transgredido. Mas un alma buena, que por un bien acciona poniendo su cuerpo en riesgo por el otro, es glorificada, mucho más que muerta o sepultada. ¡Y cierto es que no podemos hacer nada! Iremos presos. Y en la mujer, la muerte es segura…
TEODOSIA: ¿Por qué?
RAFAEL: En los estados del norte, la falsa identidad tiene castigo de muerte. Salvo que…
TEODOSIA: ¿Qué?
RAFAEL: Que hables con él y bueno… Hermana, no nos queda más remedio que…
TEODOSIA: ¿Yo?
RAFAEL: A ver qué puedo hacer… (Va a hablar con el hombre y vuelve.) –Sí, dice que nos descubrió y que quiere estar contigo a solas. Valor, hermana. (Y la empuja hacia el hombre.)
TEODOSIA: Dis…
RAFAEL: Shhhh…
CUADRO VIII. LO DESMEDIDO
MUJER: Me llama una voz. No por mi nombre. Me nombra como quiere, como algo. Yo me giro porque soy yo. Sé qué soy. Toma mi tobillo fino, débil. Las proporciones son escandalosas. Mi tobillo es muy pequeño y su mano es muy grande. Estoy desproporcionada. ¡Ahh! Sus manos son muy ásperas. Me agita. Y yo respiro… como puedo. Si volviera a nacer, sería varón. Sin duda alguna, sería varón. El varón puede. El varón hace. En el espejo mi reflejo es… está corrido. Está borroso. Mis manos están arrugadas. Pasó el tiempo sumamente rápido. Yo pensaba que no. Que habría tiempo. El tiempo pasa y yo paso. Respiro, ¿qué más? Respiro. Respirar es lo mínimo y todo lo que puedo hacer. ¿Qué más? Respiro.
CUADRO IX. LO HALLADO
NARRADOR: (Imitando a Rafael.) –«Yo quisiera complacer tus deseos. Más que los míos propios. Si bien sé de tu bien, también sé que la honra es un valor de juicio público…». Muy bien. Entró como novillo nuevo. Increíble. Adivinanza: «Dícese del que circula provocando situaciones de despropósito y altanería. Rompe normas sin resultar agresivo, transgrede sin repeler. Cae siempre de pie y es el más animal que los animales. Dicta y obedece por igual. Corre y es corrido. Brama y escribe. Tira la piedra y esconde la mano. Y si da, siempre es porque no es suyo. ¿Qué es? ¿Quién es?». (Hace gestos a público con las cejas.) –Uhh, luego seguimos… Ahí viene.
Entra Rafael.
RAFAEL: (A Teodosia.) –Suerte tuvimos de aguardar la noche acá, Teo. En tu ausencia, desesperada, me crucé una joven que, como te advertí, su familia había sido… ¡Pobre gente! Le dije: por qué huye, buen hombre, o qué cosa os sucede, que con tanto miedo le correr tan ligero? ¿Cómo no quiere que corra tan rápido como pueda y con miedo, respondió el hombre…?
Entra una nueva mujer, Leocadia, y se escenifica la situación vivida entre Rafael y ella.
LEOCADIA: ¡De milagro me escapé del asalto de unos bandoleros que están en ese bosque! ¡Maldición!, dije. ¡Malvivientes de este maldito bosque! ¡Lo importante es que usted está bien!
RAFAEL: Y siguió diciéndome…
LEOCADIA: ¡A todos robaron y sólo yo pude huir tras pelear como pude con uno que me siguió hasta alcanzarme, pero que tras presentar batalla pude reducirlo y escapar! ¡Temí lo peor!
RAFAEL: Siempre me hablaba con distancia. Hasta que de pronto, brindándole mi mano para que pudiera confiar en mí, un rayo de luz permitió que mis ojos pudieran ver la verdad del muchacho, que no sólo mostraba heridas de la contienda, sino que además, el muchacho, resultó ser una muchacha de pelo corto. Me dijo…
LEOCADIA: ¡Para poder escaparme y que no me reconozcan, me corté yo sola el pelo, por favor, no diga nada! Temblaba.
RAFAEL: La tomé por el hombro y le dije: «Tranquilícese, que los malvivientes acá no están y no tiene por qué temer. Si bien hay que ser precavidos, cuando asaltan no suelen volver por un par de días al mismo lugar. Sin excedernos en confianza, está en un lugar seguro. Vamos al norte, quizá sea un buen lugar para usted también». Y le ofrecí que nos acompañara. (Leocadia se aleja y queda solo Rafael hablando con Teodosia.) –Si bien le ofrecí que nos acompañara con la mejor de las voluntades, el temor por lo sufrido, le genera un comportamiento raro, pobrecita, en el que alucina situaciones delirantes sobre sí misma. Le di a tomar unos ungüentos cosa que esté más tranquila. Tenemos que tenerle consideración, Teo. Te voy a pedir que me ayudes y la ayudes.
TEODOSIA: Bien.
Entra Leocadia. Tiene peor aspecto que cuando se le vio durante el relato de Rafael. Esta golpeada y adormecida.
RAFAEL: Su nombre es Leocadia. Mi hermano es Teo. (Aparte a Teodosia.) –Teo, es importante que la cuidemos. Su aspecto masculino nos ayudará a caminar con más seguridad, le llamaremos Leo. Portate bien, hermano. Les dejo cerrada la pieza para que no haya peligro. Volveré en un rato. (Sale.)
Leocadia mira a Teodosia. No dicen nada. Se miran mucho. Leocadia mira toda la pieza. La mira de arriba abajo como puede a Teodosia. Esta muy débil.
TEODOSIA: Acá estás segura. No tenés que temer.
LEOCADIA: No…
TEODOSIA: Tranquila.
LEOCADIA: Quiero ir a mi casa. Quiero salir de acá.
TEODOSIA: ¡Tenés que quedarte! Te vamos a ayudar.
LEOCADIA: No me toqués, hijo de puta.
TEODOSIA: Ya pasó, ahora puedes tranquila. No hay más malhechores.
LEOCADIA: Fueron ustedes…
TEODOSIA: ¿Qué decís?
LEOCADIA: ¿Hasta cuándo van a seguir haciéndome esto? ¡Por favor, no me hagan más daño!
TEODOSIA: Te equivocás. Acá estas bien. Nos cuidan.
LEOCADIA: (Abre bien grande los ojos.) – ¡Sos una mujer!
TEODOSIA: ¡Shhhh! No levantes la voz.
LEOCADIA: ¡Sos mujer! ¿Qué hacés? ¿Cómo podés?
TEODOSIA: ¿Pero qué hablás?
LEOCADIA: ¿Cómo podés hacer esto? ¡Que una mujer…!
TEODOSIA: Yo no hago nada. Te vamos a ayudar. Te vas a recuperar y…
LEOCADIA: ¿Y qué? ¿Me van a qué? ¿Qué me van a hacer? ¿A dónde me llevan ahora?
TEODOSIA: Vamos al norte. Yo voy a…
NARRADOR: ¿Y éste? «Conjunto de bestias que se apacientan y andan juntas…» ¿Qué es? (Hace ademán de que nunca lo van a adivinar y sigue.) –Las vacas muestran signos de agotamiento e incapacitación para cuando llegan al matadero. Se les provoca una anemia que mantiene su carne tierna y de un color pálido. Son más solicitadas cuanto más blanditas y obedientes. Y si además están débiles, corren menos, si se les pasa por la cabeza.
LEOCADIA: ¿Nos llevan a la frontera?
TEODOSIA: ¡No, me llevan con Marco Antonio!
LEOCADIA: ¿Pero vos qué hacés?
TEODOSIA: Nada. Me llevan al norte con mi prometido. Rafael es el compadre de mi prometido.
LEOCADIA: No entiendo. ¿No estás con ellos? ¿O sí?
TEODOSIA: Sí, estoy porque vamos… Me llevan con…
LEOCADIA: ¿Con tu prometido?
TEODOSIA: Sí.
LEOCADIA: ¿De dónde sos?
TEODOSIA: Del pueblo que está limitando con la otra región. De la llanura.
LEOCADIA: ¿Y hace mucho que es tu prometido?
TEODOSIA: Cierto es que no. Poco más de tres semanas…
LEOCADIA: ¿Es del pueblo tuyo?
TEODOSIA: No. Llevaba tan sólo una semana cuando…
LEOCADIA: Te están mintiendo. Te llevan a la frontera. Te van a…
TEODOSIA: ¿Qué decís? Estás dolorida por los golpes de los malhechores que te robaron.
LEOCADIA: No me robó nadie. Me trajo el hombre que está con vos. Yo trabajaba con el posadero en la casa de atrás donde están…
TEODOSIA: ¿Rafael? No…
LEOCADIA: Estamos en peligro. A mí me llevaron a esa casa donde te hacen de todo. (Llora.) –Me han…. ¡Por favor! Tenemos que salir de acá. Te van a sacar del país. Escapate. Dejame irme.
TEODOSIA: Rafael es su compadre. Él tuvo que partir… su madre…
LEOCADIA: No va a casarse con vos. Está todo pensado. ¡Dejame irme, por favor!
TEODOSIA: ¡No sabés lo que decís! Él me aguarda…
LEOCADIA: ¡Por favor, déjame irme! ¡Te lo ruego! ¡No sabés lo que te hacen…! ¡Me han hecho de todo!
TEODOSIA: ¡Deliras, deliras! No puede ser. Tenemos que quedarnos aquí. En silencio.
LEOCADIA: ¡Por favor!
TEODOSIA: ¡Shhh! No seas molesta. Vamos a ir a por Marco Antonio.
LEOCADIA: Estamos secuestradas.
TEODOSIA: ¡Estás loca! No. Yo estoy porque quiero.
LEOCADIA: ¿Por qué te cortaste el pelo?
TEODOSIA: No me lo corté, me lo cortó el comisario malnacido… Pensó que era una ladrona. Ahora, Rafael lo puso en su lugar.
LEOCADIA: Mentira.
TEODOSIA: Veo que la pasión que sentís no os deja hacer más acertados discursos, veo que no estáis en tiempo de admitir consejos saludables.
LEOCADIA: (Levantando la voz.) –No es la primera vez que me llevan a otro lado…
Entra el hombre al escuchar los gritos.
RAFAEL: ¿Qué te dije, Teo? (Toma a Leocadia y la hace dejar de gritar.) –Te dije que cuidaras de ella.
TEODOSIA: Estaba bien. Se puso a gritar…
RAFAEL: Está mal. Pobrecita. Delira. Vamos a tener que dormirla. Si no nos va a poner en peligro. No es de fiar la gente de esta pensión. Van a pensar cualquier cosa. Como levantemos sospechas, van a descubrirte. Y a ella. Yo no me puedo responsabilizar.
TEODOSIA: ¿Y qué hago?
RAFAEL: Pegale fuerte. En el estomago. Eso la dormirá. Pegale. Vamos, no hay tiempo. Nos pone a todos en peligro…
NARRADOR: Unos tienen fama de matar y trabajar la carne mejor que otros, de producir carne más tierna y de mejor color. El matarife tarda entre quince días y un mes en conocer con seguridad una variación en el valor del cuero; durante esas semanas se sigue pagando el mismo recupero. Teóricamente, el valor de recupero que acuerda cada usuario es un secreto, pero al final ese valor termina trascendiendo.
CUADRO X. LO PROFUNDO
En escena una mujer. Tiene poca ropa. Esta desarreglada pese a tener pocas cosas. Mira con cierta desconfianza. Hay mucho pensamiento en su cara. La luz le da casi en un cenital perfecto que nos muestra sus curvas y levemente su cara. Empieza a sacarse la ropa. Con pocas ganas y con una actitud casi desafiante. Juega con la forma en la que se va quitando la ropa.
MUJER: (Sonríe.) –Si fuera por mí, me reventaría la cabeza contra la pared. Eso me nace. Me partiría la cabeza contra la pared y ya está. Punto final. ¿Para qué más? Yo no quiero ser como esa perra. ¿Sabés lo que es ver cómo una perra, una hermosa perrita, mira con miedo? Tiene el miedo en sus ojos. La perrita linda no olvida. La perrita hermosa no dejará de tener miedo. Le regalé caricias una y otra vez y cada vez que despierta es el día anterior. Cuando estoy sola un poquito, un ratito sólo, un poco sólo, me imagino reventándome la cabeza contra la pared. Lo deseo. Tengo ese impulso. Me reviento una y otra vez la cabeza contra la pared. Y fin. Y punto final. (Silencio.) –Estoy poco tiempo sola. Enseguida llega alguien y todo comienza de nuevo. Y es igual siempre: un, dos tres, cuatro y… un, dos, tres, cuatro y… Siempre igual. La imaginación no está en estas paredes. Todo está hecho y dicho. Se me escapa una sonrisa cuando pienso en reventarme la cabeza contra la pared. Puedo poner la mente en blanco e imaginarme cómo me reviento la cabeza contra la pared. Y como un huevo duro, no sangro, no hay nada. Estoy vacía. Muy vacía. No sale un líquido de mi cuerpo. Hace tiempo que no puedo llorar. No tengo lágrimas. No puedo llorar. Qué pena. Y al final resulta que tengo suerte. Estoy viva… (Asiente con la cabeza con un orgullo irónico.)
CUADRO XI. LO EXCEDIDO
Entra Rafael y llama a Teodisia a un lado.
RAFAEL: Corroboré sus palabras por si se hallara en lo cierto su decir. Si ella es la que dice es de las más principales de su lugar, y una de las más nobles señoras de toda la comarca. Su padre es bien conocido del mío y de todos los hombres nobles que habitan la región. Y lo que desto me parece es que debemos andar con recato, de manera que no hable con nadie que malinterprete nuestro hacer, que por justo quizá pecó de apresurado por su buena finalidad. Las marcas no saben de intenciones y las palabras si no contienen la temperatura adecuada pueden pasar por simples o flojas y eso no nos conviene. Y menos aún cuando tu trato hacia ella ha sido desmesurado.
TEODOSIA: Sólo hice lo que me demandabas.
RAFAEL: Cierto placer emanaba de tus acciones. Tan así que el silencio de su boca no paró tu hacer sino mas bien tarde cuando el problema no era tal sino mas bien el presente. No te preocupes. La llevaremos con nosotros al norte. El descanso y la cura permitirán comprender nuestra buena acción. Ahí, sin duda, reconocerá nuestro generoso gesto, más que desinteresado. Hay que conseguirle un ropaje nuevo. Espérenme acá. Ya vuelvo, hermano. (Sale.)
NARRADOR: Lejos de la idílica imagen el trato que reciben estos animales es bien distinto en el mundo real, tratados como simple carne destinada a satisfacer. La industria divide a estos animales según su producción o servicio.
TEODOSIA: (A Leocadia.) –Mejorarás. Las heridas son… (Se aparta.) –Yo sólo…
Entra Rafael.
RAFAEL: Conseguí esto, será de utilidad. No es mucho pero algo es algo. Tome. (Alarga la mano pero Leocadia no reacciona. Sonríe. Se agacha.) –Quisiera, señora Leocadia, hacer tan buenas obras, que les obligara a no negarme cualquiera cosa que pudiera o quisiera pedirle. Pero el poco tiempo que hace que le conozco no ha dado lugar a tal cosa. Podría ser que en el que está por venir conociese lo que merece mi deseo. No dejaré de ser vuestro servidor. Vuestra hermosura es pública, y merece cuidado. Acompáñenos, que estará bien guardada.
Leocadia toma el ropaje.
NARRADOR: Cuando los transportan los amontonan dentro de camiones de metal donde tienen miedo, sufren lesiones, soportan temperaturas extremas y padecen la falta de comida, agua y cuidados mínimos. Muchas se congelan en las partes laterales de los camiones y otras llegan en muy mal estado debido al agotamiento por calor. Aquellas que no pueden caminar son llamadas «downers» (mala suerte).
CUADRO XII. LO PROMETIDO
LEOCADIA: Seguimos subiendo los tres hacia el norte. Marco Antonio, Ítaca, o simplemente llegar, eran los pulmones que alimentaban los desvelos en el viaje largo hacia lo prometido. El camino, no estuvo carente de situaciones complejas que siempre hábilmente supo resolver Rafael como si todo estuviera pactado. (Leocadia hay algo que parece ocultar y que no dice.) –El bosque, la sombra, la noche, tentaciones que llegaban y se iban cuando el sendero parecía el único camino posible para subsistir. Caminaron, caminaron y caminaron…
ACTRIZ LEOCADIA: Teodosia, en cada paso, sentía a Marco Antonio más cerca. Leocadia… ¡Pobre…! Debido a brebajes que Rafael le daba para sus heridas, sobre todo a la noche, tenía sueños terribles de hombres que la tocaban y babeaban. Sueños terribles que le dejaban marcas. ¡Pobre! En su pensamiento más íntimo, estaba la esperanza de una posible salida. Rafael, si así se llamaba, cada día estaba mejor comido, mejor bebido y muy bien servido. Ellas… (Pausa.) –Cada vez más flacas. Un día el mañana llegó. El Norte. (Pausa.) –El tan ansiado Norte. O algo parecido.
TEODOSIA: O algo parecido. ¡Marco Antonio!
MARCO ANTONIO: Teodosia. Acá estas.
TEODOSIA: Determiné seguirte por todas las partes de la tierra a la que me propusieras ir. No iba a desistir hasta hallarte. De lo cual no debes maravillarte, si es que alguna vez sentiste hasta dónde llegan las fuerzas de un amor verdadero. La fe, la creencia o tal vez sólo la inocencia. (Silencio.) –Te encuentro y estamos juntos por siempre. Pero es correcto que no digas nada. (Sonríe.) –Este es el final que a mí me hubiera gustado. (Silencio.) –Este es el final que a mí me hubiera gustado. Nos esperaban. No Marco Antonio, no. Otros. Otros muchos. Otras… No estabas. No estuviste nunca. Pero llegamos al Norte, a ese Norte… Me miro al espejo y no me reconozco. Tengo suerte de respirar. ¿Tengo suerte? Ya no hablo. Muuuuuu… Muuuuuu… Eso quieren. Eso tienen. Muuuuuu… Muuuuuu… Mientras me pueda mover, mientras pastando siga dando sombra…
NARRADOR: Las terneras que no están en buenas condiciones de salud son enviadas enseguida al matadero. Uno de cada diez terneros muere en reclusión. Algunos becerros, incluso, mueren antes de poder ser llevados a los mataderos. Asustados, enfermos y solos, son asesinados cuando no son productivos.
CUADRO XIII. EL CASI FINAL
CAPERUCITA: Yo a mamá le había dicho que ir a casa de la abuela por el bosque era peligroso, pero mamá quiso que fuera igual. Había historias de que el lobo te podía comer. Mamá me mandó igual. Decían que era una bestia terrible que te podía descuartizar, y mamá me mandó igual. Corría, corría mucho. Muchísimo. Transpiraba. Tenía miedo, mucho miedo. Mucho, pero mucho miedo. Me crucé con el leñador, con el posadero, con el pastor, con el cura… Yo quería que alguien me dijera que no fuera por ahí porque estaba el lobo, porque era peligroso. Pero nadie dijo nada y me vieron ir, adentrarme. Silencio. Jadeo. Llegué a casa de mi abuelita. Miré a los lados antes de entrar y nada, no estaba el lobo. Entré, mi abuelita estaba en la cama, la llamé: ¡Abuelita! Se giró y… Era el lobo. Yo le había dicho a mamá que era peligroso. Me crucé con el leñador, con el posadero, con el pastor, con el cura y nadie se preocupó por mí. Nadie dijo nada y ahora yo… Yo soy una niña, de un cuento terrible que pasa y pasa y se sigue contando… Me comen una y otra vez. No hay cazador, hay cazada, hay presa, hay hasta que no hay, hasta que se consume o me consumen o me consumo. Y colorín, colorado… A nadie le importa.
CUADRO XIV. EL FINAL
TEODOSIA: Ese es mi aletargado final. Nada, nadie. Rafael, nunca más, sirviente fiel a Marco Antonio. La pobre Leo… Nada. Las muchas doncellas ausentes de brillo, de ser, de vida… Nada misma con ropajes grises.
ACTRIZ LEOCADIA: Sombras flacas que respiran con dificultad. Caballeros que doman a su voluntad la fácil tarea de mandar, de pedir, de exigir por unas monedas. La honra perdida. ¿Honra?
ACTRIZ TEODOSIA: ¿Es un valor a considerar? ¿Qué soy? ¿En qué lado me encuentro de la frontera del res o no res? No sé. (Se ríe.) –Mi alma parece encontrar un último refugio antes de dejar de ser. Muuuuu… Muuuu… Muuuu…
CUADRO XV. EL OTRO FINAL
TEODOSIA: Hay otro final. ¿Verdad, Marco Antonio? (Marco Antonio niega con la cabeza.) –Llegamos al norte. Nos sorprendió una revuelta entre una multitud. Entre todos ellos, Marco Antonio. Bello, hermoso… Lo hieren y maltrecho, corro a sus brazos débiles. Emocionado, me mira y reconoce el amor que me tiene y su voluntad de compartir sus días conmigo. Tanto viaje, tanto camino para el final prometido. (Sonríe.) –Rafael le declara su amor a Leo y se casan. Y somos lo que somos… Dos doncellas. Pero esto no se lo creería nadie. Demasiado idílica. Demasiado fantástica. Dos doncellas…
ACTRIZ TEODOSIA: Doncella: Señorita mujer joven y virgen. El muchacho se casará con una hermosa doncella. (No puede creer lo que dice.) –Ni doncella, ni virgen, ni hermosa… Con suerte, viva y hablando. (Se gira como si estuviera sola y loca.) –Aunque hable sola. O quizá no emita sonido y sólo piense.
ACTRIZ LEOCADIA: Pero pienso, y eso no me lo pueden callar. Lo que es mío, mi pensamiento, eso aun estando en el espacio más profundo de mi propia ausencia, de la prohibición del sonido mínimo…
ACTRIZ TEODOSIA: Esta, late, permanece, y hace ruido, no grita, pero tampoco se calla…
ACTRIZ LEOCADIA: Tampoco se detiene, es el rumrum inicial y final, quizá aletargado, quizá dormido, pero vivo, siempre vivo…
AMBAS ACTRICES: Vivo a pesar de todos, hasta de mí. Muuuuuu… Muuuuuu… Muuuuuu…
NARRADOR: Esta industria es extremadamente cruel, pero es tan requerido el servicio y tan rentable por condiciones y explotación que es irremediable que se detenga esta práctica cruel. Hablamos de vacas, claro. Son sólo vacas.
Leer la obra original de Miguel de Cervantes:
Las dos doncellas